lunes, 15 de septiembre de 2014

Too much happiness

Cuando año tras año se conoce al nuevo señalado por la Academia Sueca para ser distinguido con el Nobel de Literatura, no es habitual que una legión de periodistas, críticos, escritores y lectores anónimos lancen un unánime grito de aprobación y gozo e insistan en el mérito del afortunado y la justicia con que se repara tantos de años de olvido mediático. Por ello, cuando este improbable consenso se manifiesta, como ha sucedido con la narradora premiada en 2013, existe al menos una razón poderosa para confiar en el veredicto, para dar una oportunidad a una escritora a la que desconocemos. Mi experiencia con Alice Munro es de este tipo, se limita a su volumen de relatos Demasiada felicidad y me ha conducido sin rodeos a una conclusión rápida: si seguimos pidiendo a la narrativa aquello que le hemos pedido desde siempre, Alice Munro es una de las grandes voces contemporáneas. Los cuentos que componen Demasiada felicidad cumplen con exquisita rectitud el criterio de verosimilitud. Son trozos de vida, fragmentos de realidad biopsiada capaces de explicarse a sí mismos en forma retrospectiva, árboles de vivencias cuyas ramas crecen por igual hacia el pasado y el futuro de las biografías que desgranan. No degrada a los buenos cuentos su condición de ficciones. No importa que una historia sea fruto estricto de la imaginación, cuando la narración permite entender los olores, sentir la luz que no se describe, escudarse en el punto de vista de alguna de las mujeres que la habita. Y escribo mujeres porque Demasiada felicidad está compuesto de un conjunto de relatos cuya estructura se sustenta en la percepción, la acción o el mundo emocional de una mujer, incluso cuando no es femenina la voz desde la que se narra, como sucede en “Caras”. Al igual que en la esfera de lo que llamamos realidad, la narración no es condescendiente, no se endulza ni hace concesiones a las buenas conciencias. Como la vida, su curso es imprevisible, a veces henchido de belleza, a veces empapado de salvajismo. La crueldad, la infelicidad, el alivio de escapar a situaciones incómodas aunque no se hayan solucionado, forman parte incontestable de nuestra vivencia intelectual, con la misma fuerza que la esperanza, el deseo y la responsabilidad. Y Alice Munro es capaz de construir lecturas de consumo fácil a partir de todo este material humano. Se diría que, en la inmensa mayoría de los casos, solo le faltan a sus relatos para ser Historia (me refiero ésta vez a la disciplina social) el carácter veraz de los hechos y el foco sobre personajes relevantes en la época en la que la narración se desarrolla. Evidentemente, la referencia a la “mayoría de los casos” es intencional: “Demasiada felicidad” (el cuento con que culmina el libro y que le da título) trata sobre los últimos días de Sofia Kovalevski y, si yo tuviera que definirlo, diría que se trata de pura Historia, un género de Historia emocional, subjetivo, confesional, pero ante todo Historia. Hacía mucho tiempo que no lograba conmoverme hasta tal punto con la lectura. De todos los cráteres de la luna, el de Sofía es, sin duda, el que destila mayor tristeza.