miércoles, 28 de octubre de 2009

Jon Juaristi

Sé que a muchos de mis amigos de conversaciones y a muchos de los escritores y creadores que admiro, no les gusta nada lo que voy a escribir, pero lo cierto es que hay algunos ámbitos de esta vida que transcurren al margen de las diferencias sociales, ideológicas y personales, ámbitos donde la excelencia (y no estoy hablando de fútbol) facilita la comunicación y construye vínculos entre realidades aparentemente alejadas. Uno de esos ámbitos es la poesía, más bien, la buena poesía y ésta es una idea que siempre mantendré por más que haya muchos simplificadores que se empeñen en negarla. Aprendí esta verdad hace ya algunos años, leyendo a T. S. Eliot. Nunca me habría imaginado la conmoción que iban a producirme los poemas de un hombre que se atrevió a hacer una declaración que me todavía me escuece citar: “Clásico en literatura, Monárquico en política y Anglo-católico en religión". Este verano, leyendo un volumen de poesía reunida de Jon Juaristi, he sentido lo mismo. Probablemente, no haya nadie que me haga dudar más, desde un punto de vista ideológico, que esas personas que fueron militantes en la extrema izquierda en su juventud y ahora se arrepienten. Esos arrepentidos que piensan toda la izquierda política es un lodazal porque ellos militaron en su juventud en un grupo revolucionario que acabó por traicionarse a sí mismo (y que, dicho sea de paso, nunca fue de izquierda). Probablemente, la etiqueta nacionalista español es la que más rechazo me produce, porque une la irracionalidad del nacionalismo con una idea de España, que se aleja de las concepciones descentralizadas y federales por las que yo apuesto. Todas estas diferencias me alejaban de Jon Juaristi y, sin embargo, creo que se trata de uno de los mejores poetas del ámbito nacional. La línea de su poesía es la de la claridad, una claridad que trasciende los límites de la poesía de la experiencia a través de una ironía y un sarcasmo demoledores, una actitud escéptica capaz de atravesar cualquier conciencia y dejarla en un estado de desasosiego. Los poemas de Jon Juaristi viajan de la belleza a la indolencia, del desengaño al humor, de la tristeza a la ira, con una naturalidad que puede hacer temblar de emoción, una vez se reflexiona sobre lo leído. Por todo esto, lo afirmo sin temor: a pesar de todas diferencias ideológicas, me parece que sus poemas son de una calidad envidiable y creo que sus afinidades políticas y los medios de comunicación en los que suele aparecer alejan a potenciales lectores que, dejándose llevar por el prejuicio ideológico, desdeñan a una de las voces más auténticas del panorama literario actual.

miércoles, 14 de octubre de 2009

En medio de ninguna parte de J. M. Coetzee

Quiero reflexionar hoy sobre una novela que llegó a mis manos siguiendo un camino completamente distinto al que describía hace una semana con el El diluvio. John Maxwell Coetzee es anunciado como ganador del premio Nóbel de literatura el día 2 de octubre de 2003. Tras muchos años oyendo elogios de sus novelas, en enero de 2009 recibo como regalo En medio de ninguna parte, una novela publicada por primera vez en 1977 y que Mondadori se atreve a publicar por primera vez en su catálogo en junio de 2003. La distancia entre su publicación y su traducción predisponen de forma positiva al lector interesado, de la misma manera que su edición algunos meses antes de convertirse en nuevo símbolo de la novela mundial por obra y gracia de la Academia Sueca. El azar y la casualidad han querido que yo conozca a Coetzee con este volumen y lo cierto es que la experiencia ha sido altamente satisfactoria. La historia que se nos cuenta es una maraña de diversas tramas incompatibles entre sí y de desigual extensión narradas por la omnipresente voz de Magda. Los personajes principales son siempre los mismos y están sometidos a la tensión dramática que impone la narradora, a los caprichosos cambios que transforman el escenario de la novela con una nueva recomposición de los hechos y que hacen imposibles todos los sucesos leídos previamente. La genial prosa del sudafricano nos va desvelando progresivamente el trasfondo constante de una conflictiva relación con el padre, culpabilizado de la prematura muerte de la madre y que fomenta un sentimiento de orfandad, de vacío, de falta de ubicación en el mundo. En cuanto a las contradicciones narrativas, uno acaba por darse cuenta de que no tienen la menor importancia, no es necesario saber cuál de las historias que narra Magda es la verdadera. Como toda ficción literaria, su calidad no se mide por el grado de realidad de lo que se cuenta. Para eso, ya disponemos del Periodismo. Probablemente, una historia bien contada (ya sea cine, teatro o literatura) no plantea dilemas en cuanto a la veracidad de los hechos. Es decir, cuanto mejor es la narración de un suceso menos objeciones suscita sobre su posibilidad real de suceder. De hecho, hace ya varios años que los Psicólogos Culturales vienen afirmando que el criterio de bondad de los modos narrativos de discurso es la verosimilitud, la apariencia de verdad, y no la verdad absoluta. Sin duda, Coetzee, metido en la piel de Magda, consigue trenzar varios relatos de impregnados de verosimilitud y que nos enfrentan a la estremecedora vivencia de un grupo humano aislado en medio de ninguna parte.

miércoles, 7 de octubre de 2009

El diluvio de J. M. G. Le Clézio

Cuando en octubre de 2008, se anunció que el nuevo premio Nóbel sería Jean -Marie Gustave Le Clézio, novelista como casi siempre, francés y un absoluto desconocido para el gran público en general y, estoy seguro, para gran parte del sector librero de nuestro país, fuimos muchos los que nos anotamos un nuevo nombre en la lista de escritores pendientes y estuvimos al acecho de que llegaran a las librerías más cercanas algunos volúmenes del nuevo mesías. Esta actitud constituye casi siempre un error. Me explico. Cuando se concede el premio Nóbel, se abre la veda a las reediciones de uno de esos muchos escritores con talento que han tenido la suerte de ser señalados por la Academia Sueca y, por tanto, durante algunos meses, pasarán a formar parte del selecto club de los escritores rentables. Es norma general que estas reediciones suelan hacerse con demasiada prisa, sin revisiones, con el único propósito de ser los primeros en rescatar al genio olvidado y ganar así la cuota de mercado que ofrece el sector de ansiosos que quiere estar al día del valor más cotizado en materia literaria. Esta circunstancia se agrava cuanto más desconocido resulta el escritor, ya que se hace prácticamente imposible encontrar los volúmenes previos a las reimpresiones “postnóbel”. Es, a través de este camino, como llega a mis manos El diluvio, una novela publicada por Le Clézio en Francia en 1966, publicada por primera vez en Seix Barral en 1969 y reimpresa en nuevo formato para la ocasión en octubre de 2008. Lo primero que tengo que decir sobre la novela es que tengo la clara conciencia de no estar ante el mejor libro de Le Clézio, al mismo tiempo, es indiscutible que no he leído la mejor edición. Para empezar, la calidad de la impresión tipográfica es muy baja, cuando uno abre el libro le parece que la colección Biblioteca Formentor de Seix Barral ha sido pirateada y que se encuentra ante un ejemplar falso. Por otro lado, la traducción está muy lejos de ofrecer una impresión de normalidad lingüística. Son muchos las decisiones de traducción que entorpecen la lectura. Por ejemplo, en determinado capítulo del libro, el protagonista, François Besson, acude con una mujer en el coche de ella a la oficina de correos. Cuando aparcan el coche, la mujer le pregunta si le acompaña al interior de la oficina con la siguiente expresión: “¿Vienes conmigo o te quedas?” A esta pregunta, Besson responde: “Vendré”. Por no alargar más este tema, sólo añadiré otro ejemplo ilustrativo. En varias ocasiones se hace referencia en la novela a objetos (por ejemplo, asientos) que son de una piel que imita el cuero sin serlo. A estos objetos se les llama, en un extraño alarde de economía del lenguaje, asientos de cuero – imitación. En cuanto a calidad literaria, como ya apunté más arriba y aunque no pueda calificarse como una mala novela, espero que no sea la mejor de Le Clezio. La historia que se narra es la de François Besson, un hombre joven que entra en una deriva de inadaptación social que lo lleva a abandonar trabajo, familia, vínculos afectivos, casa y casi todo lo que se entiende como vida y cordura en las sociedades occidentales de los siglos XX y XXI. El diluvio nos enfrenta a una sociedad humana desnaturalizada, en las antípodas de la felicidad y la belleza. El monstruo del desarrollo urbano despersonaliza al individuo y salir de estas dinámicas implica autocondenarse a la locura, a la soledad, a la indigencia. Y no es que yo sea insensible a estos planteamientos. Se trata simplemente del estilo: larguísimas enumeraciones, oraciones sin fin con una creciente dificultad semántica y sintáctica, interminables descripciones de los aspectos más tétricos, desoladores y desesperanzados. En definitiva, me gusta más Poeta en Nueva York que nos muestra ideas muy similares en forma de poemas y su lectura es mucho más fluida. Si lo que pretendía Le Clézio era transmitir la angustia de nuestro mundo al lector, no puede negarse que lo ha conseguido, aunque quizá no a través de los medios que había planeado.