sábado, 13 de abril de 2013

Situación del Mercado

Supongo que es normal que me sienta tan identificado con la letra de aquella canción de Joan Manuel Serrat que trata acerca de la amistad y cuyo estribillo se corona con “lo mejor de cada casa”. Es una sensación que se agranda cuando, por ejemplo, a uno le llega un correo electrónico de su amigo Miguel Mejía en el que explica que lleva ya a algún tiempo trabajando en la traducción de la obra de un poeta alemán que no tiene ningún libro traducido al español, que tiene ya una versión bastante consolidada de uno de sus tres poemarios y que me la adjunta en un archivo pdf para que, cuando pueda, la lea con ojos de lector medio, le diga si encuentro algunos giros raros, si se entienden o no se entienden los poemas. El poeta se llama Nicolas Born. El libro, Situación del Mercado, es el primero de los tres que escribió y su composición está enmarcada entre los años 1965 y 1967 en la Alemania del Oeste. Tengo que confesar que me siento como un intruso en casa ajena al intentar comentar los poemas que componen el libro. En cierto modo, es como si me faltase legitimidad, como si fuera demasiado presuntuoso. En cualquier caso, cuando empecé a leer el libro, me pareció que estaba ante una especie de poesía del indicio, en la que bajo un manto aparente de normalidad excesiva, se van atisbando algunos fogonazos de razón, de clarividencia, algo que se percibe especialmente en el poema que da título al libro “Situación del mercado” y que termina sugiriendo: Es curioso el invierno / antes de llegar. Según se va avanzando, no es difícil comprender que los temas y ambientes que el libro plantea son mucho más diversos y aparecen ante el lector por todas partes referencias a múltiples aspectos de la vida y el pensamiento que se van desgranando lentamente, pero sin tregua. Así, nos encontramos con poemas como “Autorresponsabilidad” con otro final contundente: Cada uno alguna vez se plantea la pregunta / de si conduce él mismo o se deja conducir. Poemas sobre la prensa, la televisión, autorretratos, erotismo, política, envejecimiento, amor, muerte, van, poco a poco, abriendo un camino, desenterrando el que, a mi entender, es el verdadero eje de estos poemas. No me gusta hacer afirmaciones categóricas, pero, desde mi punto de vista, la poesía desplegada por Born en Situación del Mercado es una poesía del sentido común. Es esta una idea que fue formándose en mis ojos de lector que busca una posible columna para Las Afueras y que vi refrendada cuando, al llegar al poema “Sobre las casas”, leí:



Ya nadie se sorprende.

Para comprenderla, a la muerte hay

que dividirla entre la multitud. Las cifras

son un factor musical, provocan

sentido común.



Se entienden así otros matices cuando se vuelve a los versos subrayados a lo largo de las páginas. Parece, entonces, que hay pequeños manuales para la vida escondidos en cualquiera de los poemas. Así, “Elogio del colectivo” nos señala: (…) estando en buenas manos / tampoco pregunta nadie por el clasicismo. “Por fin ya no queda nada que perder” nos recuerda que: Obviamente pasan las semanas / los movimientos tienen su sentido igual que antes. “Intento lamentarme” plantea con claridad una cuestión muy seria: Qué he hecho yo para que me consuma / la luz eléctrica. Y, por supuesto, en uno de los poemas que forman parte de la sección “Necrologías” nos alumbra una certeza: y me causó sorpresa / que se pueda envejecer con buen humor. No sé si a todos os pasa lo mismo, pero, a veces, tengo la sensación de que nunca agradecemos de forma suficiente, nunca reconocemos la verdadera dimensión del mérito que tiene la labor de traducir.

lunes, 1 de abril de 2013

El jersey rojo

Carlos Bousoño, Luis María Anson, Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald, Víctor García de la Concha, Clara Janés, Jaime Siles y Luis Antonio de Villena concedieron el Premio Visor Loewe a un libro de poemas llamado El jersey rojo firmado por el cordobés Joaquín Pérez Azaústre. En la contraportada del libro, puede leerse una opinión de Pere Gimferrer sobre el mismo: “la verdadera poesía -y El jersey rojo lo es- se forma en el crisol de muchas poesías precedentes, y, en la medida en que accede así a la belleza autónoma y exenta, podemos reconocer algo a la vez inconfundible e infrecuente: la escritura de un auténtico poeta.” Ahora es definitivo: no tengo ni idea sobre poesía, soy un auténtico “paquete” en esto y jamás se os ocurra seguir mi criterio (si es que puedo permitirme usar esa palabra) o mis recomendaciones. Por favor, que nadie las siga, porque yo, tan poco aficionado a la polémica y al ejercicio de llevar la contraria por sistema, si tengo que expresar mi opinión sobre El jersey rojo solo puedo decir que nunca he leído tantísimos poemas seguidos que me hayan comunicado tan poco, que apenas me hayan dicho nada, que hayan despertado en mí tan poca curiosidad, tanta indiferencia. Dice mi amigo Manuel Moya que, muchas veces, ser finalista en un premio es más un insulto que un reconocimiento. De alguna manera hay que justificar que el libro que ha ganado es el mejor. No quiero pensar en los finalistas del Visor Loewe de aquella edición, sobre todo, con la cantidad de historias que uno ya ha escuchado sobre los rigurosísimos criterios que se siguen algunas veces en la entrega de premios. No sé si mi cabreo me viene más de la incomprensible veneración que se rinde ante determinadas formas de poesía que parecen regocijarse en su vacuidad o de la certeza de conocer la seriedad de algunos de libros que se presentan a este premio y no tienen tanta suerte. Fue mi curiosidad la que me llevó a acercarme a este libro. Recuerdo haber leído en el Babelia una reseña sobre el poemario, una de las muchas que leo como un automatismo sin que eso me lleve, por lo general, a la compra. Supongo que fue una estupidez, pero cuando leí que el libro incluía un poema llamado “Breve historia del gin-tonic” me dije a mí mismo que tenía que leer ese poema, me parecía una propuesta muy original y, durante mucho tiempo, estuve tratando de localizar ese poema de forma infructuosa. Pasaron los años y, por mera casualidad, encontré en algún rincón de internet un archivo pdf de descarga gratuita que hace las veces de breve antología del Premio Visor Loewe. Allí pude al fin leer el codiciado poema y me llevé la lógica y habitual decepción de aquel que ha puesto demasiadas esperanzas en algo y lleva un largo tiempo idealizando. En ese instante, decidí comprar el libro y darle una oportunidad pese a esta primera impresión. Se ve que me equivoqué, al igual que me había equivocado pensando que aquel poema sobre el gin-tonic y la Generación del 50 iba a interesarme. Evidentemente, no estoy diciendo que El jersey rojo sea un libro insoportable, indefendible y en el que todo haya de ser desechado, pero, desde luego, yo no soy capaz de justificar por los versos leídos la reverencial admiración que se parece rendir a su autor. Y es extraño porque, precisamente, se trata de uno de esos libros que se apoya en símbolos, iconos y temas que a mí, como lector, me interesan especialmente. Sin embargo, siempre parece haber algo que los desvirtúe como, en el ya citado poema, con un contenido más cercano a lo que sería una bonita columna de dominical que a un texto lírico. O, por decirlo más claramente, yo nunca pensé que sería capaz de aburrirme leyendo un poema sobre Ciudadano Kane y la experiencia me ha demostrado lo contrario. Creo que lo que me dejó más perplejo, sin embargo, es el recurso al caligrama. Lo siento, pero, a estas alturas, no estoy dispuesto a admitir ciertas concesiones efectitstas. No eludiré los aciertos que he ido encontrado al avanzar en la lectura, los buenos poemas como “Confesión”, “Canto nocturno”, “Última voluntad”, “Junio”, “Canto nocturno”, “La vida en los balcones” o “El jersey rojo”. Aun así, se trata de poemas de los que no he podido disfrutar plenamente y me queda la sensación de estar intentando salvar algunas cosas del poemario para no incurrir en una columna demasiado incendiaria. Sí puedo afirmar con rotundidad, en cambio, que se nota que detrás de estos poemas hay un escritor bien formado y con mucho oficio y no alguien que se ríe de la poesía mientras se beneficia de ella (algo tan desgraciadamente habitual en nuestros días). Lleva razón mi amigo Daniel Salguero cuando dice que vivimos la larga resaca de la poesía de la experiencia y que eso nos hace encontrarnos con elementos extraños por su excesiva normalidad en el discurso lírico. Y, dicho esto, tengo que admitir que nunca pensé que iba a atreverme a hacer una afirmación semejante y que, como suele decirse, siempre salta un cojo.