Pido disculpas por
anticipado por las molestias o incomodidades que pueda causar la
afirmación que me dispongo a hacer: al abordar la lectura de un
libro de poesía, se nota mucho (demasiado) si lo que nos han vendido
es una obra elaborada con un mínimo de seriedad, entendiendo por serio lo que establece el diccionario de la RAE en la cuarta acepción, es decir, aquello que es “real, verdadero y sincero,
sin engaño o burla, doblez o disimulo.” Cualquier lector de poesía
que se haya preocupado de ir educando su gusto gradualmente
percibe en seguida si lo que ha comprado es un producto nacido de la
voluntad de alguien que sabe lo que hace o es, más bien, otra cosa.
Supongo que a nadie extrañará este argumento o, tal vez, sería más
exacto escribir que lo espero. Supongo, también, que a nadie podrá
extrañar que identifique a Álvaro Valverde como uno de esos poetas
que saben lo que hacen y cuya poesía es, como mínimo, real y
verdadera.
Su último libro, El
cuarto del siroco, es un claro ejemplo, una colección de poemas
de aparente sencillez con los que dibuja una mirada profunda, una
mirada capaz de detenerse ante las distintas vicisitudes
existenciales con la misma naturalidad con la que desentraña un
paisaje. El primero de los poemas, “A modo de poética”, es ya un
posicionamiento. En él, se declara la voluntad de construir un
discurso que se asemeje al agua “que pasa y que no vuelve”
y “que revela cercano lo distante.” En coherencia con
estos postulados, se va articulando un conjunto de textos en los que
el entorno es una clave explicativa o, al menos, en esa creencia
parece estar depositada parte de la esperanza del que escribe. En
este sentido, comienza “Solo de texto” con una especie de
advertencia: “Contemplo en lo que veo / la sed de otra
distancia.” Y “Casas de Azuaga” se abre confirmando el
valor de la vida (aunque podría cambiarse vida por escritura) como
un camino de autoconocimiento: “La vida es una calle que
me lleva / esta tarde de octubre hacia mí mismo.” Un
conocimiento que tiene un origen exterior, que parte de la
contemplación de un decorado urbano capaz de generar fragmentos
veraces o mentirosos de la propia biografía. No es extraño, por
tanto, que finalice el poema señalando que esas casas: “Están
ahí, delante de tus ojos, / para darte noticia del que fuiste.”
El lugar, la pura geografía, se convierte, así, en un asidero ante
la angustia. Algo que queda certificado en “Constatación”, donde
Valverde confiesa:
Tal vez por eso
escribo
acerca de lugares.
Sitios donde la muerte
simplemente es más
lenta.
Como ya ha podido
adivinarse, la propia existencia es uno de los ejes fundamentales del
libro, la extrañeza ante lo cotidiano, ante la vida que el azar nos
ha otorgado. Es ésta la idea que fundamenta el texto “En otra
parte”, un texto que juega con la fantasía de ser otro o, más
bien, de haber sido el mismo en otro lugar “si le hubiera
arrancado a su destino / una serie de pasos diferentes.” Por
otro lado, en los versos del placentino, se siente la amenaza que la
losa del tiempo vocifera. El primero de los poemas que forman parte
de “Dos meditaciones” establece una especie de verdad inamovible,
tan evidente y directa que roza la brillantez al concentrarse en los
moldes del heptasílabo: “Uno no se acostumbra / a estar siempre
muriendo.” En medio de este registro de productos vivenciales,
aparece el amor de forma inevitable, un amor que es tratado de forma
lúcida (un buen ejemplo es “Canción de aniversario”) y que no
renuncia por ello a su carga emotiva (como puede comprobarse en el
conjunto de textos breves que componen la pieza “Cinco poemas de
amor”).
El proceso de creación
poética es inseparable del pensamiento y es su serena luz la que
parece iluminar algunos de los poemas de Álvaro Valverde. Este
aspecto es perceptible, entre otros, en “Nogaledas”, “Viejo
cerezo” y “El mirlo”, en el que se otorga al ave del título
una potencia casi teleológica: “su trino da sentido a la
mañana.” En este contexto, me parece destacable la aparición
de temas que podríamos calificar como estrictamente intelectuales.
Me refiero a poemas como “Meditación en Bohemia”, una
sobresaliente apología de la lectura en la que se concluye que
algunos libros: “Son razón suficiente para cierta esperanza”.
El pasado 5 de octubre la sección DarDos de El Cultural se dedicó a una de las tendencias
que azotan el panorama literario nacional. En ella, se publicaba una
columna de Álvaro Valverde que se cerraba con un rotundo: “Pobre
poesía.” Comparto y apoyo sin reticencias este diagnóstico.
Sin embargo, mientras sigan publicándose libros como El cuarto
del siroco, no perderé la
esperanza de que aún sobrevive la cordura en el superpoblado (y, a
menudo, desconcertante) sector editorial de este país.