miércoles, 3 de febrero de 2021

Las moras agraces


No siempre me alegro de superar los prejuicios que, como todos, tengo hacia ciertos libros y poetas. A veces, la sensación de estar perdiendo el tiempo ante una página que no me interesa lo más mínimo y mi infantil resistencia a abandonar las lecturas una vez empezadas me desesperan. Y acabo por maldecirme y por lamentar la inconsistencia de mis convicciones. Por suerte, con “Las moras agraces” (La Bella Varsovia, 2020) la historia es otra, la del final feliz. Me decidí a comprar el libro de Carmen Jodra con la necesidad de encontrar un respuesta o, más exactamente, una explicación. Es fácil adivinar que, después de haberlo leído y disfrutado, sigo sin encontrar lo que andaba buscando. El poemario, desde mi punto de vista, sólo puede calificarse como impecable. Más allá de la edad que Carmen Jodra tenía cuando lo escribió (lo que supone un mérito que no voy a negar), el libro tiene un valor por sí mismo. “Las moras agraces” no merece ser un libro de culto por ser el debut de una jovencísima poeta a la que aguardaba un trágico destino, sino por su calidad y por su aportación a un panorama literario que no está precisamente sobrado de este tipo de ejemplares. Es normal que en sus poemas nos sorprenda una madurez intelectual que, por comparación, es prematura y que nos rindamos ante la evidencia de encontrarnos ante una voz propia, ante un bagaje intelectual incuestionable. El recurso a las formas y moldes clásicos en lo formal es sólido y no un dubitativo intento que se descose en una primera lectura. Por otro lado, está el tratamiento de los temas. No voy a escribir ahora que se trata de un libro innovador en cuanto a los temas. De hecho, a estas alturas de la Historia, me parece casi una falta de ética hacer una afirmación semejante. En cambio, sí me atrevo a defender que los temas, siendo los habituales, parecen revitalizados y, al leer sus poemas, se percibe esa frescura que ayuda a mantener el optimismo, la confianza en el carácter inagotable de la palabra escrita. A pesar de todo ello y como ya adelanté al principio, me sigue quedando cierta inquietud. En concreto, me sorprende que, con demasiada frecuencia, los defensores a ultranza de la obra de Carmen Jodra son los mismos que, desde siempre, han desdeñado o, en el mejor de los casos, han ignorado deliberadamente a otros poetas generacionalmente cercanos y cuyas propuestas tienen muchos puntos en común con la poesía de la madrileña. Para que quede claro, mi duda es: ¿por qué lo que se alaba en Carmen Jodra se critica o menosprecia en otros? No sé si aún no he hallado la respuesta o, tal vez, la tengo delante de mis ojos y no quiero verla.

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