No
siempre me alegro de superar los prejuicios que, como todos, tengo
hacia ciertos libros y poetas. A veces, la sensación de estar
perdiendo el tiempo ante una página que no me interesa lo más
mínimo y mi infantil resistencia a abandonar las lecturas una vez
empezadas me desesperan. Y acabo por maldecirme y por lamentar la
inconsistencia de mis convicciones. Por suerte, con “Las moras
agraces” (La Bella Varsovia, 2020) la historia es otra, la del final feliz. Me decidí a
comprar el libro de Carmen Jodra con la necesidad de encontrar un
respuesta o, más exactamente, una explicación. Es fácil adivinar
que, después de haberlo leído y disfrutado, sigo sin encontrar lo
que andaba buscando. El poemario, desde mi punto de vista, sólo
puede calificarse como impecable. Más allá de la edad que Carmen
Jodra tenía cuando lo escribió (lo que supone un mérito que no voy
a negar), el libro tiene un valor por sí mismo. “Las moras
agraces” no merece ser un libro de culto por ser el debut de una
jovencísima poeta a la que aguardaba un trágico destino, sino por
su calidad y por su aportación a un panorama literario que no está
precisamente sobrado de este tipo de ejemplares. Es normal que en sus
poemas nos sorprenda una madurez intelectual que, por comparación,
es prematura y que nos rindamos ante la evidencia de encontrarnos
ante una voz propia, ante un bagaje intelectual incuestionable. El
recurso a las formas y moldes clásicos en lo formal es sólido y no
un dubitativo intento que se descose en una primera lectura. Por otro
lado, está el tratamiento de los temas. No voy a escribir ahora que
se trata de un libro innovador en cuanto a los temas. De hecho, a
estas alturas de la Historia, me parece casi una falta de ética
hacer una afirmación semejante. En cambio, sí me atrevo a defender
que los temas, siendo los habituales, parecen revitalizados y, al
leer sus poemas, se percibe esa frescura que ayuda a mantener el
optimismo, la confianza en el carácter inagotable de la palabra
escrita. A pesar de todo ello y como ya adelanté al principio, me
sigue quedando cierta inquietud. En concreto, me sorprende que, con
demasiada frecuencia, los defensores a ultranza de la obra de Carmen
Jodra son los mismos que, desde siempre, han desdeñado o, en el
mejor de los casos, han ignorado deliberadamente a otros poetas
generacionalmente cercanos y cuyas propuestas tienen muchos puntos en
común con la poesía de la madrileña. Para que quede claro, mi duda
es: ¿por qué lo que se alaba en Carmen Jodra se critica o
menosprecia en otros? No sé si aún no he hallado la respuesta o,
tal vez, la tengo delante de mis ojos y no quiero verla.
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