jueves, 9 de febrero de 2012

Dos puntos

Para cualquiera que esté interesado en la poesía, el primer encuentro con la obra de Wislawa Szymborska es una suerte de alumbramiento, una oportunidad para redescubrir aquella vieja capacidad de sorprenderse con un verso que parecía ya tan lejana y perdida, después de haber pasado por La tierra baldía, Poeta en Nueva York o Poemas humanos. Casi me parece recordar todavía (aunque probablemente no sea más que una reconstrucción) aquella noche de sábado en el New Classic, hace ya muchos años, en la que Dani Salguero trajo unos cuantos poemas de esta excepcional poetisa polaca y nos dejó a todos los presentes absortos, con esa sensación de incredulidad ante lo que nos resulta novedoso sin que realmente lo sea, de no saber cómo podíamos haber vivido tanto tiempo en el más absoluto desconocimiento de una obra construida desde una de las voces más profundas y diferenciadas del panorama literario en los últimos tiempos. Sin embargo, tras unas breves y discontinuas lecturas de algunos de sus poemas en A media voz, pasó mucho tiempo hasta que hace unos cuantos meses me decidí a comprar alguno de sus libros. En una de mis visitas relámpago a la Feria del Libro, revisando los títulos que había traído José Manuel Alfaro al stand de su Taberna, encontré uno de los poemarios de Szymobrska, “Dos puntos”, en la edición de Igitur, en concreto, en el número 32 de su colección de Poesía. No pude resistirme. El poemario, que se publicó originalmente en 2004, tuvo una primera edición en Igitur en 2007 y una segunda en 2011, la que yo he podido disfrutar. Como bien expresa Ricardo Cano Gaviria (de quien tomo el hilo general de esta disertación y que, por eso, cito expresamente) en el prólogo, la poética de Szymborska es la del asombro ante la idea de lo pequeño que es el ser humano frente al universo y se expresa con una austeridad lingüística predominada por el tono coloquial y el lenguaje casi periodístico, como el que usa en Mañana – sin nosotros y que deja al lector con la impresión de estar ante un parte meteorológico. Su preocupación se centra más en definir la poesía de forma negativa. Por ello, no es raro que sienta su poesía como innecesaria violación de la norma general de no escribir y, más radicalmente, su propia existencia, la de cualquier ser humano, como un lance del azar. Muy revelador es, en este sentido, el poema Ausencia que comienza sin ambigüedades: “Faltó poco / y mi madre podría haberse casado /  con el señor Zbigniew B. de Zdunska Wola. / Y si hubieran tenido una hija no habría sido yo”. El viejo catedrático sitúa estas preocupaciones en el ciclo vital y da cuenta del cansancio y la desazón que se acumulan progresivamente con la conciencia del envejecimiento. Entrevista con Átropos es la necesaria visión sarcástica sobre la permanente sombra de la muerte. Su escritura es, al mismo tiempo, una indagación. Con una mirada casi científica, sus poemas parecen proponer un estudio del hombre. Quizá esta forma de proceder es la que está en la base de poemas como Perspectiva, probablemente el mejor de todo el libro, un texto en el que Szymborska se constituye en observadora y analizadora del comportamiento de un hombre y una mujer que se cruzan en la calle. Esta actitud no es la pretensión de responder a los grandes interrogantes, porque el poeta no puede esperar una respuesta que no sea su propia pregunta. El poeta, como ser humano, no es más que un mono escritor, que puede vivir la ficción de sentirse el héroe de la aventura cósmica, pero que toma conciencia de su verdadera condición animal cuando se enfrenta a los grandes interrogantes de la existencia. Por ello, y siguiendo con el tono sarcástico y burlón, aparecen poemas como Consuelo (donde la figura de Darwin es tomada como punto de partida para afirmar la necesidad del hombre de alejarse de la frialdad de la verdad científica que lo trata como a un vulgar ser vivo más)  o El horrible sueño de un poeta (donde se describe una sociedad feliz, neutra, tranquila, sencilla, comprensible, como una pesadilla de la que despierta rápidamente un hacedor de versos). Consecuentemente, la poetisa polaca otorga un valor muy alto al momento en que se concibe el poema, el instante en el que la conciencia se ilumina y, durante un breve tiempo, se tiene la seguridad de la existencia de un alma. Y, así, el último de los poemas del libro, solo podía empezar diciendo: “De hecho cualquier poema / podría titularse “Instante”.”

2 comentarios:

Lara dijo...

Querida Szymborska.

Sr. Lenguado dijo...

Una auténtica pena. Escribí este texto justo un día antes de la mala noticia.