Cuando año tras año se
conoce al nuevo señalado por la Academia Sueca para ser distinguido
con el Nobel de Literatura, no es habitual que una legión de
periodistas, críticos, escritores y lectores anónimos lancen un
unánime grito de aprobación y gozo e insistan en el mérito del
afortunado y la justicia con que se repara tantos de años de olvido
mediático. Por ello, cuando este improbable consenso se manifiesta,
como ha sucedido con la narradora premiada en 2013, existe al menos
una razón poderosa para confiar en el veredicto, para dar una
oportunidad a una escritora a la que desconocemos. Mi experiencia con
Alice Munro es de este tipo, se limita a su volumen de relatos
Demasiada felicidad y me ha
conducido sin rodeos a una conclusión rápida: si seguimos pidiendo
a la narrativa aquello que le hemos pedido desde siempre, Alice Munro
es una de las grandes voces contemporáneas. Los cuentos que componen
Demasiada felicidad
cumplen con exquisita rectitud el criterio de verosimilitud. Son
trozos de vida, fragmentos de realidad biopsiada
capaces de explicarse a sí mismos en forma retrospectiva, árboles
de vivencias cuyas ramas crecen por igual hacia el pasado y el futuro
de las biografías que desgranan. No degrada a los buenos cuentos su
condición de ficciones. No importa que una historia sea fruto
estricto de la imaginación, cuando la narración permite entender
los olores, sentir la luz que no se describe, escudarse en el punto
de vista de alguna de las mujeres que la habita. Y escribo mujeres
porque Demasiada felicidad
está compuesto de un conjunto de relatos cuya estructura se sustenta
en la percepción, la acción o el mundo emocional de una mujer,
incluso cuando no es femenina la voz desde la que se narra, como
sucede en “Caras”. Al igual que en la esfera de lo que llamamos
realidad, la narración no es condescendiente, no se endulza ni hace
concesiones a las buenas conciencias. Como la vida, su curso es
imprevisible, a veces henchido de belleza, a veces empapado de
salvajismo. La crueldad, la infelicidad, el alivio de escapar a
situaciones incómodas aunque no se hayan solucionado, forman parte
incontestable de nuestra vivencia intelectual, con la misma fuerza
que la esperanza, el deseo y la responsabilidad. Y Alice Munro es
capaz de construir lecturas de consumo fácil a partir de todo este
material humano. Se diría que, en la inmensa mayoría de los casos,
solo le faltan a sus relatos para ser Historia (me refiero ésta vez
a la disciplina social) el carácter veraz de los hechos y el foco
sobre personajes relevantes en la época en la que la narración se
desarrolla. Evidentemente, la referencia a la “mayoría de los
casos” es intencional: “Demasiada felicidad” (el cuento con que
culmina el libro y que le da título) trata sobre los últimos días
de Sofia Kovalevski y, si yo tuviera que definirlo, diría que se
trata de pura Historia, un género de Historia emocional, subjetivo,
confesional, pero ante todo Historia. Hacía mucho tiempo que no
lograba conmoverme hasta tal punto con la lectura. De todos los
cráteres de la luna, el de Sofía es, sin duda, el que destila mayor
tristeza.