jueves, 21 de octubre de 2010

La noche de los tiempos

La noche de los tiempos es la última de las novelas que ha publicado el escritor andaluz Antonio Muñoz Molina. En esta ocasión, Muñoz Molina nos lleva al Madrid republicano y, en concreto, a los meses previos al estallido de la guerra. En ese punto empieza un viaje que acaba en Estados Unidos cuando aún no había terminado el conflicto. En estos años decisivos de la historia contemporánea española, nos cuenta la historia de amor adúltero entre un español, el arquitecto Ignacio Abel, y una norteameriacana, la periodista y soñadora con vocación de escritora, Judith Biely. Con una maestría digna de un teorema, Antonio Muñoz Molina nos retrata el panorama que se dibuja en Madrid tras el fatídico 18 de julio, una ciudad en la que el fracaso de los sublevados se traduce en la organización de varias milicias, una por cada partido político, desconectadas entre sí, sin formación específica y con jerarquías de mando sin control. El baño de sangre, el miedo, el porvenir incierto, pueden sentirse con claridad mientras se va avanzando en un libro extenso, en el que ningún detalle quiso ser obviado. Siendo honesto, tengo que admitir que el escritor denuncia las barbaries cometidas en ambos bandos: nacional y republicano. Y, además, legítimamente, al centrar la trama de la novela en las calles de Madrid, la mayor parte de los crímenes que se denuncian son los cometidos por las milicias, que en nombre de sus utopías, fusilaban a aquellos que les parecían señoritos o, simplemente, no les despertaban simpatías, crímenes que eran contestados por aquellos que apoyaban al bando nacional en la clandestinidad con más sangre. Sin embargo, había algo que no encajaba. Evidentemente, cada uno es libre de dar escribir sobre lo que quiera pero me parecía excesivo el énfasis y el aparente ensañamiento que se tomaba el jiennense al criticar a determinados personajes de la vida pública española que se destacaron como defensores de la causa de la República, sobre todo, cuando se estaba dejando tan de lado la tragedia que iban sembrando los nacionales en la retaguardia. En estas circunstancias, encontré algo muy curioso. Por suerte, leo con cierta asiduidad los artículos que publica Muñoz Molina cada sábado y, casualmente, este verano, mientras disfrutaba de la magnífica novela que es La noche de los tiempos, leí el artículo Holocaustos para todos publicado en Babelia el día 10 de julio de 2010, en el que tras comenzar expresando la ligereza con que algunos reclaman haber padecido los horrores de un holocausto, se afirma lo siguiente:
Todos los que tuvimos la mala suerte de vivir durante la dictadura franquista y de despertarnos a la conciencia política y a la rebeldía en aquellos años ingratos sabemos lo despreciable y lo cruel que fue aquel régimen, y la saña con la que fueron perseguidos y muchas veces torturados quienes militaban contra él. Pero también sabemos que no era la Alemania de Hitler, ni la Unión Soviética de Stalin, ni siquiera la de Bréznev, ni la Rumania de Ceausescu, y que no fue igual la dictadura en el espanto de los primeros años de posguerra que en los sesenta.
Probablemente, no sea la mejor manera de hablar de los crímenes comentidos durante las guerras y las dictaduras utilizando el argumento falaz de la comparación. El dicho que las hace odiosas se basaría, en este caso, en que el dolor de las familias represaliadas no tiene nada que ver con el número de víctimas o la duración de los regímenes autoritarios. Por mucho que queramos quitarle importancia a la dictadura de Franco al compararla con la de Hitler o Stalin, a cualquier familia de Badajoz o la cuenca minera de Huelva le duele lo que ha sufrido y sigue sufriendo y no puede consolarse pensando que en Siberia murió más gente o Auschwitz. Pero como esta es la lógica que utiliza el escritor, voy a hacer una apreciación de su novela utilizando sus mismas armas. Si se trata de comparar, no entiendo por qué se centran tanto las críticas del libro en escritores como Alberti o Bergamín y apenas se menciona a personajes como Queipo de Llano. En comparación, las ridículas fiestas organizadas por Alberti en la Alianza de Intelectuales Antifascistas no tienen ninguna trascendencia cuando se enfrentan a la inmensa cantidad de asesinatos que se cometieron bajo las órdenes de personajes como el que acabo de mencionar.