domingo, 24 de abril de 2011

Estos versos

un millón de escenarios en los que, al fin,
la vida es
también posible.


Estos versos están desde septiembre de 2003 viajando por mi cabeza. Y nunca consigo encontrarles un mayor desarrollo o acomodo. Lo único que tengo claro es que son el final de un poema. Pero me da la impresión de que no voy a poder escribirlo nunca.

jueves, 21 de abril de 2011

En el cuerpo del mundo: poemas.

Demasiada luz. Quizá sea ésta la sensación que a uno le asalta a medida que avanza por los poemas que componen la primera mitad (puede que algo más) del volumen de poesía reunida En el cuerpo del mundo de Andrés Sánchez Robayna. No se trata en esta primera mitad de un cuerpo unitario de poemas con un estilo unívoco: desde el radicalismo de algunos de sus primeros tiempos (es especialmente revelador “El sentido del poema ha de ser abolido”) hasta un lirismo reposado, contemplativo, capaz de construir una serie de poemas estremecedores sobre un vaso de agua, sin olvidar un grupo de textos con estructura de prosa y un carácter circular. Sin embargo, la mayoría de los poemas tienen unos claros denominadores comunes que son la luz, las rocas, el mar, las dunas; circunstancia que, por momentos, hace aflorar en el lector una sensación de rutina y (al menos en mi caso) dificulta el mantenimiento de un grado óptimo de atención. Por suerte, tengo la rara habilidad de sentir una amistad ficticia por los escritores a los que leo durante los periodos que les dedico a sus libros y esto me lleva a sentir una empatía exagerada por los modos de expresión y los puntos de vista desde los que se construye el discurso literario del autor. Y la califico de exagerada porque esta predisposición me lleva a una aceptación incondicional de los planteamientos que leo; para maximizar la comprensión, soy capaz incluso de considerar, provisionalmente, mis creencias personales como algo revisable si las propuestas del libro así me lo sugieren. Siendo así, la visión retrospectiva que se obtiene al reflexionar sobre las páginas que se van quedando atrás es satisfactoria y, aunque uno no pueda expresar con claridad qué es lo que ha aprendido (ya que no se trata de una lectura ligera), algo queda, no hay duda. En este volumen de poesía reunida, los cambios van gestándose con una lentitud que los hace difícilmente perceptibles hasta que se produce un salto cualitativo que todo lo cambia. Desde mi punto de vista, este salto podría situarse en el poemario Fuego blanco, en el que parece producirse un giro en los modos de expresión hacia posiciones menos cerradas con el lector. Empieza a vislumbrarse así un tipo de poesía que concede al lector una mayor ilusión de entendimiento de la verdadera estructura semántica de los textos. Posiblemente, el poema que mejor marca esta nueva situación es “Las primeras lluvias”, que se abre con estos magníficos versos:


La tierra de que hablo, hacia noviembre,
conoce el viento. Llega, desde el este,
hasta los arenales como un ave sedienta,
soplas las aguas negras. Esta noche
removió los postigos mal calzados
y agitó la palmera. En los cristales
chillaba como un pájaro perdido.


A partir de este punto (para qué negarlo), la experiencia de la lectura es más reconfortante y enriquecedora. Y el paso por los poemarios Sobre una piedra extrema, Inscripciones y El libro, tras la duna es un viaje de placer, un recorrido psíquico que depara un buen número de imágenes y sensaciones asociadas. Creo que mis palabras se están vaciando de contenidos y no quisiera empezar a repetirme, de modo que prefiero dejar que sea el poeta quien ponga el punto final con estos versos que describen el descubrimiento de su pasión por la poesía:


Y, así, la noche,

el autobús que me llevaba a casa,

las palabras que vi como tomadas

por manos que sangraban, empezaron

a incendiarse en mi boca.



viernes, 15 de abril de 2011

Silencios

En un primer momento Faruk bey se calló, luego apuró el vaso y de repente dijo:
- Me he hecho viejo.
Guardaron silencio: ahora no era porque no puedieran entenderse, sino como si estuvieran satisfechos de haber comprendido que estaban de acuerdo en no entenderse. A veces dos personas se callan y su silencio es más elocuente que si hablaran.

La casa del silencio
Orhan Pamuk

jueves, 7 de abril de 2011

La ficción de la seguridad

Recuerdo el pánico que muchos sufrimos durante la famosa crisis de las “vacas locas” que se generó en el Reino Unido en la segunda mitad de la década de los noventa. Tengo que reconocer que yo fui uno de esos fanáticos que decidió no comer carne de ternera durante varios meses al no poder establecer con seguridad el origen de toda la carne que consumía o, aún peor, cuando conocía el origen de la carne, alegaba no tener motivos para confiar más en unos ganaderos que en otros. Muchos años atrás y, todavía saliendo de una adolescencia tardía, también viví de primera mano el miedo a la famosa bacteria asesina y, durante algunas semanas, me preocupaba sobremanera cualquier corte o herida que pudiera hacerme de forma accidental. Más recientemente, formas de gripe desconocidas para la opinión pública parecen irrumpir en la actualidad informativa como si de grandes campañas de publicidad se tratase. Las previsiones e hipótesis que se lanzaron con motivo de la gripe aviar eran aterradoras. ¿Y qué podría decirse de la gripe A? El propio gobierno se mostró asustadizo y tomó una serie de precauciones que unos meses más tardes acabaron por parecer un poco ridículas. Si bien son estos unos hechos que no deberían justificar un miedo excesivo, lo cierto es que me gustaría llevar el análisis a situaciones más delicadas, es decir, a determinadas tragedias producidas por los seres humanos o por la naturaleza. Los atentados del 11 de Septiembre de 2001 en Estados Unidos supusieron un claro punto de inflexión en algo que debería ser tan normal a estas alturas como viajar en avión. Los protocolos de seguridad fueron revisados de forma concienzuda y los aeropuertos se convirtieron en lugares más tediosos de lo que, en sí mismos, ya eran. Un caso más reciente y, si cabe, más terrible es el de la enorme tragedia que está sufriendo Japón desde el día 11 de marzo. Cuando la causa natural (un tsunami), se une a la causa humana (las centrales nucleares) contribuyendo así a hacer mayor el desastre y más insoportable el sufrimiento de la población, el miedo, desde luego, es más que comprensible. Para afrontarlo, vamos a revisar todas las centrales nucleares y a someterlas a unas pruebas de estrés (expresión que parece haberse puesto de moda). De esta forma, conseguiremos lo mismo que conseguimos cuando los gobiernos se aprovisionaron de vacunas y antivirales o cuando se adoptaron las férreas medidas de seguridad en los aviones tras el 11 de septiembre: recuperar la ilusión de control, ese sentimiento de seguridad que tanto necesitamos y que podría definirse como la tendencia de los seres humanos a creer que pueden controlar o influir en los resultados de procesos sobre los que, claramente, no tienen ninguna capacidad de influencia. No es que yo critique la necesidad de adoptar medidas y precauciones que, sin duda, son necesarias para garantizar la seguridad, el bienestar o la propia vida. Sin embargo, me gustaría plantear una reflexión. Hacemos todo tipo de cosas para mantener la ficción de nuestra seguridad y nuestra permanencia: escribimos libros, ponemos rejas a las ventanas, compartimos parte de nuestra vida privada con cámaras de videovigilancia, revisamos todos los protocolos revisables, eludimos las conversaciones sobre la enfermedad y el sufrimiento, nos declaramos incapaces de acudir a los tanatorios y a los hospitales... Y, sin embargo, rara vez nos atrevemos a revisarnos nosotros mismos y a preguntarnos por qué no podemos soportar la idea de vivir en un mundo imprevisible, por qué vivimos tan completamente ajenos a la certeza de saber que un día desapareceremos.

domingo, 3 de abril de 2011

Relaciones afectivas


De esto estoy seguro: las flores no sufren por amor.

sábado, 2 de abril de 2011

Fuera de modas

Soy perfectamente consciente del coñazo que estoy dando con Silvio Rodríguez, pero la verdad es que me da exactamente igual.

viernes, 1 de abril de 2011