Con motivo de la presentación en la Feria del Libro
Huelva, de sus libros Confuso
laberinto (Renacimiento) y El
libro de los indolentes (Plaza y Valdés Editores), Javier Sánchez Menéndez me pidió que dijera unas
palabras a modo de introducción del acto. Retomando unas cuantas
notas y añadiendo algunas impresiones que surgieron de escuchar a
Javier, he redactado esta entrada para el blog. Espero haber sabido
rescatar, al menos, una parte de la hondura del pensamiento que está
recogido en ambas obras:
Es
una suerte que te inviten a presentar el libro de un amigo. Y afirmo
esto porque, normalmente, en una conversación informal entre amigos
está excluido el elogio y, ante el más mínimo asomo del mismo, el
elogiado siempre trata de interrumpir o desviar el curso que toman
las palabras del elogiador. Sin embargo, en una presentación, no le
queda otro remedio que oírlo y, por ello, quiero empezar
manifestando que Javier Sánchez Menéndez es un escritor de una
lucidez que está al alcance de muy pocos, así como un modelo de
ética tanto en lo creativo como en lo profesional (que abarca, entre
otras cosas, su encomiable faceta de editor). Y esta actitud de
frenar el elogio revela que sus libros están escritos desde la
coherencia, desde una verdad propia que salpica muchas de sus páginas
y de la que podemos encontrar una clara muestra en el fragmento
número 30 de “El encuentro en Camarinal” (la primera parte de El
libro de los indolentes): “El mérito del poeta radica en la
humildad.”
El
libro de los indolentes está formado por fragmentos, aunque, tal
vez, convendría llamarlos trechos, a la manera de Pessoa. Yendo un
poco más lejos, no sería descabellado afirmar que existen claros
paralelismos, coincidencias, entre la estructura del libro que nos
ocupa y la del Libro del desasosiego. A medida que la lectura
nos permite ir desvelando alguna de sus claves, hay algo invisible,
inexplicable, en El libro de los indolentes que nos lleva de
forma irremediable a recordar la obra de Pessoa. No estamos, desde
luego, ante la canción del verano y escribo esto desde mi más
profundo desprecio hacia ciertas formas de la cultura de masas, así
como desde mi respeto absoluto hacia ciertas formas de escritura.
Estamos ante un libro que no reparte estribillos y eslóganes fáciles
que podamos reproducir ante cualquier circunstancia y que acaban por
quemarse con gran facilidad. Es, precisamente, lo opuesto lo que
encontramos al sumergirnos en su lectura: un libro que requiere un
compromiso inelectual del lector, un esfuerzo que nos lleve a
entender que: “También vivir precisa de epitafio.” O,
sencillamente, un carácter activo que nos ayude a descubrir que:
“Donde empiezan los actos acaban los pronombres.” En muchos de
sus fragmentos, la voz que construye el discurso nos hace pensar en
la labor de un cartógrafo que delimita las fronteras de la auténtica
poesía y denuncia el comportamiento de los no poetas, de los
siniestros, de todos aquellos que “tratan de apoderarse de la
belleza marchitándola.” Cargado de un profundo simbolismo numeral,
se trata de un libro que, a mi entender, ofrece vías para la
reflexión sobre el proceso de escritura. Los fragmentos que lo
componen están plagados de referencias en este sentido, como cuando
se afirma que: “La poesía es el camino que nunca finaliza”. En
la mísma línea y más centrado en los productos, en los hechos
concretos, se nos dice: “Un poema auténtico está cargado de
interrogaciones, de manchas de tinta.”
Confuso
laberinto forma parte de Fábula, un conjunto de
diez libros que tratan sobre la relación entre la vida y la poesía.
Según el propio autor, es un manual
sobre la contemplación, en el que se nos invita a observar las
realidades, los paisajes que atravesamos cada día, como si
estuviéramos viéndolos a camara lenta. La intención no se esconde.
CONFUSO AL FIN Y AL CABO comienza con la siguiente declaración: “He
aprendido a observar aquello que no se puede ver.” Los textos que
conforman el libro se acercan al poema en prosa y giran alrededor de
varios ejes. En SIN SER YO MISMO, el que abre el libro, se aborda el
tema del doppelgänger
como un hecho: “La vida es un portal donde todos los seres disponen
de sus dobles”. La posibilidad del diálogo con los muertos, con
aquellos que forman parte de nuestro pasado, está muy presente en
muchos textos como EL ALMUERZO CON BARRIE, EL SENTIDO DE LA TRADICIÓN
(GRETE GULBRANSSON) o EL BASTÓN DE MADERA, entre otros. Hay, sin
embargo, un fragmento que me parece especialmente significativo de
esta tendencia en LA IMAGEN ESPANTOSA:
“Ya hacía años que había fallecido cuando la
encontré en el autobús. Sin miedo que escandalice levantó la
cabeza y respondió a mis preguntas.
Juana estaba en el laberinto y en él permaneció. Al
igual que mi padre, JRJ, Barrie, Meredith o Francisco Imperial.
Algunos otros aparecieron como espectros.”
Confuso
laberinto es también la
constatación de una inacabable capacidad de asombro ante la naturaleza.
Así, en REVUELO, se nos hace conscientes de la actividad de un
pájaro: “El pájaro persiste, lo intenta, no se cansa.” Las
nubes son también una fuente de estímulo y consuelo, como puede
deducirse en BELCEBÚ: “¿Alguien ha visto alguna vez una nube con
forma de poema? Una nube bellísima. Aparece en la tarde.” Parece,
en definitiva, que la escritura de Javier Sánchez Menéndez quisiera
aprehender la naturaleza en algún verso (en NEVILLE escribe “Cuando
veo una hormiga que está dentro de casa, tomo el cuaderno negro, el
de las tapas duras, e intento que el verso ahonde el propio reflejo”)
o, al menos, extraer de ella alguna enseñanza, algún ineludible
aprendizaje (POEMAS EN LA TARDE es, en este sentido, un texto
revelador: “Hay poemas que no se acaban nunca. Otros nunca serán
poemas”).
Bien
es sabido, por otro lado, que cada lector encuentra lo que quiere, lo
que anda buscando de forma implícita o explícita. Y yo, que no
pretendo escapar del filtro de mi atención selectiva, he visto en
Confuso laberinto un
libro muy encaminado también al análisis del proceso de creación
poética. Sus páginas están tan repletas de sentencias
irreprochables que se podría construir un programa de vida haciendo
un collage de
distintos textos. Empiezo por el final: en el EPÍLOGO, podemos leer:
“Seguir, seguir haciendo algo. No parar, pasear, leer, escribir,
amar a la poesía.” La confesión que encontramos en REGISTRO da
una idea muy clara del posicionamiento vital del poeta: “En la
poesía encuentro el universo entero y todo el proceso de la
creación.” Pero la poesía tiene sus exigencias: soledad, lectura,
silencio. Así, en GORGIAS, Javier Sánchez Menéndez escribe: “Los
libros no se leen, se desmenuzan. Y eso es cuestión de tiempo.” Y
en NICANORIAS: “En el silencio la voz se funde en las estrellas.”
La labor del poeta está la búsqueda de la búsqueda de sus
inclinaciones, así como en el rescate de los matices a través de la
contemplación y el pensamiento. “Cada una de las elecciones que
permite la vida es una inclinación” apunta en COMO TODAS LAS COSAS
DE LA VIDA. Más claro es, según mi parecer, INCLINACIONES un texto
del que puede desprenderse toda una teoría de la literatura. En él,
se define la identidad del poeta en relación a las tareas que
debería imponerse: “La identidad del poeta pasa por sus
inclinaciones, repletas de matices.” Y, más adelante, casi en
final, encontramos otro concepto nuclear: “Las calles están
repletas de desvíos. Y un desvío es confusión.” Porque, después
de todo, es decisivo huir de los desvíos, de todo aquello que lleva
a la vida y a la poesía muy lejos del centro que el poeta debe
buscar.
Me
dispongo a acabar y siento ahora la necesidad de volver brevemente al
comienzo, de volver a afirmar la coherencia y el trabajo honesto que
caracterizan a Javier Sánchez Menéndez, extremos que no necesito
justificar ya que están demostrados en libros como estos y en los
muchos que, afortunadamente están por venir. En OTRA PUERTA DE
ENTRADA, otro de los textos de Confuso
laberinto,
se establece que: “La verdad del poeta se encuentra en su trabajo.”
Nada que añadir.