lunes, 9 de diciembre de 2013

Delito y escarmiento

Empieza a parecerme demasiado casual que, teniendo en cuenta el tipo de preocupaciones literarias con las que pierdo o construyo mi tiempo, me haya tropezado por segunda vez con una obra maestra de la literatura universal en el género novela que, no es que no me haya gustado, más bien, me da la impresión de que algo no me ha dejado disfrutarla con plenitud. Evidentemente, un lector de idioma único (como yo lo soy) no puede valorar el nivel de excelencia de una buena traducción. Sin embargo, sí puede identificar o, al menos, sospechar que se encuentra ante una mala. Y, volviendo al hilo inicial, ya es casualidad que, en ambas novelas, haya encontrado indicios (por decirlo suavemente) de cierta negligencia en la traducción. Además, y para cerrar el círculo, es una tremendísima casualidad que ambas novelas las haya leído en la misma colección de la misma editorial: Cátedra Letras Universales o, para que nos entendamos, la colección blanca de Cátedra que reúne clásicos de la Literatura Universal escritos en una lengua que no sea española y que, por tanto, son traducciones. Una editorial que, por cierto, tiene la imperdonable dejadez de no marcar con tilde la cualidad de esdrújula de su propio nombre en las portadas de los libros que pertenecen a las colecciones Letras Universales y Letras Hispánicas. Cuando leí Rojo y negro, mi nivel de autocensura me llevó a asumir que era mi culpa, que no tenía el hábito de leer ese tipo de novelas. Después de haber leído Crimen y castigo, pienso que cierta responsabilidad debe tener también el editor para que un lector que no tiene ni idea de ruso y se acerca por primera vez a Dostoievski sepa descubrir errores de traducción. Pondré solo un ejemplo. Dejando por un día a un lado el terror que suelo tener a equivocarme o a ser demasiado visceral, una novela deja de resultarme creíble cuando, en su segunda página, se transcribe el habla interna, el pensamiento de un atormentado estudiante veinteañero ruso del siglo XIX, con las siguientes palabras: “Esta manía de hablar es consecuencia del último mes que me he pasado los días y las noches tumbado en un rincón pensando... en los tiempos de Maricastaña.” María Castaña fue una heroína gallega que lideró en 1386 una revuelta popular contra los abusos del poder eclesiástico. Dudo mucho que un tal Raskolnikov pudiera llegar a conocer esta historia que no conocen muchos españoles (confieso que acabo de consultarlo en Wikipedia). La expresión, aunque muy popular, no creo que tuviera el alcance necesario como para llegar al ruso coloquial de los suburbios más deprimidos de San Petersburgo a mediados de aquel siglo. Entiendo que, a veces, el traductor ha de tomar decisiones complicadas para facilitar la comprensión del lector futuro, pero ese problema no justifica cualquier opción. Como bien decía Borges, se puede usar en un poema azul o azulado, pero jamás azulino, por mucho que el término sea estrictamente correcto. Por lo demás, esta reseña de Crimen y castigo no puede ser más que una reseña limitada, como limitada es la “versión” que he leído. A pesar de ello, la obra se muestra en su majestuosidad y, una vez terminada, el lector acaba admitiendo, sin ningún género de dudas que se encuentra ante el mejor relato posible del remordimiento, ante una intrahistoria del arrepentimiento y el tormento intelectual. No necesitaría nunca Dostoievski acudir a expresiones como nervios desquiciados, porque su procedimiento consiste en dejar fluir una prosa inagotable, en dibujar un muestrario diverso de situaciones donde el asesino Raskolnikov no parece oír, ver, pensar, oler, tocar, mirar o leer ninguna cosa que no le hable de los terribles actos que ha planificado y ejecutado. La novela es, además, un catálogo impresionante de personajes y caracteres que luchan por imponer sus voces en las tramas que se dilucidan y que, simultáneamente, nos iluminan sobre condiciones sociales y modos de vida, sobre la presencia o ausencia de valores éticos, sobre la inhumanidad y el excesivo individualismo en los que puede desembocar, y con frecuencia desemboca, la vida en las grandes ciudades. Finalmente, Crimen y castigo es un ejemplo perfecto de la hipótesis que establece la posibilidad de la rehabilitación social y la renovación espiritual (aunque a mí me guste más el vocablo psicológica) a través del amor. No voy a entrar a discutir las posibilidades de veracidad de esta hipótesis. Sí diré, sin embargo, que sería, definitivamente esperanzador y bello que fuera cierta.

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