Tengo el placer de
dedicar esta columna a un tema que me apasiona, un tema que
descubrí por el cine y al que sigo dedicando mis horas de séptimo
vicio cada vez que tengo la ocasión, un tema que está
infrarrepresentado en el panorama de la narrativa de calidad
y, por supuesto, en el ámbito del ensayo: la mafia. Soy un
entusiasta de las películas de mafiosos. No me duelen prendas en
admitir que, para mí, no hay mejor película que El Padrino (la
primera parte, evidentemente). Vibro con el código visual y verbal
con que se construyen las historias. Me encantan los ajustes de
cuentas, las deudas de juego, los camiones robados, las disidencias,
las traiciones, los cambios de bando, el sometimiento, la fidelidad,
la ostentación. Todo esto es, sin embargo, lo menos destacable de un
magnífico libro que me acompañó durante gran parte del verano
pasado: Honrarás a tu padre. Publicado originalmente en 1971,
Honrarás a tu padre es un libro de no ficción que analiza
desde dentro y con una exhaustividad que, a ratos asusta y extraña,
el mundo del crimen organizado en el ámbito de las comunidades de
italianos emigrados a Estados Unidos. Para que se me entienda, creo
que la mejor comparación que puede hacerse es que estamos ante un
A-sangre-fría sobre la Mafia. Su autor, el periodista italoamericano
Guy Talese, siguiendo una cuidada estrategia de acercamiento elegante
y respetuoso, logró intimar y forjar una amistad duradera con Bill
Bonanno, hijo de Joseph Bonano, uno de los jefes más poderosos e
influyentes que ejercía su autoridad en la ciudad de Nueva York.
Como hijo de Joseph Bonanno, Bill estaba llamado a convertirse en su
sucesor y ello marcó toda su vida. Desde su infancia y su
adolescencia, cuando era mirado con curiosidad morbosa por sus
compañeros de escuela, hasta su etapa adulta, en la que tanto la
vida personal (matrimonio, crianza de los hijos) como su vida
profesional (la incapacidad de encontrar un trabajo aceptable y
abandonar la tendencia familiar, el constante peligro que le rodeaba
por estar en el centro de una de las mayores guerras entre familias
que se produjeron) estuvieron fuertemente afectadas y muy lejos de lo
que podría considerarse una vida normal. Honrarás a tu padre
es un análisis de la vida personal, de las frustraciones vitales,
profesionales y familiares de quien podría haber sido uno de los más
importantes personajes en la historia de la Mafia. El libro rompe la
imagen de vida emocionante y llena de acción de aquellos que
vivieron inmersos en semejante estilo de vida. Lejos de las
persecuciones y las decisiones firmes, la vida de los mafiosos pasa
por ser aburrida y solitaria con largos periodos de reclusión,
escondidos de los peligros reales que les acechan y que no siempre
vienen de los enemigos de otras familias, también de los agentes de
la autoridad que, usando artimañas legales e ilegales trataban de
frenar los negocios de estas organizaciones y, en ocasiones, también
de usarlos como cortinas de humo para evitar que otros temas, como
los fracasos en política exterior, centrasen los debates de la
opinión pública. Honrarás a tu padre es un gran libro.
Decisivo, fundamental para quien quiera acercarse a la realidad y a
los hechos históricos que han dado tanto material para esas
adorables ficciones de Hollywood que responden a nombres como
Infiltrados o Uno de los nuestros. Y esto es así y
puede apreciarse, incluso, a pesar de su traducción. No es que se
trate de una de esas traducciones que destrozan un libro. Al
contrario, está muy bien llevada y da una fluidez al texto que se
agradece, probablemente, una fluidez que ya se encuentra en el texto
original. Sin embargo, advierto a los posibles candidatos a lectores
que se trata de una traducción latina donde se abusa del papá y el
mamá, donde los coches son autos y los apartamentos no están
amueblados sino amoblados. Entiendo que esta sensación de mínima
molestia es la misma que siente un lector mexicano ante una
traducción más españolista, por llamarla de alguna manera.
Por eso, lo que yo defiendo es tanto su derecho a su estilo de
traducción como el mío, y no entiendo cómo Alfaguara se conforma
con distribuir una traducción como ésta entre los lectores
españoles en los que no es raro cierto prejuicio ante este tipo de
vocablos. Yo, de hecho, he de reconocer que hubiera disfrutado más
leyendo “Bill apagó la radio y esperó en el coche” de lo que lo
hice leyendo “Bill apagó la radio y esperó en el auto”.
lunes, 28 de enero de 2013
miércoles, 23 de enero de 2013
Ahí y ahora
Ahí y ahora es el
cuarto volumen en el que se recogen los relatos completos de Julio
Cortázar en Alianza Editorial. Se trata o, al menos así nos lo
lleva años vendiendo la editorial, de una reorganización de las
narraciones breves por parte del autor que atiende a la afinidad
temática, antes que al orden cronológico de escritura o, por
decirlo más claramente, al libro o colección en el que aparecieron
públicamente en su momento. Hay algo que está claro: si tenemos que
creer que esto es cierto (y no solamente una obligación editorial
impuesta al autor para poder revender en un formato nuevo una obra
que ya estaba íntegra y coherentemente publicada), este cuarto
volumen es el argumento más claro en favor de esta reordenación.
Los anteriores (Ritos, Pasajes y Juegos) reunían un volumen abultado
de cuentos que, sin duda, estaban entrelazados entre sí por
criterios innegables, difícilmente expresables, pero innegables.
¿Acaso no es la producción de cuentos de Cortázar una obra
perfectamente enlazada, un cuerpo de historias con una estilo único
y claramente reconocible donde la calidad y la intensidad se
mantienen a niveles muy altos? Sin embargo, sí es cierto que Ahí
y ahora, el cuarto y último volumen, mantiene una unidad entre
los cuentos incluidos que está clara: el centro de la acción
narrativa está relacionado con la violencia, especialmente, con la
violencia que nace a partir de la ideología y los intereses
políticos y, también, con la espeluznante violencia ejercida por
los Estados dominados por dictaduras militares, una violencia que tan
bien conocieron todos los sudamericanos que vivieron en las décadas
de los sesenta, los setenta y los ochenta. Sin renunciar al lado
fantástico, al más crudo realismo, a la representación de la vida
como un conjunto de casualidades que parecen nimias y aisladas entre
sí pero acaban por conformar una fuerza irreprimible que marca los
azarosos destinos individuales, estos relatos se detienen en la falta
de libertad de expresión, en la tortura, las persecuciones políticas
a manos de grupos paramilitares, la interminable caterva de
burócratas que hacen de tapadera a las dictaduras, el sabotaje de
gobiernos no afines a las líneas establecidas por la Agencia Central
de Inteligencia, la clandestinidad, el terrorismo e, incluso, las
posibles patologías psicológicas que podrían estar de base en las
personalidades contaminadas por un modelo autoritario, ya ejerzan el
rol de líderes o el de sometidos, el de esa amplia base social que
mantiene con su ceguera política el poder de un gobierno que les
oprime. Y todo esto, como siempre, salpicado por esas verdades
pequeñitas, cotidianas, que nos lanza Cortázar como si no se diera
cuenta de ello, como si no tuvieran importancia, como si uno no
sintiese la necesidad de buscar un lápiz y subrayar ciertos pasajes
como un febril estudiante que teme olvidar un concepto importatísimo
en la víspera de ese examen que todo lo justifica. Por ejemplo,
“siempre se fuma demasiado cuando se tiene que esperar” o, más
abajo en la misma página, esa sentencia de un señor calvo que pisa
un cigarrillo para apagarlo contra el suelo: “La vida es una sala
de espera”. Terminé de leer Ahí y ahora como un neófito,
como ese que también era hace catorce años y empezaba a leer
Rayuela frotándose los ojos, sin tener demasiado claro cómo
era posible escribir así, preguntándome de dónde nace ese talento,
esa capacidad para mantener al lector atado a la página y y
deslumbrarle con una última chispa que le obliga a sonreír, que le
hace admitir que se está ante las enseñanzas de un maestro. Los
relatos de Cortázar tienen siempre la capacidad de aparecer ante
nuestros ojos como un producto fresco y novedoso. Por mucho que se conozca
la historia o el desenlace, no existe el aburrimiento o la rutina
cuando uno, como lector, se deja llevar por un tal Jiménez a un
hotel de La Habana o se decide a hacer de acompañante de Estévez
al combate entre Monzón y Nápoles. Quizá, éste sea el secreto de
la gran literatura, su capacidad inagotable para sorprendernos y
abstraernos en cualquier momento, como si, por la acción de una
especie de brujería, las palabras en ese orden hubieran adquirido un
poder ilimitado de embeleso. “Mejor pensarlo así como un conjuro”.
Etiquetas:
Cortázar,
Libros,
Literatura,
Narrativa
Suscribirse a:
Entradas (Atom)