jueves, 11 de junio de 2009

Verano

A pesar de los cuarenta grados de temperatura, de la imagen decepcionantemente fascista que se dibuja en el parlamento europeo, de los desengaños que uno se lleva con aquellos a quienes votaba con la confianza de estar votando a una formación de izquierda, a pesar de esta acumulación de trabajo que es junio, merece la pena el verano, es rentable a nivel físico, pero sobre todo a nivel mental. El calor lo sobrellevaremos con agua fresca y no voy a dar más detalles. Pero el trabajo no tendremos ninguna dificultad en sustituirlo por cualquier actividad sublime o insignificante. Cuando se está de vacaciones, tan trascendente es leer La Eneida como dormir la siesta, por lo que no puede desdeñarse la una ni la otra. La mayor de las satisfacciones, probablemente, es viajar, atravesar kilómetros de tierra, mar o aire y oler otros perfumes, oír otras voces, dejarse llevar por la contemplación, recordar la propia cama desde la distancia. Y si se me acusa de elitista, también puedo ensalzar diversiones gratuitas como el mercado de fichajes, la renovación del equipo de fútbol es una ilusión muy contagiosa y, si decides informarte a través de internet, el inmenso dédalo de páginas con rumores sobre fichajes es tal, que puedes acabar enunciando una teoría sociológica sobre la difusión de informaciones, o bien puedes desarrollar síntomas de un trastorno por ideas delirantes y sentirte amenazado por una conspiración contra los aficionados de tu club. En definitiva, el verano es un tiempo privilegiado para las azoteas, la nocturnidad y la higiene psicológica. Es una lástima que a veces se haga demasiado largo.