Cerré la temporada pasada de columnas
con la reseña de un libro que debía a Miguel Mejía y abro la
temporada presente de la misma forma. En la antesala del verano, me
despedí con un libro de poemas con el que Miguel había ganado su
más reciente premio. En esta ocasión, me ocupo de uno de sus
trabajos como traductor. Cuando hace ya algunos años, Miguel nos
comunicó que había decidido abandonar Alemania para probar suerte
en Polonia, nadie tuvo la menor duda de que aprendería polaco sin
demasiada dificultad. No por ello dejé de sorprenderme cuando me
contó que estaba traduciendo a un poeta polaco llamado Tadeusz
Dabrowski, nacido en 1979 y que vive en Gdansk, esa ciudad en la que
se desarrolla la historia de El tambor de hojalata. El poemario en
cuestión se titula Te deum y, como cualquiera puede imaginar, con un
título así ya nos están dando muchas pistas sobre los ejes
temáticos del libro, aunque un aventurero juicio previo puede forjar
unas expectativas desajustadas. Evidentemente, uno de los temas
fundamentales del libro es la muerte, pero no se acerca a ella el
poeta con un tono oscuro y plañidero, más bien, se trata, en mi
opinión, de desdramatizar, haciéndonos conscientes, por ejemplo,
del placer que sentimos al matar mosquitos en contraposición a las
hondas reflexiones que nos induce la muerte de nuestro perro. O
imaginando juegos dialógicos imposibles, como en el comienzo de un
poema sin título donde podemos leer: “El vivo no comprenderá al
muerto el muerto comprenderá / al vivo y su incomprensión”. La
reflexión en torno a la muerte toma también la forma de un
escepticismo sobre la realidad vivencial. Es muy claro este aspecto
en el poema en el que Dabrowski comienza interrogándose: “Cuántas
veces he muerto ya en la vida, es difícil decirlo, / porque es
seguro que morí.” Hacia el final, el poema parece decirnos que,
por muy conscientes que seamos del fin de la vida, es lícito
preguntarse hasta qué punto es real lo real, cómo tomar la decisión
de creer o descreer de la propia experiencia. Poco a poco, el
poemario se va transformando, abriéndose a temáticas más diversas
que incluyen los estilos de vida, la moral, la identidad, el
erotismo, el amor y la propia actividad de escribir que aparece
siempre mezclada, cosida, enroscada a alguno de los temas ya citados.
El tono, sin embargo, se mantiene constante y, aunque es inevitable
alguna incursión en la tristeza o el desamparo emocional, siempre
queda como trasfondo una mirada burlona que, en mi opinión, no
pretende restar importancia a lo que se cuenta, sino establecer una
distancia necesaria con la emoción pura que facilita la construcción
del poema. Como en el “Tratado de zoología (socialmente
comprometido)”, cuyo final nos plantea:
… ¿habría matado a tiros un
chimpancé a cinco
trabajadores del Kredyt Bank? No creo,
a no ser que
fuera por divertirse, y en un jardín
zoológico.
Un claro ejemplo de temáticas
entrelazadas es “Velada”, un texto circular en el que se describe
un tránsito que parte desde un amanecer ebrio, pasa por un sueño
diurno a deshoras, se detiene en una tarde de escritura y acaba en
una nueva salida noctámbula; un texto donde se nos confiesa que:
Los poemas
más hermosos surgen en el sueño,
blancos con rimas,
exprimidos con pluma gastada en una
limpia limpia
libreta. Sin pensar busco estos poemas
por las noches.
Especialmente buenos me parecen
“Fragmentos de un discurso amoroso” (en el que se dibuja un
retrato, al mismo tiempo, triste y humorístico sobre la
infidelidad), “Desplazamiento hacia el rojo” (quizá el más puro
poema de temática amorosa del libro y que toma como pretexto el Big
Bang) o “Poema erótico atemporal” (en el que el erotismo que
late es de carácter intelectual). Y cito estos tres por no alargar
demasiado esta columna.
Una mención separada merece el tema de
Dios y la salvación. Teniendo la cultura polaca y los caminos por
los que va desarrollándose el libro, hubiera sido artificialmente
extraña la falta de referencias a estos tópicos. Dios y la búsqueda
de salvación aparecen, como no podía ser de otra manera, en muchos
de los poemas del libro, a veces de una forma más aislada y, en
otras ocasiones, unida a cualquier otra temática, estableciendo una
clara diferencia entre lo mundano y lo divino, el gozo y el deber
cristiano, las preocupaciones intelectuales y la entrega a la
búsqueda de la
salvación. De esta manera, en “Día
de difuntos” el poeta declara que:
Hasta aquí me
parecía que creo
en Dios pero ahora ya sé que creo en
la tersa
piel de su hoyuelo y en los orificios
por los que
no es posible de abrirse paso en los
que se multiplican
seres de la humedad y del calor.
En “Padre”, el análisis va muy
lejos y concluye sin temor:
Y entonces he llegado a qué significa
que Dios piensa
que piensa, y en qué consiste la
diferencia entre
Dios y yo;
Con el paso de las páginas, Dabrowski
llega a definir a Dios como la asfixia que conforma la vida y, a
pesar de componer algún poema con forma de oración y tono de
contrición, reconoce, aparentemente sin sombra de miedo, estar
convencido de lo lejos que está del concepto católico de salvación.
Así nos lo muestra al final de uno de los poemas:
Y no entrará
por fin al reino de los cielos aquel
que escribe
a las doce menos cinco un poema en
lugar de una oración.
Pero es, probablemente, el último
poema el que más acertadamente aborda la idea de Dios y la que un
hombre puede hacerse de sí mismo, uno que comienza con un verso que
es, casi, un desafío: “Esto es el primer verso. Este verso no
importa.” El poema quiere compararse con la vida y que cada verso
dibuje una imagen ajustada del poeta, como aquella idea de Ángel
González de la creación de un personaje literario que se parezca al
autor. Sin embargo, sabemos que escribir es rehacer y, así, es
posible que, en el proceso de escritura, al inventar nos
reinventemos, suframos un un cambio guiados por el personaje que
hemos creado y que acaba por modelarnos a nosotros mismos. Dice
Dabrowski que habremos vivido cuando descubramos que el poema hablaba
de Dios y no debe extrañarnos su contundencia. ¿Acaso la imagen que
tenemos de Dios no es la proyección de las cualidades humanas
llevadas a la excelencia o la exageración? ¿Acaso podemos imaginar
a Dios de otra forma que no sea como una imagen humana? Y, después,
termina el poema y, por tanto, termina el libro. Y lo hace de la
forma más natural, de la misma manera en que llega el final de una
vida, en cualquier momento, inesperadamente. Es esa conciencia,
además del miedo natural a lo que nunca se podrá conocer, la que se
esconde detrás de los últimos versos y del misterio al que induce
el corte brusco la frase y, por tanto, del discurso. Está muy claro:
El último verso llega
sin embargo más rápido
que