lunes, 25 de noviembre de 2013

Te Deum

Cerré la temporada pasada de columnas con la reseña de un libro que debía a Miguel Mejía y abro la temporada presente de la misma forma. En la antesala del verano, me despedí con un libro de poemas con el que Miguel había ganado su más reciente premio. En esta ocasión, me ocupo de uno de sus trabajos como traductor. Cuando hace ya algunos años, Miguel nos comunicó que había decidido abandonar Alemania para probar suerte en Polonia, nadie tuvo la menor duda de que aprendería polaco sin demasiada dificultad. No por ello dejé de sorprenderme cuando me contó que estaba traduciendo a un poeta polaco llamado Tadeusz Dabrowski, nacido en 1979 y que vive en Gdansk, esa ciudad en la que se desarrolla la historia de El tambor de hojalata. El poemario en cuestión se titula Te deum y, como cualquiera puede imaginar, con un título así ya nos están dando muchas pistas sobre los ejes temáticos del libro, aunque un aventurero juicio previo puede forjar unas expectativas desajustadas. Evidentemente, uno de los temas fundamentales del libro es la muerte, pero no se acerca a ella el poeta con un tono oscuro y plañidero, más bien, se trata, en mi opinión, de desdramatizar, haciéndonos conscientes, por ejemplo, del placer que sentimos al matar mosquitos en contraposición a las hondas reflexiones que nos induce la muerte de nuestro perro. O imaginando juegos dialógicos imposibles, como en el comienzo de un poema sin título donde podemos leer: “El vivo no comprenderá al muerto el muerto comprenderá / al vivo y su incomprensión”. La reflexión en torno a la muerte toma también la forma de un escepticismo sobre la realidad vivencial. Es muy claro este aspecto en el poema en el que Dabrowski comienza interrogándose: “Cuántas veces he muerto ya en la vida, es difícil decirlo, / porque es seguro que morí.” Hacia el final, el poema parece decirnos que, por muy conscientes que seamos del fin de la vida, es lícito preguntarse hasta qué punto es real lo real, cómo tomar la decisión de creer o descreer de la propia experiencia. Poco a poco, el poemario se va transformando, abriéndose a temáticas más diversas que incluyen los estilos de vida, la moral, la identidad, el erotismo, el amor y la propia actividad de escribir que aparece siempre mezclada, cosida, enroscada a alguno de los temas ya citados. El tono, sin embargo, se mantiene constante y, aunque es inevitable alguna incursión en la tristeza o el desamparo emocional, siempre queda como trasfondo una mirada burlona que, en mi opinión, no pretende restar importancia a lo que se cuenta, sino establecer una distancia necesaria con la emoción pura que facilita la construcción del poema. Como en el “Tratado de zoología (socialmente comprometido)”, cuyo final nos plantea:

       … ¿habría matado a tiros un chimpancé a cinco
trabajadores del Kredyt Bank? No creo, a no ser que

fuera por divertirse, y en un jardín zoológico.

Un claro ejemplo de temáticas entrelazadas es “Velada”, un texto circular en el que se describe un tránsito que parte desde un amanecer ebrio, pasa por un sueño diurno a deshoras, se detiene en una tarde de escritura y acaba en una nueva salida noctámbula; un texto donde se nos confiesa que:

                                                                             Los poemas
más hermosos surgen en el sueño, blancos con rimas,

exprimidos con pluma gastada en una limpia limpia
libreta. Sin pensar busco estos poemas por las noches.

 
Especialmente buenos me parecen “Fragmentos de un discurso amoroso” (en el que se dibuja un retrato, al mismo tiempo, triste y humorístico sobre la infidelidad), “Desplazamiento hacia el rojo” (quizá el más puro poema de temática amorosa del libro y que toma como pretexto el Big Bang) o “Poema erótico atemporal” (en el que el erotismo que late es de carácter intelectual). Y cito estos tres por no alargar demasiado esta columna.
Una mención separada merece el tema de Dios y la salvación. Teniendo la cultura polaca y los caminos por los que va desarrollándose el libro, hubiera sido artificialmente extraña la falta de referencias a estos tópicos. Dios y la búsqueda de salvación aparecen, como no podía ser de otra manera, en muchos de los poemas del libro, a veces de una forma más aislada y, en otras ocasiones, unida a cualquier otra temática, estableciendo una clara diferencia entre lo mundano y lo divino, el gozo y el deber cristiano, las preocupaciones intelectuales y la entrega a la búsqueda de la
salvación. De esta manera, en “Día de difuntos” el poeta declara que:

                            Hasta aquí me parecía que creo
en Dios pero ahora ya sé que creo en la tersa

piel de su hoyuelo y en los orificios por los que
no es posible de abrirse paso en los que se multiplican
seres de la humedad y del calor.

En “Padre”, el análisis va muy lejos y concluye sin temor: 
 
Y entonces he llegado a qué significa que Dios piensa
que piensa, y en qué consiste la diferencia entre
Dios y yo;

Con el paso de las páginas, Dabrowski llega a definir a Dios como la asfixia que conforma la vida y, a pesar de componer algún poema con forma de oración y tono de contrición, reconoce, aparentemente sin sombra de miedo, estar convencido de lo lejos que está del concepto católico de salvación. Así nos lo muestra al final de uno de los poemas:

                                                           Y no entrará
por fin al reino de los cielos aquel que escribe
a las doce menos cinco un poema en lugar de una oración.

Pero es, probablemente, el último poema el que más acertadamente aborda la idea de Dios y la que un hombre puede hacerse de sí mismo, uno que comienza con un verso que es, casi, un desafío: “Esto es el primer verso. Este verso no importa.” El poema quiere compararse con la vida y que cada verso dibuje una imagen ajustada del poeta, como aquella idea de Ángel González de la creación de un personaje literario que se parezca al autor. Sin embargo, sabemos que escribir es rehacer y, así, es posible que, en el proceso de escritura, al inventar nos reinventemos, suframos un un cambio guiados por el personaje que hemos creado y que acaba por modelarnos a nosotros mismos. Dice Dabrowski que habremos vivido cuando descubramos que el poema hablaba de Dios y no debe extrañarnos su contundencia. ¿Acaso la imagen que tenemos de Dios no es la proyección de las cualidades humanas llevadas a la excelencia o la exageración? ¿Acaso podemos imaginar a Dios de otra forma que no sea como una imagen humana? Y, después, termina el poema y, por tanto, termina el libro. Y lo hace de la forma más natural, de la misma manera en que llega el final de una vida, en cualquier momento, inesperadamente. Es esa conciencia, además del miedo natural a lo que nunca se podrá conocer, la que se esconde detrás de los últimos versos y del misterio al que induce el corte brusco la frase y, por tanto, del discurso. Está muy claro:

                                                   El último verso llega
sin embargo más rápido
que