sábado, 9 de enero de 2021

La vuelta al día en ochenta mundos

 


Recién concluida la lectura de "La vuelta al día en ochenta mundos", un genial y heterodoxo collage perpetrado por Julio Cortázar con la ayuda de Julio Silva y donde la sombra un tercer Julio (evidente) se percibe de forma constante, quisiera compartir un fragmento de su úlitmo capítulo. El texto se defiende por sí mismo y mis comentarios sólo podrían servir para embarrarlo. Por tanto, me abstengo. Únicamente una advertencia o, más bien, una pincelada de contexto: el hilo discursivo es John Keats y, en general, la interrelación entre el carácter de un poeta (el modo en que afronta la realidad) y su obra. Se trata de un capítulo que, como sucede con muchos otros de los que componen esta vuelta, puede encontrarse también en otros libros del gran cronopio de Banfield.

"La conducta lógica del hombre tiende siempre a defender la persona del sujeto, a parapetarse frente a la irrupción osmótica de la realidad, ser por excelencia el antagonista del mundo, porque si al hombre lo obsesiona conocer es siempre un poco por hostilidad, por temor a confundirse. En cambio, ve usted, el poeta renuncia a defenderse. Renuncia a conservar una identidad en el acto de conocer porque precisamente el signo inconfundible, la marca en forma de trébol bajo la tetilla de los cuentos de hadas, se la da tempranamente el sentirse a cada paso otro, el salirse tan fácilmente de sí mismo para ingresar en las entidades que lo absorben, enajenarse en el objeto que será cantado, la materia física o moral cuya combustión lírica provocará el poema. Sediento de ser, el poeta no cesa de tenderse hacia la realidad buscando con el arpón infatigable del poema una realidad cada vez mejor ahondada, más real. Su poder es instrumento de posesión pero a la vez e inefablemente es deseo de posesión; como una red que pescara para sí misma, un anzuelo que fuera a la vez ansia de pesca. Ser poeta es ansiar, pero sobre todo obtener, en la exacta medida en que se ansía."

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