Probablemente, hay muy
pocas satisfacciones comparables a leer el poemario de un amigo
impreso en folios o fotocopiado, pensar que se trata de algo
realmente bueno y maldecir la cerrazón del entramado editorial
español y, posteriormente, años después, recibir en casa un
sospechoso sobre acolchado que aloja en su interior un libro de
poemas, ese mismo que ya habías leído cuando estaba recién sacado
del horno y parecía tan lejana la posibilidad de publicación. Como
siempre, advierto antes de seguir exponiendo mis percepciones: no
puedo ni pretendo ser objetivo en esto. Sí, Miguel Mejía ha vuelto
a ganar un premio y ha sido, una vez más, publicado. Se trata del
Premio Paul Beckett de poesía en su última edición, un galardón
que concede la Fundación Valparaíso y que otorga la posibilidad de
publicar en la Colección Beatrice. Como puede imaginarse, se trata
de una edición modesta, aunque no le falta ese tono elegante que
tienen los que, humildemente, ofrecen un buen producto haciendo gala
de la sobriedad y prescindiendo de todo el artificio que rodea a
ciertas publicaciones donde hay que suplir de alguna forma la falta
de nivel poético. Pero vayamos a lo importante, a la obra, a ese
poemario titulado Hacia dónde, que es algo más que una mera
referencia espacial, una búsqueda de orientación geográfica,
aunque también lo sea. Hacia dónde es la pregunta
fundamental de la conciencia humana, de una voz intrapsicológica, de
un discurso privado que se ha hecho carne en el ritmo y nos lleva al
territorio de las inquietudes, de la ausencia o la búsqueda de un
sentido, la obligada construcción de una identidad personal con los
materiales de la incertidumbre, la necesidad o la obligación de
seguir viviendo a pesar de la falta de respuestas definitivas.
Dividido en cuatro partes sin títulos que la identifiquen, se trata
sin embargo de un conjunto monolítico (que no monográfico) de
poemas. Algo respira entre esos versos, el verbo está vivo y da la
impresión de que ninguno de los textos sobra. Todos parecen ser
necesarios en el funcionamiento de una maquinaria interrogativa.
Inmerso en un contexto urbano, los elementos del paisaje no son una
agarradera que evite una caída al interior. No consuela ni sana el
regreso, como tampoco pueden hacerlo los matices temporales que
pretende imponer el calendario. Los nombres que ponemos a los días y
los meses revelan su verdadera naturaleza de etiquetas. Por eso, no
es raro que el poeta nos diga que debajo de abril “late siempre
diciembre” o que un lunes sea una ráfaga de comprensión, el
decisivo instante en que descubrimos que podría ser ya tarde para
confiar en un amanecer que, en su iluminación, irradie algo parecido
a una esperanza. En un constante ir y venir, nada parece estable y,
sin embargo, siempre parece estar todo en el mismo punto, detenido,
ajeno a cualquier idea de progreso. Porque todo está roto o se
derrumba o despliega un esfuerzo que es inútil. El poeta puede ser
muchos seres distintos, puede hablar desde una multiplicidad de voces
que reflejan lo que ya sabemos: igual que el río de Heráclito,
nadie puede ser siempre la misma persona y es ésta la base de todo
conflicto identitario tanto en lo social como en lo personal, es éste
el motivo que está detrás de la mayoría de demandas de
psicoterapia, es ésta la angustia de no saber si estamos
aprovechando o malbaratando nuestras vidas, el miedo a quedar en un
territorio neutro, gris, informe, en el que descubrimos que, al fin,
no somos nada. Es lícito pensar en este punto que, al menos, nos
queda la memoria, como les quedaba París a Rick e Ilsa en
Casablanca. Ilusión de
control, autoengaño, el propio Miguel se encarga de no dejar un solo
cabo suelto, un mínimo salvavidas, en el único poema que no tiene
título de la colección:
no deja de pasarnos la
vida por delante
y está uno a veces
triste como un muñeco hueco
con brazos incapaces
con cara de sí mismo o parecida
tirado sin remedio
solo sobre la cama hecho un ovillo
queriendo no salir no
ver el día no volver nunca
porque todo sucede
siempre ayer y los recuerdos
de qué sirven de qué
dime de qué