Es fácil caer en la
tristeza o en la incomprensión al enfrentarse al desmesurado
contraste entre la imagen que está trascendiendo de Italia en los
últimos años y aquella otra Italia intelectualmente esplendorosa de
los años 70, aquella Italia que deslumbró al mundo entero con su
cine, que fue un ejemplo admirable de la cohabitación entre el
compromiso político y social del artista y la calidad de los
productos culturales, aquella Italia dispuesta a renovarse, a
denunciar todo exceso por parte de las élites sociales. La catarata
de pensamientos se serena cuando se piensa que fue aquel mismo país,
en aquel mismo momento histórico, el que asesinó a Pasolini. Todas
estas ideas se arremolinan en mi cabeza después de la lectura de
Todo modo, novela que publicó Leonardo Sciascia en 1974 y
cuya primera edición española se produjo poco después, en 1976,
año en que también fue llevada al cine. Se trata de una novela de
denuncia que tiene el buen oficio de la literatura policíaca y que,
hilvanado al relato de los delitos y la búsqueda de los culpables,
lleva una reflexión sobre las diversas formas de ejercer el poder,
sobre la corrupción, la invasión de las administraciones públicas
por parte de los intereses privados, la falta de separación entre
los asuntos de la Iglesia y los asuntos del Estado, la forma en la
que se desdibuja la justicia cuando los culpables están en un
escalafón social tan alto que les permite observar todo, incluso la
ley, desde una plataforma de privilegios. La trama es y no es,
simplemente, una excusa, es decir, es lo suficientemente sencilla
para no desvirtuar el trasfondo crítico de la obra. De la misma
forma, tiene la necesaria solidez e independencia para no quedar
reducida a un puñado de páginas que justifiquen una moraleja. Un
pintor que conduce por una carreta secundaria decide tomar un desvío
hacia una ermita que no conoce y que le genera cierta curiosidad.
Allí encuentra al padre Gaetano, el responsable de haber convertido
una ermita que encierra una falsa leyenda en un hotel de lujo y,
además, el director de una serie de ejercicios espirituales en los
que van a participar grandes personalidades de la política, la
industria y la Iglesia. El padre Gaetano es el prototipo de hombre
sin remordimientos, alguien que actúa, exclusivamente, en función
de su propio beneficio, capaz de no responder a ninguna pregunta,
capaz de desviar el foco de cualquier tema, capaz de hablar largo
tiempo sin llegar a profundizar nunca, un hombre que entra y sale de
cada escena sin que se oigan sus pasos, alguien de quien solo somos
conscientes cuando caemos en la cuenta de que debe llevar un rato en
el lugar, mirándonos y oyendo todo lo que decimos. Sin embargo,
rompe el estereotipo que se espera de él como miembro una Iglesia
que se ha olvidado de la salud del alma y de la pobreza de corazón
al enfrentar a la intelectualidad del protagonista una inmensa
cultura y un vasto conocimiento de la literatura. El padre Gaetano es
un dirigente en la sombra, alguien cuyo inmenso poder real no se
corresponde con su posición en la estructura; es ese personaje que
se ha dado cuenta de que conviene más el respeto que la visibilidad
cuando se pretende tener una capacidad ilimitada de influencia sobre
aquellos que manejan los destinos de un país. La previsible
facilidad en la que parece que iban a desenvolverse las jornadas de
ejercicios espirituales, entre el buen vino y una gastronomía
cuidada, con los participantes relajados sin la presencia de sus
familias y debidamente acompañados por sus amantes, con la firmeza
discursiva del padre Gaetano, se rompe repentinamente con un
asesinato que se produce en medio de la confusión de una actividad
colectiva, confusión que impide conocer al culpable, ya sea por la
imposibilidad de haber visto algo en medio del tumulto, ya sea por
miedo, por complicidad. Los asesinatos no se detendrán. Llegarán a
tres. Y la llegada de un comisario de la policía y de un juez de
instrucción no tendrán ninguna capacidad de esclarecimiento sobre
los hechos. El propio juez admite, aunque esto suponga apuntar sobre
su incapacidad, su cobardía, su incompetencia, que nunca se podrá
identificar a los responsables, que ninguno de los implicados está
interesado en la justicia, que solo tratarán de taparse los unos a
los otros. No es difícil después de haber leído Todo modo
pensar en lo incómodas que son estas gentes para el normal
funcionamiento de una democracia, como son incómodas las voces
insumisas para estos personajes que han usurpado de forma meticulosa
todas las esferas de la vida pública. No es difícil después de
haber leído Todo modo recordar ciertos episodios deplorables
que se han producido recientemente en la vida pública italiana y también, cómo no decirlo, en la justicia española.
2 comentarios:
Si no fuera porque es material y, sobre todo, temporalmente imposible, se diría que Sciascia conoció los lamentables vetos del poder a los jueces Garzón y Silva para escribir su novela y que pasó tiempo junto al inefable Pedro José (como llama el Catavenenos a Pedro J.) para crear al Padre Gaetano. Nada mejor que el título de una de las obras del genial Wenders para describir la situació: ¡Tan lejos, tan cerca!
Completamente de acuerdo. O sí a todo, si usamos la jerga "windowsiniana". El caso es que es muy triste leer una novela de los 70 y encontrarte casi con el periódico de hoy o el de mañana. Muchas gracias por el comentario, Señor o Señora Anónimo.
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