jueves, 3 de junio de 2010

Invisible

Paul Auster es un contador de vidas, un escritor capaz de recrear el día a día de los arquetipos humanos que desentraña cuidadosamente, un analista capaz de aislar los más pequeños hechos cotidianos antes de transformarse en acontecimientos de la memoria o de la identidad, un ilusionista capaz de conjugar la más insignificante rutina con los rumbos imprevistos de una biografía. Invisible es la última de sus novelas publicadas en España y no creo que haya decepcionado a sus lectores habituales. A Paul Auster le gusta narrar la vida de escritores y esta novela no es una excepción. Con su tono habitual, que baila entre la confesión íntima y el libro de memorias, Auster recrea una variedad de paisajes que rompe las fronteras totalizadoras de la irrenunciable ciudad de Nueva York y este viaje geográfico va acompañado de otro técnico (me refiero a técnica narrativa), ya que el libro está escrito como novela en primera, segunda y tercera persona del singular y, en su última parte, como emulación de un diario íntimo. Esta vez, los temas que estructuran el discurso de Auster son la amistad, el amor, la familia, el odio, el remordimiento, el asesinato, la justicia. Pero, realmente, poco importan los temas de fondo que nos retrata en sus libros. Al menos para mí, el placer de la lectura de Auster está en su capacidad de huir del ritmo vertiginoso que impone la dictadura de la trama, de la imposición del final sorprendente por decreto. La literatura de Auster es vida, es capaz de captar el tiempo y ofrecerlo como un presente que está sucediendo en ese momento para el lector. No importa que el drama transcurra en 1967 en la Universidad de Columbia, el lector está instalado en él con la misma comodidad que experimenta en su propia casa. No sé si los más grandes expertos en Teoría de la Literatura estarían de acuerdo conmigo o me censurarían por lo que voy a escribir, pero pienso que esa capacidad de hacer sentir cómodo al lector, de no aburrirle ni engañarle, de ganarse su confianza sin necesidad de juegos de artificio, esta capacidad es una de las notas que definen la calidad en literatura.