viernes, 5 de diciembre de 2008

Carlos Paredes

Como contrapunto a aquella crítica severa a la cúpula de Barceló, os quiero hablar de Carlos Paredes, probablemente, el mayor genio en el arte de tocar la guitarra portuguesa. Según la fadista Misia, nunca abandonó su ordinario trabajo y, para sus actuaciones en directo, sólo cobraba el viaje y la estancia. Si queréis oírle, el título de la entrada es un link a youtube.

Diciembre

Me alegro profundamente de que sea diciembre y de este frío temible, de este frío que me deja casi engarrotadas las manos mientras voy tecleando con algo de prisa, de este frío que tiene mis nudillos convertidos en papel de lija y que sufro en la garganta y en los pies. A pesar de la cercanía de las Navidades, de su tristeza intrínseca, de su desaforada inercia consumista. Y digo más: a pesar de que quedan horas para que se encienda una vez más el alumbrado de las calles, esa aberración, ese despilfarro, que, si seguimos con esta carrera hacia lo absurdo llegaremos al punto de tener que apagar las luces en Navidades para hacer algo diferente durante las fiestas. Pues aún así me alegro. Y me alegro porque esta tendencia reciente del tiempo atmósferico español a los inviernos cálidos y a veranos insoportablemente largos (desde febrero hasta octubre en el peor de los casos), me estaba haciendo perder cierta esperanza de estabilidad del mundo en que yo he vivido desde siempre. Estos inviernos cálidos que hemos tenido en años anteriores eran para mí como un signo de muerte de un pasado reconocible y entrañable, en el que había días que no apetecía salir a la calle y eran unas claras invitaciones a la literatura. ¿Qué poemas pueden escribirse, qué libros pueden leerse sin un mínimo recogimiento, sin una mínima intimidad individual que no sea constantemente alterada por invitaciones a lo externo? Acabo de empezar a leer una novela muy apropiada en este momento y que, desde la página 30, ya me atrevo a recomendarla se trata de Nieve de Orhan Pamuk, a quién fue concedido el premio nóbel en 2006. En la novela, un periodista y poeta turco vuelve al pueblo donde pasó parte de su infancia, después de largos años exiliado en Alemania. Y vuelve para hacer la cobertura informativa de unas elecciones municipales con mucha tensión (el anterior alcalde ha sido asesinado), así como para escribir un reportaje sobre una oleada de suicidios de mujeres jóvenes. Supongo que quién me lea se estará preguntando por qué esta novela es tan apropiada. La respuesta es que, en la novela, la nieve no deja de caer y, como puede suponerse, la sensación de frío que transmiten sus páginas es evidente. Por si todo esto pareciera poco, el fin de semana que se aproxima es largo. Vino, café, estufa, manta, Pamuk. ¿Acaso hay un plan mejor?