En julio de 2011 y,
dentro de un agradable viaje en coche que hice por Cantabria y el
País Vasco, me empeñé una tarde, mientras paseaba por las calles
del Casco Viejo de Bilbao en comprar dos ejemplares de un mismo libro
de poemas en una edición bilingüe euskera – castellano, uno para
regalar y otro para mí, cosas del sentimentalismo o del fetichismo,
según el área profesional o las inquietudes de quien analice el
comportamiento. Sorprendentemente, no me resultó nada fácil. En las
primeras librerías en las que pregunté, incluso, me miraron con una
cara muy rara, como si estuviera haciendo una pregunta fuera de
lugar. Poco a poco, fui teniendo más suerte. Y con suerte me refiero
a unas publicanciones poco cuidadas, que me inspiraban poca confianza
y en las, para colmo, el texto había sido “centrado” en la
página con el software que se hubiera usado para maquetarlo y, sí,
lo confieso, no puedo soportar esa extraña manía de centrar el
texto dejándolo sin un margen izquierdo definido. Finalmente, lo
conseguí, aunque compré uno de esos libros para los que no es
necesario ir a Bilbao. Entré en la librería que parecía tener
mejor aspecto y fama, muy cerca de Las Siete Calles y lo único que
les quedaba (y no se mostraron muy seguros antes de mirar en el
almacén) eran dos volúmenes de Mientras tanto cógeme la mano
de Kirmen Uribe, publicado por Visor en tercera edición en 2010. No
sé si la prentensión del autor era esa, pero parece que el volumen
tiene dos prólogos: un texto escrito como presentación de la obra y
el primero de los poemas, “El río”, que no pertenece a ninguna
de las siete secciones en las que se divide el poemario. Siempre se
agradece la inclusión de una pequeña presentación por parte del
autor, algo que casi nunca gusta hacer a quienes practican la lírica
y que suele resultarles bastante incómodo, como si ese texto fuera
la poca ropa que queda al poeta después de los poemas y lo dejara en
una desnudez total. En el caso que nos ocupa, Kirmen Uribe nos ofrece
dos claves interesantes en clave de poética: en primer lugar, se nos
presenta la tarea de escribir como una constante toma de decisiones
entre las palabras que se dicen y, sobre todo, las que se eluden; en
segundo lugar, se nos define el poema como algo que no debe renunciar
al sentido, a la capacidad de transmitir algo nuevo y, en cierto
modo, de sorprender. “El río” completa, desde mi punto de vista,
la concepción poética, o más bien, vital de Kirmen Uribe con una
de esas afirmaciones que obligan al subrayado o al cuaderno de notas:
En cada uno de nosotros hay un río
oculto
a punto de desbordarse.
Si no son los miedos, es el
arrepentimiento.
Si no son las dudas, la impotencia.
Después
de los prolegómenos, se desencadena el libro, una casa de siete
habitaciones diferenciadas, dentro de las que me ha parecido ver
cierta unidad semántica. Así, la primera sección del libro parece
ser un proceso de búsqueda y análisis de máscaras, en el que el
poeta trata de habitar pieles que no siempre son la propia, y donde
destaca el breve poema “Cardiograma”:
- Descríbeme su corazón.
- Parece un lago helado
en el que se va borrando
el rostro del niño que un día fue.
La segunda parte está en
el terreno de la identidad y la memoria. Los poemas van desde el
recuerdo anecdótico y no compartido, ese momento que nadie comprende
por qué recordamos con tanta exactitud y carga emocional, hasta los
recuerdos significativos del ámbito familiar e, incluso, la memoria
colectiva en la que no es necesario haber participado para defenderla
como propia. El amor es el ámbito en el que se sitúan los poemas de
la tercera parte. Algunos de los mejores poemas del volumen están en
esta sección como esa recreación del amor de origen infantil que es
“Amor secreto” o “Manzanas”, probablemente, el poema de mayor
profundidad de todo el volumen y que cuenta con una de esas estrofas
que perturban durante largo tiempo la conciencia del lector:
Hoy
parece que hemos de ser perfectos también en la cama,
como esas manzanas rojas del supermercado,
demasiado perfectas.
Nos pedimos demasiado,
y casi nunca sucede lo que esperamos
de nosotros mismos, del otro o de la otra.
Las leyes son distintas al enredarse los cuerpos.
como esas manzanas rojas del supermercado,
demasiado perfectas.
Nos pedimos demasiado,
y casi nunca sucede lo que esperamos
de nosotros mismos, del otro o de la otra.
Las leyes son distintas al enredarse los cuerpos.
En
un libro con vocación de universo, no podía faltar una serie de
poemas que ahondaran en la historia y la política. Y éste es el
núcleo central de la cuarta parte, en mi opinión, la menos
conseguida del libro y donde los poemas (y repito que esto es solo mi
opinión) bien podrían ser pequeñas prositas con lenguaje poético
que se centran en aspectos interesantes de las consecuencias de la
guerra y los gobiernos humanos sobre el individuo. No sabría decir
muy bien cuál es el tema central de la quinta parte del libro, pero
anoté en uno de los márgenes después de leer los poemas
“conciencia de otras muertes, conciencia de otras vidas”. El
poeta consigue algo noble, descentrarse de su propia perspectiva,
mirar hacia los demás. Un par de hallazgos hacen satisfactorio este
proceso: “Es de noche en el hemisferio de tus ojos” como acierto
estético, “En los fragmentos / reside la esencia de la realidad”
como éxito epistemológico. No me gusta ser taxativo y menos en
poesía, pero tengo que decir que me sobra la sexta parte del libro,
un largo poema planteado como un diálogo teatral entre Aresti y
Duchamp, en el que no faltan buenos versos ni planteamientos serios.
Simplemente, como ya sabéis los que me conocéis un poquito mejor,
este tipo de recursos me parecen concesiones en pro de la
construcción de una imagen de intelectualidad que, sinceramente,
creo que Uribe no necesita. En cualquier caso, yo soy un poquito
radical de vez en cuando y no conviene tomar demasiado en serio la
opinión de alguien sin formación, de un mero aficionado. Mientras
tanto cógeme la mano
se cierra con un grupo de poemas que podrían agruparse bajo el
epígrafe “Vida y felicidad”. Esta vez los poemas juegan (no
importa si veraz o falazmente) con el concepto de la magia de vivir,
con la casualidad altamente improbable que se acaba por hacerse
cuerpo, con la celebración y la contemplación tranquila de un
tiempo que no se detiene, de un destino que no deja de ser finito. El
mejor de estos poemas es “Un poco más allá”, cuyo final, por su
belleza, podría ser el final de cualquier cosa. ¿Para qué entonces
buscar otro final para esta columna?:
Incluso
estando en las últimas, mi padre
siempre alababa la vida,nos decía que hay que vivir el momento,
que si siempre estás preocupado la vida se te escapa.
Y nos decía: tenéis que ir
más al Norte, no hay que echar la red
allí donde sabéis que seguro habrá pescado,
hay que buscar un poco más allá,
sin conformaros con lo que ya tenéis.
“La muerte no vencerá”,
escribió Dylan Thomas,
pero de vez en cuando gana,
y así terminó también la vida de mi padre,
como un barco que se pierde en el horizonte
girando hacia el Oeste,
dibujando recuerdos en su estela.