miércoles, 5 de marzo de 2014

Todo modo

Es fácil caer en la tristeza o en la incomprensión al enfrentarse al desmesurado contraste entre la imagen que está trascendiendo de Italia en los últimos años y aquella otra Italia intelectualmente esplendorosa de los años 70, aquella Italia que deslumbró al mundo entero con su cine, que fue un ejemplo admirable de la cohabitación entre el compromiso político y social del artista y la calidad de los productos culturales, aquella Italia dispuesta a renovarse, a denunciar todo exceso por parte de las élites sociales. La catarata de pensamientos se serena cuando se piensa que fue aquel mismo país, en aquel mismo momento histórico, el que asesinó a Pasolini. Todas estas ideas se arremolinan en mi cabeza después de la lectura de Todo modo, novela que publicó Leonardo Sciascia en 1974 y cuya primera edición española se produjo poco después, en 1976, año en que también fue llevada al cine. Se trata de una novela de denuncia que tiene el buen oficio de la literatura policíaca y que, hilvanado al relato de los delitos y la búsqueda de los culpables, lleva una reflexión sobre las diversas formas de ejercer el poder, sobre la corrupción, la invasión de las administraciones públicas por parte de los intereses privados, la falta de separación entre los asuntos de la Iglesia y los asuntos del Estado, la forma en la que se desdibuja la justicia cuando los culpables están en un escalafón social tan alto que les permite observar todo, incluso la ley, desde una plataforma de privilegios. La trama es y no es, simplemente, una excusa, es decir, es lo suficientemente sencilla para no desvirtuar el trasfondo crítico de la obra. De la misma forma, tiene la necesaria solidez e independencia para no quedar reducida a un puñado de páginas que justifiquen una moraleja. Un pintor que conduce por una carreta secundaria decide tomar un desvío hacia una ermita que no conoce y que le genera cierta curiosidad. Allí encuentra al padre Gaetano, el responsable de haber convertido una ermita que encierra una falsa leyenda en un hotel de lujo y, además, el director de una serie de ejercicios espirituales en los que van a participar grandes personalidades de la política, la industria y la Iglesia. El padre Gaetano es el prototipo de hombre sin remordimientos, alguien que actúa, exclusivamente, en función de su propio beneficio, capaz de no responder a ninguna pregunta, capaz de desviar el foco de cualquier tema, capaz de hablar largo tiempo sin llegar a profundizar nunca, un hombre que entra y sale de cada escena sin que se oigan sus pasos, alguien de quien solo somos conscientes cuando caemos en la cuenta de que debe llevar un rato en el lugar, mirándonos y oyendo todo lo que decimos. Sin embargo, rompe el estereotipo que se espera de él como miembro una Iglesia que se ha olvidado de la salud del alma y de la pobreza de corazón al enfrentar a la intelectualidad del protagonista una inmensa cultura y un vasto conocimiento de la literatura. El padre Gaetano es un dirigente en la sombra, alguien cuyo inmenso poder real no se corresponde con su posición en la estructura; es ese personaje que se ha dado cuenta de que conviene más el respeto que la visibilidad cuando se pretende tener una capacidad ilimitada de influencia sobre aquellos que manejan los destinos de un país. La previsible facilidad en la que parece que iban a desenvolverse las jornadas de ejercicios espirituales, entre el buen vino y una gastronomía cuidada, con los participantes relajados sin la presencia de sus familias y debidamente acompañados por sus amantes, con la firmeza discursiva del padre Gaetano, se rompe repentinamente con un asesinato que se produce en medio de la confusión de una actividad colectiva, confusión que impide conocer al culpable, ya sea por la imposibilidad de haber visto algo en medio del tumulto, ya sea por miedo, por complicidad. Los asesinatos no se detendrán. Llegarán a tres. Y la llegada de un comisario de la policía y de un juez de instrucción no tendrán ninguna capacidad de esclarecimiento sobre los hechos. El propio juez admite, aunque esto suponga apuntar sobre su incapacidad, su cobardía, su incompetencia, que nunca se podrá identificar a los responsables, que ninguno de los implicados está interesado en la justicia, que solo tratarán de taparse los unos a los otros. No es difícil después de haber leído Todo modo pensar en lo incómodas que son estas gentes para el normal funcionamiento de una democracia, como son incómodas las voces insumisas para estos personajes que han usurpado de forma meticulosa todas las esferas de la vida pública. No es difícil después de haber leído Todo modo recordar ciertos episodios deplorables que se han producido recientemente en la vida pública italiana y también, cómo no decirlo, en la justicia española.