Fue un martes, 7 de
diciembre de 2010. Caminaba en ese estado de semiensoñación
melancólica que producen las calles del casco viejo de Santiago de
Compostela y empezó a llover. Después de cuatro días esperando una
lluvia que se supone omnipresente por aquellas tierras, el aguacero,
al fin, se hizo cuerpo y tuve que refugiarme en la primera tienda que
llamó mi atención. En el escaparate, se insinuaba una colección de
cerámica con un diseño atrevido, poco convencional, un alarde de
colores. Entré y no tardé demasiado en aburrirme de la cerámica,
pero al fondo de la tienda encontré algo que no esperaba: una
estantería repleta de libros entre los que estaban toda la colección
completa de poesía de Edicios de Castro, una editorial que pertenece
a la empresa que elabora las piezas de cerámica y que se hace
conocer como Sargadelos. Según su página web, desde 1963 (año en
que fue fundada la rama editorial) hasta 2008, fueron publicados 1300
libros correspondientes a más de 700 autores y que abarcan campos
tan dispares como el ensayo, narrativa, filología, economía,
teatro, etnografía, arte, historia... En aquel momento, frente a
aquella estantería, yo solo me fijaba en los títulos de poesía y
así fue como acabé por decidirme por Los cantos de la Gehenna
de un tal Gaspar Salgado, a quien no conocía en aquel preciso
instante y de quien, actualmente, solo puedo decir que he leído uno
de sus libros con un gran placer estético e intelectual. Ya en el
breve prólogo de Darío Villanueva, se nos anuncia claramente lo que
vamos a encontrar: un conjunto de ocho poemas de temática amorosa,
en el que se identifica el territorio maldito de la Gehenna con el
amor atormentado por un final o una falta de correspondencia. Gaspar
Salgado despliega una lírica que se extiende con facilidad trenzando
moldes métricos tradicionales en la construcción largos versos,
cuyo ritmo llega se desencadena con facilidad en lectura pública o
privada. Por otro lado, no renuncia a una clara vocación
vanguardista y nos encontramos con un uso casi abusivo de la
repetición que perfila el ambiente dibujado en cada poema. Así, por
ejemplo, en el primero de los poemas el decasílabo “repetida
palabra de dios” aparece ocho veces de forma consecutiva, las
últimas seis formado dos versos con tres repeticiones de la
secuencia en cada uno sin espacio entre palabras. La distribución
del texto en la página huye del formalismo de la alineación en el
margen izquierdo y los versos parecen, con frecuencia, dibujar
escaleras e, incluso más allá, el uso gráfico de la ubicación de
las caracteres tipográficos de una misma palabra como recurso
expresivo potencia su intención de significado, como en el caso del
Canto V, donde el vocablo agua se ha escrito con una dimensión
vertical que nos recuerda su carácter inapresable o, más
claramente, en el canto VII, en el que ocupa casi la totalidad de una
página una especie de cascada zigzagueante de letras en las que
puede leerse “toda la canción se está derramando entre estas
manos”. El vocabulario es, también, destacable por su
capacidad para romper el código habitual de este tipo de lírica sin
desvanecer su ambiente. Así, encontramos expresiones como “repetida
palabra de cualquier matarife” en el Canto I, “pero habrás
de avanzar entre suicidios” en el Canto II o “este
desesperado amor metástasis” en el Canto IV. En definitiva,
Gaspar Salgado es uno de los muchos buenos poetas repartidos por el
territorio español, en el que su dominio del oficio y su talento no
acompañan a sus oportunidades de éxito y distribución. Un historia
repetida que tengo la suerte de volver a contar por el curioso azar
de haber entrado en una tienda de cerámicas aquella tarde inhóspita
de diciembre de 2010. Y está claro, como siempre, que es inútil
tratar de convencer con retórica sobre la bondad de un hacedor de
versos cuando puede recurrirse a unos poemas que se defienden por sí
mismos. Por ello, termino como termina el libro con su “Canto
final”, que es el más breve:
y de nuevo soñarte
coronada de odio
como con la señal de
quien se sabe amada
por última vez
olvidemos
olvidemos sin miedo
tantísimas batallas
de ternura
es tiempo de que sepas
que es luzbel quien te
ama
emboscado en mis
brazos
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