Si hoy fuera un jueves
corriente, habría encendido el ordenador esta mañana pensando en
qué voy a escribir este año para despedir el trimestre y felicitar
la Navidad a los oyentes de Las Afueras tomando como pretexto algún
punto de partida literario. Seguramente, ahí estaría la principal
dificultad. Después de todo, la gente no se toma a mal que repitamos
discurso llegados a estas alturas del año y, por otro lado, tampoco
hay demasiadas opciones de maniobra. Como siempre, acabaría por
admitir que entiendo perfectamente a los críticos y a aquellos
acusadores del consumismo, pero también pediría un poco de
distancia y recordaría que hay muchas formas de tomarse estas
fiestas, que tampoco podemos hacer nada por eludirlas y que, al fin y
al cabo, nos dan una excusa inmejorable para abusar de la compañía
de la gente a la que apreciamos. Como todos los años, también,
aconsejaría regalar cultura, especialmente, regalar libros y, en
concreto, a los niños. Ya sabéis que, debido a mi oficio y a mis
convicciones personales, sigo manteniendo la ingenuidad de creer
firmemente en el poder de transformación y regeneración social de
cualquier acto educativo. Teclearía con la prisa habitual de cada
semana y pensaría que, afortunadamente, aún me queda en reserva un
libro para reseñar, La
invención de Morel,
y entre este y las lecturas de Navidad (espero terminar Los
heraldos negros,
Trilce
y algo de Natalia Ginzburg o Machado de Assís, ya veremos) tendría
margen suficiente para seguir compaginando las lecturas con la
gustosa y autoimpuesta obligación de la columna semanal para el
programa. Sin embargo, poco sentido tiene ya todo esto cuando se
cierne sobre Uniradio la más que probable certeza de un cierre
injusto y vergonzoso. Uniradio es un proyecto cultural libre con una
trayectoria susceptible de causar envidia en cualquiera de los
rincones de este país. Se trata de una iniciativa que se dedica
única y exclusivamente al enriquecimiento de la Universidad como
institución y de la vida en la capital y la provincia. No es,
simplemente, que cualquier proyecto de estas características salga
barato, en sí mismo, atendiendo a los beneficios sociales que
genera. Además, Uniradio es un proyecto económicamente barato que
vuelve a demostrar, una vez más, que el problema de esta crisis no
es que no haya dinero para nada, es que hemos decidido recortar en lo
importante y priorizar lo innecesario, lo superfluo. El cierre de un
medio de comunicación es siempre, invariablemente, un drama, pero
las palabras se muestran, desde un punto de vista semántico,
insuficientes cuando es una universidad pública la que no tiene
reparos en dejar morir a la que, probablemente, es una de sus grandes
virtudes y una de sus señas de identidad. No sé si el Rector lo
sabe, pero gran parte del respeto que se ha ganado la Onubense
en estos últimos años se debe al buen hacer de Uniradio. Se me dirá
que no soy objetivo, que formo parte de su red de colaboradores, y yo
diré orgullosamente que sí, que me niego a ser objetivo cuando he estado seis años, dos meses y ocho días tratando de aportar algo,
por pequeño e insignificante, que fuera a la maquinaria de difusión
cultural ha sido esta radio. Recuerdo con nitidez mi primera columna,
un once de octubre de 2007, en la que, a partir de un verso de
Cernuda, reflexionaba sobre la capacidad de desencadenar pensamientos
que tienen los cambios en el tiempo atmosférico. Divulgalia
fue el programa que me dio la libertad de un espacio semanal para,
tomando como excusa la cultura, hablar sobre lo que quisiera.
Después, como sabéis, acabé trasladándome a la periferia con Las
Afueras
y me centré en la Literatura. Y, en esto, se resumen unos años
imborrables en los que hemos charlado hasta la saciedad sobre
premios, autores, poéticas, editoriales y, sobre todo, libros. Así
que no puedo hacer otra cosa más que, en conciencia, dar las gracias
a Manuel González Mairena y Manuel Arana por todo este tiempo y
admitir que también siento un dolor egoísta por el cierre de
Uniradio, ya que este espacio semanal es la actividad cultural más
importante que he venido desarrollando y ahora, desgraciadamente, parece que voy a
verme privado de ella. Escucho mientras escribo estas líneas un
álbum de The Brian Jonestown Massacre cuyo título plantea un
interrogante absurdo y sin respuesta: Who
Killed Sgt. Pepper? Espero
que, dentro de algún tiempo, nadie tenga que preguntar quién cerró
Uniradio porque se trate de una pregunta ridícula, sin sentido y,
por supuesto, sin respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario