Empieza a parecerme
demasiado casual que, teniendo en cuenta el tipo de preocupaciones
literarias con las que pierdo o construyo mi tiempo, me haya
tropezado por segunda vez con una obra maestra de la literatura
universal en el género novela que, no es que no me haya gustado, más
bien, me da la impresión de que algo no me ha dejado disfrutarla con
plenitud. Evidentemente, un lector de idioma único (como yo lo soy)
no puede valorar el nivel de excelencia de una buena traducción. Sin
embargo, sí puede identificar o, al menos, sospechar que se
encuentra ante una mala. Y, volviendo al hilo inicial, ya es
casualidad que, en ambas novelas, haya encontrado indicios (por
decirlo suavemente) de cierta negligencia en la traducción. Además,
y para cerrar el círculo, es una tremendísima casualidad que ambas
novelas las haya leído en la misma colección de la misma editorial:
Cátedra Letras Universales o, para que nos entendamos, la colección
blanca de Cátedra que reúne clásicos de la Literatura Universal
escritos en una lengua que no sea española y que, por tanto, son
traducciones. Una editorial que, por cierto, tiene la imperdonable
dejadez de no marcar con tilde la cualidad de esdrújula de su propio
nombre en las portadas de los libros que pertenecen a las colecciones
Letras Universales y Letras Hispánicas. Cuando leí Rojo y negro,
mi nivel de autocensura me llevó a asumir que era mi culpa, que no
tenía el hábito de leer ese tipo de novelas. Después de haber
leído Crimen y castigo,
pienso que cierta responsabilidad debe tener también el editor para
que un lector que no tiene ni idea de ruso y se acerca por primera
vez a Dostoievski sepa descubrir errores de traducción. Pondré solo
un ejemplo. Dejando por un día a un lado el terror que suelo tener a
equivocarme o a ser demasiado visceral, una novela deja de resultarme
creíble cuando, en su segunda página, se transcribe el habla
interna, el pensamiento de un atormentado estudiante veinteañero
ruso del siglo XIX, con las siguientes palabras: “Esta
manía de hablar es consecuencia del último mes que me he pasado los
días y las noches tumbado en un rincón pensando... en los tiempos
de Maricastaña.” María
Castaña fue una heroína gallega que lideró en 1386 una revuelta
popular contra los abusos del poder eclesiástico. Dudo mucho que un
tal Raskolnikov pudiera llegar a conocer esta historia que no conocen
muchos españoles (confieso que acabo de consultarlo en Wikipedia).
La expresión, aunque muy popular, no creo que tuviera el alcance
necesario como para llegar al ruso coloquial de los suburbios más
deprimidos de San Petersburgo a mediados de aquel siglo. Entiendo
que, a veces, el traductor ha de tomar decisiones complicadas para
facilitar la comprensión del lector futuro, pero ese problema no
justifica cualquier opción. Como bien decía Borges, se puede usar
en un poema azul o azulado, pero jamás azulino, por mucho que el
término sea estrictamente correcto. Por lo demás, esta reseña de
Crimen y castigo no
puede ser más que una reseña limitada, como limitada es la
“versión” que he leído. A pesar de ello, la obra se muestra en
su majestuosidad y, una vez terminada, el lector acaba admitiendo,
sin ningún género de dudas que se encuentra ante el mejor relato
posible del remordimiento, ante una intrahistoria del arrepentimiento
y el tormento intelectual. No necesitaría nunca Dostoievski acudir a
expresiones como nervios desquiciados, porque su procedimiento
consiste en dejar fluir una prosa inagotable, en dibujar un
muestrario diverso de situaciones donde el asesino Raskolnikov no
parece oír, ver, pensar, oler, tocar, mirar o leer ninguna cosa que
no le hable de los terribles actos que ha planificado y ejecutado. La
novela es, además, un catálogo impresionante de personajes y
caracteres que luchan por imponer sus voces en las tramas que se
dilucidan y que, simultáneamente, nos iluminan sobre condiciones
sociales y modos de vida, sobre la presencia o ausencia de valores
éticos, sobre la inhumanidad y el excesivo individualismo en los que
puede desembocar, y con frecuencia desemboca, la vida en las grandes
ciudades. Finalmente, Crimen y castigo
es un ejemplo perfecto de la hipótesis que establece la posibilidad
de la rehabilitación social y la renovación espiritual (aunque a mí
me guste más el vocablo psicológica) a través del amor. No voy a
entrar a discutir las posibilidades de veracidad de esta hipótesis.
Sí diré, sin embargo, que sería, definitivamente esperanzador y
bello que fuera cierta.
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