viernes, 11 de octubre de 2013

Una maquinaria interrogativa (cierre de la temporada 2012/2013 en Las Afueras)

Probablemente, hay muy pocas satisfacciones comparables a leer el poemario de un amigo impreso en folios o fotocopiado, pensar que se trata de algo realmente bueno y maldecir la cerrazón del entramado editorial español y, posteriormente, años después, recibir en casa un sospechoso sobre acolchado que aloja en su interior un libro de poemas, ese mismo que ya habías leído cuando estaba recién sacado del horno y parecía tan lejana la posibilidad de publicación. Como siempre, advierto antes de seguir exponiendo mis percepciones: no puedo ni pretendo ser objetivo en esto. Sí, Miguel Mejía ha vuelto a ganar un premio y ha sido, una vez más, publicado. Se trata del Premio Paul Beckett de poesía en su última edición, un galardón que concede la Fundación Valparaíso y que otorga la posibilidad de publicar en la Colección Beatrice. Como puede imaginarse, se trata de una edición modesta, aunque no le falta ese tono elegante que tienen los que, humildemente, ofrecen un buen producto haciendo gala de la sobriedad y prescindiendo de todo el artificio que rodea a ciertas publicaciones donde hay que suplir de alguna forma la falta de nivel poético. Pero vayamos a lo importante, a la obra, a ese poemario titulado Hacia dónde, que es algo más que una mera referencia espacial, una búsqueda de orientación geográfica, aunque también lo sea. Hacia dónde es la pregunta fundamental de la conciencia humana, de una voz intrapsicológica, de un discurso privado que se ha hecho carne en el ritmo y nos lleva al territorio de las inquietudes, de la ausencia o la búsqueda de un sentido, la obligada construcción de una identidad personal con los materiales de la incertidumbre, la necesidad o la obligación de seguir viviendo a pesar de la falta de respuestas definitivas. Dividido en cuatro partes sin títulos que la identifiquen, se trata sin embargo de un conjunto monolítico (que no monográfico) de poemas. Algo respira entre esos versos, el verbo está vivo y da la impresión de que ninguno de los textos sobra. Todos parecen ser necesarios en el funcionamiento de una maquinaria interrogativa. Inmerso en un contexto urbano, los elementos del paisaje no son una agarradera que evite una caída al interior. No consuela ni sana el regreso, como tampoco pueden hacerlo los matices temporales que pretende imponer el calendario. Los nombres que ponemos a los días y los meses revelan su verdadera naturaleza de etiquetas. Por eso, no es raro que el poeta nos diga que debajo de abril “late siempre diciembre” o que un lunes sea una ráfaga de comprensión, el decisivo instante en que descubrimos que podría ser ya tarde para confiar en un amanecer que, en su iluminación, irradie algo parecido a una esperanza. En un constante ir y venir, nada parece estable y, sin embargo, siempre parece estar todo en el mismo punto, detenido, ajeno a cualquier idea de progreso. Porque todo está roto o se derrumba o despliega un esfuerzo que es inútil. El poeta puede ser muchos seres distintos, puede hablar desde una multiplicidad de voces que reflejan lo que ya sabemos: igual que el río de Heráclito, nadie puede ser siempre la misma persona y es ésta la base de todo conflicto identitario tanto en lo social como en lo personal, es éste el motivo que está detrás de la mayoría de demandas de psicoterapia, es ésta la angustia de no saber si estamos aprovechando o malbaratando nuestras vidas, el miedo a quedar en un territorio neutro, gris, informe, en el que descubrimos que, al fin, no somos nada. Es lícito pensar en este punto que, al menos, nos queda la memoria, como les quedaba París a Rick e Ilsa en Casablanca. Ilusión de control, autoengaño, el propio Miguel se encarga de no dejar un solo cabo suelto, un mínimo salvavidas, en el único poema que no tiene título de la colección:

no deja de pasarnos la vida por delante
y está uno a veces triste como un muñeco hueco
con brazos incapaces con cara de sí mismo o parecida
tirado sin remedio solo sobre la cama hecho un ovillo
queriendo no salir no ver el día no volver nunca
porque todo sucede siempre ayer y los recuerdos
de qué sirven de qué dime de qué

domingo, 6 de octubre de 2013

El alcalde de Zalamea

Si como ya sabéis siempre he venido defendiendo los beneficios de la lectura en general y, en particular, de la lectura de los clásicos, además, últimamente, vengo reafirmándome en una idea que, probablamente, ya habré esbozado o planteado anteriormente: la lectura de los clásicos es la mejor forma de comprender que este mundo en el que vivimos no va, cada vez, peor. Más bien, ha sido siempre igual de injusto y despiadado a lo largo de la Historia y los cambios que hemos experimentado están más relacionados con el atrezo, que con una transformación profunda en la estructura de la moral y el comportamiento humano. Es difícil no caer en este círculo de reflexiones sobre la naturaleza del ser humano cuando se acaba de leer a Calderón y se está aún girando en las órbitas de su inigualable talento. Basado en acontecimientos históricos, El alcalde de Zalamea es un tratado en tono dramático sobre algunos de los problemas que aún hoy, trescientos setenta y siete años después, siguen persiguiendo, oprimiendo y preocupando a los sectores más desfavorecidos de la especie humana. El argumento de la obra nos sitúa ante el paso de las tropas reales por la localidad de Zalamea de la Serena (Badajoz) con motivo de un conflicto bélico entre España y Portugal. Atendiendo a la leyes del momento, el pueblo llano (el villanaje) tenía la obligación de alojar en sus casas a los miembros del ejército. La trama que Calderón arma en torno al amplísimo y omnipotente concepto del honor, su pérdida y restauración como motor del drama, se puede desgranar con facilidad en una diversidad de temas que no resultan, en ningún momento, arcaicos o ajenos a la fresca actualidad que nos envuelve. En primer lugar, tenemos el continuo desdén con el que un capitán trata a los habitantes del pueblo y las intrigas que diseña para conseguir beneficios personales. ¿Qué es esto sino un claro abuso de poder? En segundo lugar, tenemos el secuestro de una joven y bellísima mujer, a la que fuerza a mantener relaciones sexuales. ¿Acaso no estamos aquí ante una doble acepción siempre terrible de la palabra violación? ¿No es cierto que nos sigue preocupando la situación de los Derechos Humanos cuando los ejércitos de cualquier guerra entran en las poblaciones? ¿No es la violencia de género y la desigualdad entre hombres y mujeres uno de los principales asuntos a resolver en sociedades como la nuestra? Ya defendí, en este mismo espacio, hace ya tiempo que es fácil descubrir que Calderón es un moderno, un pensador de nuestro tiempo, cuando se analiza con atención su discurso. Esta afirmación se hace indiscutible en una extensa intervención del héroe de la obra, Pedro Crespo, cuando al despedir a su hijo, que se incorpora a las tropas que van camino de Portugal, le aconseja:

¡Cuántos, teniendo en el mundo
algún defeto consigo,
le han borrado por humildes!
Y ¡cuántos, que no han tenido
defeto, se le han hallado,
por estar ellos mal vistos!

Y más abajo:

No hables mal de las mujeres;
la más humilde, te digo
que es digna de estimación
porque, al fin, de ellas nacimos.
No riñas por cualquier cosa;
que cuando en los pueblos miro
muchos que a reñir se enseñan,
mil veces entre mí digo:
"Aquesta escuela no es
la que ha de ser", pues colijo
que no ha de enseñarse a un hombre
con destreza, gala y brío
a reñir, sino a por qué
ha de reñir, que yo afirmo
que si hubiera un maestro solo
que enseñara prevenido,
no el cómo, el por qué se riña,
todos le dieran sus hijos.

Sin embargo, no solo hay lugar para el análisis histórico y la pesimista toma de conciencia en el teatro del Siglo de Oro. En cierto modo, la satisfacción interior con la que se leen estos libros está relacionada con su desenlace. A su manera, en el estilo de la época, al lector le queda el regocijo de la justicia en el tramo final de la obra, una justicia que es vengativa y cruel con quien lo merece y que, aunque se circunscriba claramente al territorio de la ficción, supone una especie de terapia analgésica que alivia la sensación de haber perdido de antemano la lucha contra la injusticia y la desigualdad.

jueves, 3 de octubre de 2013

Las venas

Me da igual que fuera escrito en 1970, es decir, hace cuarenta y tres años. Me da igual que muchas de las cifras macroeconómicas y los patrones de tendencia geopolítica hayan cambiado, es decir, me da igual que Brasil sea una de las economías que más ha crecido en el mundo en los últimos años. Por encima de todo ello, está el libro y, por mucho que se me quisiera discutir, Las venas abiertas de América Latina es un ensayo magistral ejecutado por el sabio Eduardo Galeano y que, por desgracia, jamás dejará de tener actualidad en este bondadoso mundo en el que vivimos. Las venas son la demostración, en el contexto concreto de América del Sur, de que la riqueza de un territorio es directamente proporcional a la pobreza de sus habitantes, así como de que el desarrollo de algunos es la causa que provoca el subdesarrollo de otros. Por mucho que quiera maquillarse la historia, por mucho que se manipule, no cabe otra conclusión que admitir que tiene que haber muchos pobres para mantener los privilegios de unos cuantos ricos y que, por tanto, no hay riqueza en el mundo que no resulte, al menos, sospechosa. La historia de América Latina es una historia del despojo. Primero los conquistadores españoles y portugueses (quienes ya trabajaban casi sin saberlo para los intereses de la burguesía británica y holandesa), después la banca inglesa y, por último, las empresas multinacionales, aquellas que Cortázar bautizaba, con gran acierto, como vampiros multinacionales en las aventuras de Fantomas. Primero fue el oro, la plata y todo el mineral que tuviera un mínimo de valor. Después, fue el cáncer del monocultivo y la prohibición expresa de la industrialización (no hay mejor manera de asegurar las ventas al exterior que prohibiendo a tus compradores que ellos mismos fabriquen). Por último, la usurpación de la industria nacional de los países del Cono Sur, así como la usurpación del crédito interno, además de la estafa de la deuda externa y del juego sucio en el comercio internacional que se traduce en la manipulación de los precios de los productos y los fletes de los barcos para el transporte marítimo. La cosa es muy sencilla: lo que llamamos inversión extranjera proviene, en su mayoría, de las fuentes de crédito del propio país y, además, se aseguran las ganancias de la benefactora empresa en cuestión, ya que los riesgos los asume el Estado. No hace falta decir que esa inversión se transforma automáticamente en deuda externa, que solo puede ser pagada con la exportación de productos. Es curioso, a este respecto, que los productos latinoamericanos bajen constantemente de precio y los europeos y norteamericanos no dejen de subir, como no deja de subir la deuda ante la imposibilidad de pagarla, por lo que se hace necesario más crédito y más inversión extranjera. Seguro que no está relacionado con quiénes toman las decisiones en los organismos financieros internacionales ¿verdad? Nos explica Galeano que el Fondo Monetario Internacional ofrece préstamos a cambio de medidas concretas en la economía (eso que ahora llamamos austeridad). Las medidas concretas no atienden las causas de los problemas, sino a sus consecuencias. Por ello, la economía no hace más que empeorar su situación y volver al préstamo, que le exigirá medidas aún más concretas y drásticas. Y sigue subiendo la deuda (o el déficit como lo llamamos ahora). ¿Nos suena esto de algo? Sin embargo, los teóricos de la sacralización del pago de la deuda, los Estados Unidos, jamás aplican este tipo de medidas en su país. De igual forma que, siendo los mayores defensores del libre comercio, son los más restrictivos y proteccionistas cuando se trata de equilibrar la balanza entre la importación y la necesaria defensa de sus productores nacionales. Por supuesto, no es necesario decir que toda voz, todo ejemplo, que haya intentado alzarse contra estas tendencias a lo largo de la Historia ha sido, literalmente, aniquilada. De hecho, en las páginas de Las venas, se demuestra con datos que la mayoría de Golpes de Estado que se han producido en Latinoamérica, con el indiscutible apoyo de Estados Unidos o Inglaterra, han venido después de decisiones tomadas por gobiernos democráticos que lesionaban los intereses económicos de estos países. Todo esto lo hace Galeano huyendo de un lenguaje hermético, usando un tono de novela, como él mismo admite en el epílogo. Mucho debiéramos agradecer estos intentos de hacernos conscientes de la estructura política y económica que sostiene el engranaje del neoliberalismo. Nadie mejor que él para explicarlo: “El lenguaje hermético no es siempre el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder, simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo, para bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un privilegio de las élites.