miércoles, 20 de febrero de 2019

El cuarto del siroco



Pido disculpas por anticipado por las molestias o incomodidades que pueda causar la afirmación que me dispongo a hacer: al abordar la lectura de un libro de poesía, se nota mucho (demasiado) si lo que nos han vendido es una obra elaborada con un mínimo de seriedad, entendiendo por serio lo que establece el diccionario de la RAE en la cuarta acepción, es decir, aquello que es “real, verdadero y sincero, sin engaño o burla, doblez o disimulo.” Cualquier lector de poesía que se  haya preocupado de ir educando su gusto gradualmente percibe en seguida si lo que ha comprado es un producto nacido de la voluntad de alguien que sabe lo que hace o es, más bien, otra cosa. Supongo que a nadie extrañará este argumento o, tal vez, sería más exacto escribir que lo espero. Supongo, también, que a nadie podrá extrañar que identifique a Álvaro Valverde como uno de esos poetas que saben lo que hacen y cuya poesía es, como mínimo, real y verdadera.

Su último libro, El cuarto del siroco, es un claro ejemplo, una colección de poemas de aparente sencillez con los que dibuja una mirada profunda, una mirada capaz de detenerse ante las distintas vicisitudes existenciales con la misma naturalidad con la que desentraña un paisaje. El primero de los poemas, “A modo de poética”, es ya un posicionamiento. En él, se declara la voluntad de construir un discurso que se asemeje al agua “que pasa y que no vuelve” y “que revela cercano lo distante.” En coherencia con estos postulados, se va articulando un conjunto de textos en los que el entorno es una clave explicativa o, al menos, en esa creencia parece estar depositada parte de la esperanza del que escribe. En este sentido, comienza “Solo de texto” con una especie de advertencia: “Contemplo en lo que veo / la sed de otra distancia.” Y “Casas de Azuaga” se abre confirmando el valor de la vida (aunque podría cambiarse vida por escritura) como un camino de autoconocimiento: “La vida es una calle que me lleva / esta tarde de octubre hacia mí mismo.” Un conocimiento que tiene un origen exterior, que parte de la contemplación de un decorado urbano capaz de generar fragmentos veraces o mentirosos de la propia biografía. No es extraño, por tanto, que finalice el poema señalando que esas casas: “Están ahí, delante de tus ojos, / para darte noticia del que fuiste.” El lugar, la pura geografía, se convierte, así, en un asidero ante la angustia. Algo que queda certificado en “Constatación”, donde Valverde confiesa:

Tal vez por eso escribo
acerca de lugares.
Sitios donde la muerte
simplemente es más lenta.

Como ya ha podido adivinarse, la propia existencia es uno de los ejes fundamentales del libro, la extrañeza ante lo cotidiano, ante la vida que el azar nos ha otorgado. Es ésta la idea que fundamenta el texto “En otra parte”, un texto que juega con la fantasía de ser otro o, más bien, de haber sido el mismo en otro lugar “si le hubiera arrancado a su destino / una serie de pasos diferentes.” Por otro lado, en los versos del placentino, se siente la amenaza que la losa del tiempo vocifera. El primero de los poemas que forman parte de “Dos meditaciones” establece una especie de verdad inamovible, tan evidente y directa que roza la brillantez al concentrarse en los moldes del heptasílabo: “Uno no se acostumbra / a estar siempre muriendo.” En medio de este registro de productos vivenciales, aparece el amor de forma inevitable, un amor que es tratado de forma lúcida (un buen ejemplo es “Canción de aniversario”) y que no renuncia por ello a su carga emotiva (como puede comprobarse en el conjunto de textos breves que componen la pieza “Cinco poemas de amor”).

El proceso de creación poética es inseparable del pensamiento y es su serena luz la que parece iluminar algunos de los poemas de Álvaro Valverde. Este aspecto es perceptible, entre otros, en “Nogaledas”, “Viejo cerezo” y “El mirlo”, en el que se otorga al ave del título una potencia casi teleológica: “su trino da sentido a la mañana.” En este contexto, me parece destacable la aparición de temas que podríamos calificar como estrictamente intelectuales. Me refiero a poemas como “Meditación en Bohemia”, una sobresaliente apología de la lectura en la que se concluye que algunos libros: “Son razón suficiente para cierta esperanza”.

El pasado 5 de octubre la sección DarDos de El Cultural se dedicó a una de las tendencias que azotan el panorama literario nacional. En ella, se publicaba una columna de Álvaro Valverde que se cerraba con un rotundo: “Pobre poesía.” Comparto y apoyo sin reticencias este diagnóstico. Sin embargo, mientras sigan publicándose libros como El cuarto del siroco, no perderé la esperanza de que aún sobrevive la cordura en el superpoblado (y, a menudo, desconcertante) sector editorial de este país.