martes, 24 de marzo de 2009

Hoy he descubierto que las naranjas son azules, que los pájaros tienen escamas, que los peces vuelan con dos extremidades llamadas alas y que los perros cacarean. Hasta hoy, yo siempre había pensado que me llamaba Enrique y ahora sospecho que he estado equivocado. Podría apostar que mi nombre es Nicolás y que me dedico a la venta de vehículos todoterreno con menos de 10.000 kilómetros. Afortunadamente, nunca es tarde para abrir los ojos a la luz de los acontecimientos y descubrir que no vivo en Huelva, sino en Hamburgo y que los lunes colaboro en la sección de bolsa y mercados con un programa de televisión de una cadena turca que solo se emite en Estambul. En este magnífico planeta, que por fin puedo ver con claridad, hemos entendido que Woody Allen llevaba razón en uno de sus guiones: ¿cómo no pudimos verlo antes? Hay que beber alcohol y fumar para estar sanos, comer grasas y pasteles es positivo para una adecuada salud cardiovascular. Y si hablamos de negocio, yo te voy a recomendar cuál es el futuro: lo mejor es dedicarse a escribir sonetos. Están muy bien pagados y hay quién ha hecho una brillante carrera con ellos. Ironías aparte, las frases que preceden reflejan, a mi entender, el vergonzoso comportamiento de la Iglesia Católica y de aquel que la representa: Joseph Ratzinger. Ya casi se nos había olvidado que este decoroso personaje fue el mismo que lanzó críticas veladas contra el mundo árabe como totalidad, olvidando el difícil momento político que vivimos en relación al terrorismo integrista islámico. Por si esto nos parecía poco, en una visita a África en la que, probablemente, lo único que pretendía era acaparar portadas de medios de comunicación, este “respetado científico” ha afirmado que el preservativo no es un medio eficaz para frenar la expansión del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida y que, al contrario, aumenta el problema. La metedura de pata ha sido de tal calado que el entorno del Vaticano, tan poco reacio a admitir errores, al transcribir las declaraciones del pontífice ha eliminado la palabra preservativo del discurso y se ha atrevido a acusar de manipulación informativa a los periodistas que han criticado las palabras del papa. No puedo comprender dónde está la dignidad de algunos, supongo que tan escondida como su respeto a la libertad de los demás. Sinceramente, creo que ha llegado el momento de prestar más atención a los filósofos y los científicos y menos a los especuladores de la moral y el pensamiento.

viernes, 13 de marzo de 2009

Ejercicio imaginativo

Imaginemos por un instante que un niño de unos doce años, movido por la curiosidad que le corroe por dentro, coge una cámara de video y empieza a fantasear con ella. Ha visto como sus padres la utilizaban en un sinfín de ocasiones, de modo que conoce el funcionamiento básico y no duda en encenderla y en ponerla a grabar. Sin ninguna intencionalidad especial, acude a la cocina donde su madre, cansada, termina de fregar el suelo. El niño grita: “Mamá, sonríe a la cámara”. La madre se gira hacia el niño sospechando lo que no quiere que esté sucediendo y, al darse la vuelta, antes de poder decirle a su hijo anda y deja eso en su sitio, accidentalmente, vuelca con la pierna el cubo lleno de agua que empapa todo el suelo de la cocina. En ese momento, la madre se sume en un silencio profundo, mientras mira con desesperación el trabajo que tendrá que volver a realizar. Todo queda grabado y las imágenes son mostradas a amigos y familiares con satisfacción. Aquellos que lo van viendo están de acuerdo en señalar la gracia, el desparpajo, la inteligencia y la perspectiva del niño y, en un ejercicio de vanidad e ingenuidad, atribuyen estas circunstancias azarosas al talento de nuestro protagonista, a una acción intencional de debutar en el mundo del cortometraje con una ópera prima que refleje las dificultades y emociones de la mujer en el ámbito doméstico. El niño acepta encantado esta versión. Ya que estamos imaginando, no será difícil que entendamos que alguien de la familia o los amigos mueve algunos hilos, habla con entusiasmo a cualquiera que se le ponga por delante de la obra y del creador y, para poner la guinda, se presenta la obra a un certamen de creación joven en el cual no pueden participar mayores de 30 años. Como es lógico, entre un jurado de dudosa cualificación, la calidad técnica y el valor artístico no tienen ninguna importancia y el único criterio válido para otorgar el premio es la juventud extrema del creador. Es así como el premio supone el bautismo y la presentación en sociedad de un nuevo director de cine, al que todos animan a seguir grabando libremente, sin ataduras ni moldes. La historia continúa, el niño crece y ese adolescente que sabe de su talento natural no duda en seguir trabajando sobre su mundo conceptual: libros manchados de mermelada, gatos conductores de autobuses, una invasión de alienígenas vestidos como Mr. T y otras ideas innovadoras. Y claro, como su talento no puede aceptar moldes, todos aplauden su decisión de no estudiar cine, de romper con la cultura cinematográfica y su carrera se va llenando de grandes frases autocomplacientes como “Rosselini ¡menudo payaso!” o “¿Quién coño es Frank Capra?”. El nuevo creador ha visto la luz en las películas de sus amigos y así toma forma un movimiento artístico basado en una nada creadora porque, evidentemente, el contenido está pasado de moda y ya solo importa el impacto visual. Imaginemos, por último, que años más tarde, un suplemento especial de un diario nacional sobre el mundo del cine, encarga el artículo sobre Billy Wilder al niño, ya joven adulto, que acepta encantado y aparece publicado un emocionado testimonio. ¿Hipocresía? Esto es lo que está sucediendo en los últimos años en el panorama poético nacional. ¿De quién hablo? No importa, no merece la pena.