jueves, 21 de mayo de 2009

Mario Benedetti


La tristeza me obliga. Como ya todos sabréis ha muerto el poeta uruguayo Mario Benedetti, dejando atrás una productiva historia personal de 88 años. Quisiera sumarme al dolor colectivo que sienten los lectores y lectoras estos días con unas líneas en recuerdo de este sensacional personaje. Ante todo, Mario Benedetti ha sido y será un maestro, un iniciador que ha llevado de la mano a muchos jóvenes y adolescentes en un viaje de ida, un viaje en el que se empieza a intuir qué es un verso, un poema, la poesía, lejos de los manidos y ofensivos clichés. En su obra nos hemos hecho adultos, con ella hemos educado nuestros sentimientos, nuestro pensamiento afectivo, a través de ella hemos encontrado puentes para arriesgarnos a garabatear alguna libreta, su obra nos ha regalado un microcosmos en el que analizar nuestras vidas, un espacio de libertad en el que repensar la más reciente historia política y económica. Del brazo de Benedetti, hemos cruzado puertas para el entendimiento, y su magnífica literatura de aspecto sencillo nos hizo perder el miedo a Borges, el reguero melancólico de su exilio nos hizo descubrir los exilados de la madre España, su plena convicción ideológica nos dio argumentos para vencer definitivamente nuestras dudas, su modo de vivir en el amor nos dio motivos para no decaer en la búsqueda de la felicidad. Por todo ello, sentimos que su muerte es tan injusta, tan extremadamente innecesaria, y solo nos consuela la certeza de la supervivencia de las páginas que nos ha legado, una obra que será para siempre un viento renovador, una escuela permanentemente abierta, un derroche de pedagogía.

jueves, 14 de mayo de 2009

El viaje de Chihiro

Es mayo, probablemente, uno de los meses más fugaces, un mes que se vive con la mirada puesta en junio, sobre todo, lo vivimos así aquellos a los que mayo nos trae su traidor obsequio, esta desquiciante asfixia que le quita sabor y color a muchas cosas, que hace más cansado el trabajo y menos reparador el sueño. En estos días, no sé muy bien por qué me ha venido una gana ubérrima (que diría Vallejo) de volver uno de esos clásicos recientes del cine de animación. El viaje de Chihiro es un historia conmovedora, emocionante y vitalista, un contundente acierto que debemos al genio Miyazaki. Lo primero que me llamó la atención del cine de Miyazaki es que rezuma madurez: hay una clara distinción entre otros tipos de anime y algunas de las joyas con las que este director nos deleita cada cierto tiempo. Los tópicos del cine de animación, sus rasgos de infantilismo, la extrema necesidad de un hilo argumental y una trama de velocidad vertiginosa y dificultad simplificada, quedan atenuados aquí y el resultado es un producto destinado a los sectores más variopintos del público amante del cine, una obra que puede ser leída en niveles de interpretación muy distintos y que acaba por contentar a muchos. El viaje de Chihiro es una película de sobra conocida y no necesita que se presente su argumento. Desde el comienzo, la historia es un manto tejido con símbolos y manifiesta una alusión al civismo que huye de la moralidad rancia. Son ejemplos muy claros de esto que el pecado cometido por los padres de Chihiro sea comer sin permiso unos alimentos preparados para una ocasión especial, el hecho de que sea el trabajo la única vía para redimir un castigo, la avaricia y la sed de dinero que acaba tragándose a los que caen en sus redes, la existencia de un álter ego benévolo que complementa y compensa el lado tenebroso, la necesidad de no olvidar el nombre, en definitiva, la identidad, pues aquellos que no olvidan quiénes son, lograrán al fin liberarse. No sé si Miyazaki consigue su declarado propósito: inspirar a los niños con sus películas. Pero, desde luego, consigue hacernos reflexionar a los adultos que nos acercamos a ellas sobre los modelos de vida que queremos legar a las generaciones que se preparan para relevarnos.