jueves, 31 de marzo de 2011

Con la excusa de Canino

Canino es una película que no me atrevo a recomendar. Situada en un espacio de nadie en lo que se refiere a géneros, la trama ante la que nos sitúa Giorgos Lanthimos es capaz de evocar todas las situaciones que pueden generarse en un ambiente de manipulación y control mental: la comedia, la tragedia, la violencia, el terror, la incomunicación, la vergüenza, la degeneración, el incesto, la inmadurez. Canino es una muestra más de la habilidad de ciertos directores de cine (muchos de ellos europeos) para mostrarnos el lado cotidiano de aquellas caras más amargas de la realidad. Lejos del algodón de azúcar al que nos tiene acostumbrados la industria que suele copar las salas comerciales, hay una serie de realizadores comprometidos en la vocación de complementar la imagen que el cine, como expresión artística, proyecta de la sociedad. Sin miedo a polemizar y haciendo caso omiso de las hipócritas acusaciones de “querer vender ofreciendo morbo” (que les llueven desde sectores partidarios de títulos como American Pie), podemos afirmar con esperanza que sigue habiendo otro cine; un cine que quizás no siempre divierta ni permita al espectador una sesión de mínima actividad mental, pero conviene recordar que tanto en la vida como en el arte no todo es divertido siempre, ni se regala sin exigir, al menos, un pequeño esfuerzo. A pesar de todo lo expuesto y como ya apunté al empezar, no me siento capaz de recomendar esta película por varias razones. Soy consciente de lo fuertemente arraigados que están, en ocasiones, los prejuicios de ciertos espectadores de cine y la violenta forma que adoptan cuando presencian escenas en las que se rompen de manera explícita los cánones convencionales del séptimo arte. Esto se hace especialmente patente en el sexo, la sangre, las relaciones familiares disfuncionales o las síntomas neuróticos y compulsivos presentados de forma realista. Dicho con claridad: la película puede herir los sentimientos o provocar turbulencias en el pensamiento de cualquiera que se detenga verla, lo cual no supone arrojar dudas sobre su calidad. Aquellos que, queriendo hablar en nombre de la mayoría, dejan que sus prejuicios se derramen y pretenden hundir determinadas propuestas culturales descalificándolas o burlándose de quiénes las apoyan, no hacen más que quedar en evidencia. Recuerdo haber discutido muchas veces sobre David Lynch, uno de los cineastas que más gustan. En una ocasión, alguien me dijo que no podía gustarle una película que no era capaz de entender. Poco antes, había manifestado su admiración por Rammstein a pesar de su absoluto desconocimiento de la lengua alemana. Creo que la anécdota es clarificadora.

martes, 29 de marzo de 2011

Paso las noches emborrachándome de voces.

domingo, 20 de marzo de 2011

¿Qué es para ti Portugal?


Si tuviera que enfrentarme a esta pregunta, solamente podría responder con imágenes. Aunque necesitaría varias, creo que esta foto se acerca bastante a la idea que me he construido.

Monsaraz

jueves, 17 de marzo de 2011

Fútbol y parcialidad

Hace ya muchos años que estoy convencido de esto: la objetividad y la neutralidad no existen, ni han existido nunca. Cualquiera que tenga que mediar, juzgar, decidir, entre dos partes enfrentadas tiene el deber de intentar comportarse de la manera más imparcial posible y, para ello, lo más importante es ser consciente de su propia parcialidad. Empiezo con esta reflexión porque hoy (le pese a quien le pese) quisiera escribir sobre fútbol y, desde luego, no hay un ámbito donde se aprecie con mayor claridad la afirmación con la que empezaba este texto que el fútbol, un deporte que se ha convertido en muchas cosas: a ratos arte, a ratos ocio, a ratos violencia, pero siempre negocio. Si resultan poco creíbles aquellos que quieren presentarse como neutrales en cualquier ámbito de la vida, en el fútbol, los que se pretenden abanderados de la imparcialidad demuestran continuamente la inconsistencia de su pose y acaban, en ocasiones, por parecer más radicales que quienes claramente muestran sus preferencias. Si alguien estaba echando de menos que me refiriese a un libro, que no se preocupe. Evidentemente, estos simples apuntes se justifican como reflexión tras la lectura de El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano, un libro escrito por un apasionado del fútbol y que se convierte en un gozo pleno para el lector futbolero, como es mi caso. Empieza Galeano el libro con una declaración de intenciones, mostrando cuáles son los colores que defiende desde niño, pero advirtiendo que se declara un aficionado al buen fútbol se lo ofrezca quien se lo ofrezca. Como puede suponerse, ante tal declaración de neutralidad, se encendieron en mi cerebro las alarmas del escepticismo. Sin embargo y como ya he dicho más de una vez, tengo por costumbre adoptar una empatía incondicional hacia el autor de un ensayo durante el tiempo que me dedico a su lectura. Así que me abandoné a sus páginas y la experiencia fue muy satisfactoria. El futbol a sol y sombra es una colección de anécdotas y datos históricos hilvanados con un fino estilo que se mueve entre la narración y la exposición. Está organizado en torno a breves epígrafes o capítulos que van desgranando la historia del propio deporte, de sus reglas y de los Campeonatos del Mundo disputados hasta la fecha. Además, el libro es un repaso a la figura de algunos de los mejores futbolistas de todos los tiempos, una revisión de los roles de todos los personajes que intervienen en el fútbol, un rescate de pequeñas historias y anécdotas casi olvidadas, una recopilación de goles que han conseguido sobrevivir en las memorias de los aficionados de todo el mundo. Por supuesto, no podría ser de otra manera, Eduardo Galeano ejerce también de denunciante de los excesos y la podredumbre que esconde el negocio en el que se ha convertido el fútbol. Lo que no esperaba era la sorpresa que estaba reservada para mí en las últimas páginas del libro. En el último de los anexos, se hacía una breve crónica del Mundial de Sudáfrica y aquí pude ver con claridad que mi respetado Eduardo Galeano no es más que otro parcial que pretende ponerse la máscara de la neutralidad. Después de todo un libro con grandes elogios hacia el futbolista atacante, amigo del regate y de adornarse con habilidades espectaculares, después de declararse aficionado al buen fútbol venga de donde venga, después de criticar a aquellos que se dedican a destruir el fútbol e impedir que se juegue, parece que estas teorías se derrumban cuando llegamos al presente. Comienza el autor lamentándose del más que discreto papel de las selecciones africanas en el campeonato y alegrándose del buen trabajo realizado por su país, Uruguay. Lo que no se dice es que el último país africano eliminado, Ghana, tuvo que hacer las maletas después de que Uruguay lo eliminara usando una estrategia sucia, lamentable. Recordemos que el delantero Mario Suárez evita un gol con la mano que hubiera supuesto la derrota de Uruguay y que el penalty señalado como consecuencia de su acción fue fallado por unos africanos a los que no les acompañó la fortuna, ni el trato deportivo. Por otro lado y tratándose de uno de los Mundiales, en el que el ganador lo ha hecho con una mayor solvencia y calidad, el comentario sobre España y sus jugadores es mínimo: se limita a reconocer que se ganó en buena ley, gracias a un fútbol solidario y a la habilidad de un mago llamado Iniesta. Y nada más. Por último, señala la decepción que supusieron las dos grandes estrellas del momento: Cristiano Ronaldo y Messi. Sin embargo, las razones que se aducen en cada caso son bien distintas. Se nota que uno es suramericano y el otro, por lo que parece, un simple portugués. De Messi se dice que hizo lo que pudo. Estoy de acuerdo. Messi hizo lo que pudo en una selección tan desastrosa como el carácter de su seleccionador. Y pienso que lo mismo le sucedió a Cristiano Ronaldo. De éste, en cambio, sólo se dice que estaba demasiado ocupado en autoobservarse cuando, precisamente, el portugués es uno de esos jugadores que Galeano alaba durante el libro, de los que sacrifican la eficiencia en favor de la belleza y prefieren adornarse con taconazos y regates imposibles, que con frecuencia le hacen recibir insultos. Si Portugal estuviera en el Cono Sur, otro gallo le cantaría.

domingo, 13 de marzo de 2011