martes, 19 de marzo de 2013

Mientras tanto cógeme la mano

En julio de 2011 y, dentro de un agradable viaje en coche que hice por Cantabria y el País Vasco, me empeñé una tarde, mientras paseaba por las calles del Casco Viejo de Bilbao en comprar dos ejemplares de un mismo libro de poemas en una edición bilingüe euskera – castellano, uno para regalar y otro para mí, cosas del sentimentalismo o del fetichismo, según el área profesional o las inquietudes de quien analice el comportamiento. Sorprendentemente, no me resultó nada fácil. En las primeras librerías en las que pregunté, incluso, me miraron con una cara muy rara, como si estuviera haciendo una pregunta fuera de lugar. Poco a poco, fui teniendo más suerte. Y con suerte me refiero a unas publicanciones poco cuidadas, que me inspiraban poca confianza y en las, para colmo, el texto había sido “centrado” en la página con el software que se hubiera usado para maquetarlo y, sí, lo confieso, no puedo soportar esa extraña manía de centrar el texto dejándolo sin un margen izquierdo definido. Finalmente, lo conseguí, aunque compré uno de esos libros para los que no es necesario ir a Bilbao. Entré en la librería que parecía tener mejor aspecto y fama, muy cerca de Las Siete Calles y lo único que les quedaba (y no se mostraron muy seguros antes de mirar en el almacén) eran dos volúmenes de Mientras tanto cógeme la mano de Kirmen Uribe, publicado por Visor en tercera edición en 2010. No sé si la prentensión del autor era esa, pero parece que el volumen tiene dos prólogos: un texto escrito como presentación de la obra y el primero de los poemas, “El río”, que no pertenece a ninguna de las siete secciones en las que se divide el poemario. Siempre se agradece la inclusión de una pequeña presentación por parte del autor, algo que casi nunca gusta hacer a quienes practican la lírica y que suele resultarles bastante incómodo, como si ese texto fuera la poca ropa que queda al poeta después de los poemas y lo dejara en una desnudez total. En el caso que nos ocupa, Kirmen Uribe nos ofrece dos claves interesantes en clave de poética: en primer lugar, se nos presenta la tarea de escribir como una constante toma de decisiones entre las palabras que se dicen y, sobre todo, las que se eluden; en segundo lugar, se nos define el poema como algo que no debe renunciar al sentido, a la capacidad de transmitir algo nuevo y, en cierto modo, de sorprender. “El río” completa, desde mi punto de vista, la concepción poética, o más bien, vital de Kirmen Uribe con una de esas afirmaciones que obligan al subrayado o al cuaderno de notas:

En cada uno de nosotros hay un río oculto
a punto de desbordarse.
Si no son los miedos, es el arrepentimiento.
Si no son las dudas, la impotencia.

Después de los prolegómenos, se desencadena el libro, una casa de siete habitaciones diferenciadas, dentro de las que me ha parecido ver cierta unidad semántica. Así, la primera sección del libro parece ser un proceso de búsqueda y análisis de máscaras, en el que el poeta trata de habitar pieles que no siempre son la propia, y donde destaca el breve poema “Cardiograma”:

  • Descríbeme su corazón.
  • Parece un lago helado
en el que se va borrando
el rostro del niño que un día fue.

La segunda parte está en el terreno de la identidad y la memoria. Los poemas van desde el recuerdo anecdótico y no compartido, ese momento que nadie comprende por qué recordamos con tanta exactitud y carga emocional, hasta los recuerdos significativos del ámbito familiar e, incluso, la memoria colectiva en la que no es necesario haber participado para defenderla como propia. El amor es el ámbito en el que se sitúan los poemas de la tercera parte. Algunos de los mejores poemas del volumen están en esta sección como esa recreación del amor de origen infantil que es “Amor secreto” o “Manzanas”, probablemente, el poema de mayor profundidad de todo el volumen y que cuenta con una de esas estrofas que perturban durante largo tiempo la conciencia del lector:

Hoy parece que hemos de ser perfectos también en la cama,
como esas manzanas rojas del supermercado,
demasiado perfectas.
Nos pedimos demasiado,
y casi nunca sucede lo que esperamos
de nosotros mismos, del otro o de la otra.
Las leyes son distintas al enredarse los cuerpos.

En un libro con vocación de universo, no podía faltar una serie de poemas que ahondaran en la historia y la política. Y éste es el núcleo central de la cuarta parte, en mi opinión, la menos conseguida del libro y donde los poemas (y repito que esto es solo mi opinión) bien podrían ser pequeñas prositas con lenguaje poético que se centran en aspectos interesantes de las consecuencias de la guerra y los gobiernos humanos sobre el individuo. No sabría decir muy bien cuál es el tema central de la quinta parte del libro, pero anoté en uno de los márgenes después de leer los poemas “conciencia de otras muertes, conciencia de otras vidas”. El poeta consigue algo noble, descentrarse de su propia perspectiva, mirar hacia los demás. Un par de hallazgos hacen satisfactorio este proceso: “Es de noche en el hemisferio de tus ojos” como acierto estético, “En los fragmentos / reside la esencia de la realidad” como éxito epistemológico. No me gusta ser taxativo y menos en poesía, pero tengo que decir que me sobra la sexta parte del libro, un largo poema planteado como un diálogo teatral entre Aresti y Duchamp, en el que no faltan buenos versos ni planteamientos serios. Simplemente, como ya sabéis los que me conocéis un poquito mejor, este tipo de recursos me parecen concesiones en pro de la construcción de una imagen de intelectualidad que, sinceramente, creo que Uribe no necesita. En cualquier caso, yo soy un poquito radical de vez en cuando y no conviene tomar demasiado en serio la opinión de alguien sin formación, de un mero aficionado. Mientras tanto cógeme la mano se cierra con un grupo de poemas que podrían agruparse bajo el epígrafe “Vida y felicidad”. Esta vez los poemas juegan (no importa si veraz o falazmente) con el concepto de la magia de vivir, con la casualidad altamente improbable que se acaba por hacerse cuerpo, con la celebración y la contemplación tranquila de un tiempo que no se detiene, de un destino que no deja de ser finito. El mejor de estos poemas es “Un poco más allá”, cuyo final, por su belleza, podría ser el final de cualquier cosa. ¿Para qué entonces buscar otro final para esta columna?:

Incluso estando en las últimas, mi padre
siempre alababa la vida,
nos decía que hay que vivir el momento,
que si siempre estás preocupado la vida se te escapa.

Y nos decía: tenéis que ir
más al Norte, no hay que echar la red
allí donde sabéis que seguro habrá pescado,

hay que buscar un poco más allá,
sin conformaros con lo que ya tenéis.
“La muerte no vencerá”,

escribió Dylan Thomas,
pero de vez en cuando gana,
y así terminó también la vida de mi padre,

como un barco que se pierde en el horizonte
girando hacia el Oeste,
dibujando recuerdos en su estela.

viernes, 8 de marzo de 2013

Los cantos de la Gehenna

Fue un martes, 7 de diciembre de 2010. Caminaba en ese estado de semiensoñación melancólica que producen las calles del casco viejo de Santiago de Compostela y empezó a llover. Después de cuatro días esperando una lluvia que se supone omnipresente por aquellas tierras, el aguacero, al fin, se hizo cuerpo y tuve que refugiarme en la primera tienda que llamó mi atención. En el escaparate, se insinuaba una colección de cerámica con un diseño atrevido, poco convencional, un alarde de colores. Entré y no tardé demasiado en aburrirme de la cerámica, pero al fondo de la tienda encontré algo que no esperaba: una estantería repleta de libros entre los que estaban toda la colección completa de poesía de Edicios de Castro, una editorial que pertenece a la empresa que elabora las piezas de cerámica y que se hace conocer como Sargadelos. Según su página web, desde 1963 (año en que fue fundada la rama editorial) hasta 2008, fueron publicados 1300 libros correspondientes a más de 700 autores y que abarcan campos tan dispares como el ensayo, narrativa, filología, economía, teatro, etnografía, arte, historia... En aquel momento, frente a aquella estantería, yo solo me fijaba en los títulos de poesía y así fue como acabé por decidirme por Los cantos de la Gehenna de un tal Gaspar Salgado, a quien no conocía en aquel preciso instante y de quien, actualmente, solo puedo decir que he leído uno de sus libros con un gran placer estético e intelectual. Ya en el breve prólogo de Darío Villanueva, se nos anuncia claramente lo que vamos a encontrar: un conjunto de ocho poemas de temática amorosa, en el que se identifica el territorio maldito de la Gehenna con el amor atormentado por un final o una falta de correspondencia. Gaspar Salgado despliega una lírica que se extiende con facilidad trenzando moldes métricos tradicionales en la construcción largos versos, cuyo ritmo llega se desencadena con facilidad en lectura pública o privada. Por otro lado, no renuncia a una clara vocación vanguardista y nos encontramos con un uso casi abusivo de la repetición que perfila el ambiente dibujado en cada poema. Así, por ejemplo, en el primero de los poemas el decasílabo “repetida palabra de dios” aparece ocho veces de forma consecutiva, las últimas seis formado dos versos con tres repeticiones de la secuencia en cada uno sin espacio entre palabras. La distribución del texto en la página huye del formalismo de la alineación en el margen izquierdo y los versos parecen, con frecuencia, dibujar escaleras e, incluso más allá, el uso gráfico de la ubicación de las caracteres tipográficos de una misma palabra como recurso expresivo potencia su intención de significado, como en el caso del Canto V, donde el vocablo agua se ha escrito con una dimensión vertical que nos recuerda su carácter inapresable o, más claramente, en el canto VII, en el que ocupa casi la totalidad de una página una especie de cascada zigzagueante de letras en las que puede leerse “toda la canción se está derramando entre estas manos”. El vocabulario es, también, destacable por su capacidad para romper el código habitual de este tipo de lírica sin desvanecer su ambiente. Así, encontramos expresiones como “repetida palabra de cualquier matarife” en el Canto I, “pero habrás de avanzar entre suicidios” en el Canto II o “este desesperado amor metástasis” en el Canto IV. En definitiva, Gaspar Salgado es uno de los muchos buenos poetas repartidos por el territorio español, en el que su dominio del oficio y su talento no acompañan a sus oportunidades de éxito y distribución. Un historia repetida que tengo la suerte de volver a contar por el curioso azar de haber entrado en una tienda de cerámicas aquella tarde inhóspita de diciembre de 2010. Y está claro, como siempre, que es inútil tratar de convencer con retórica sobre la bondad de un hacedor de versos cuando puede recurrirse a unos poemas que se defienden por sí mismos. Por ello, termino como termina el libro con su “Canto final”, que es el más breve:



y de nuevo soñarte coronada de odio

como con la señal de quien se sabe amada

por última vez

olvidemos

                    olvidemos sin miedo

tantísimas batallas de ternura

es tiempo de que sepas

que es luzbel quien te ama

emboscado en mis brazos