lunes, 6 de febrero de 2012

Alucinación submarina

Porque tengo que cumplir como sea con mi compromiso de los jueves en Las afueras, porque quiero completar aquellas reflexiones sobre la poesía como actitud sostenible ante la vida y porque, la verdad, me apetece, hoy quiero acercarme a un tema manido y antiguo, de esos que nunca van a ser trending topic y sobre los que ya nadie parece preocuparse (y con razón). Supongo que hay que tener un espíritu algo enfermizo, como el mío, para andar preocupándose todavía a estar alturas por las relaciones entre poesía y compromiso, más concretamente, sobre el lugar o el modo que puede adoptar el mensaje político, social, medioambiental, en el discurso poético. Como punto de partida, y antes de que alguien sienta el impulso de no seguir leyendo, diré que no creo que haya nadie capaz de defender a estas alturas que un buen poema es un arma eficaz contra las condiciones de opresión social y cultural. Sin embargo, nadie que haya leído un mínimo podrá negarme que un buen poema puede ser, a veces, un alivio pequeñito al final de uno de esos días en que las asfixiantes condiciones de opresión están a punto de estrangular la conciencia. Dicho esto, demos paso al núcleo del planteamiento. Tal y como yo lo veo, y esto es solo una opinión, un punto de vista, el mensaje comprometido en la poesía no puede estar explícito. Como ya expuse o sugerí en el artículo enlazado más arriba, los efectos que provoca un poema sobre sus lectores escapan con frecuencia a las intenciones del poeta, ya que la interacción entre la inteligencia que lee y los versos con los que temporalmente se enreda se produce en un plano íntimo y subjetivo. Un mensaje social demasiado explícito corre el riesgo de ser interpretado como un intento de manipulación, de adoctrinamiento. El lector, con frecuencia, reclama su cuota de protagonismo en la construcción de una semántica para el poema y suele huir despavorido ante todo intento de imposición de una lógica, de una determinada visión de las cosas. Por ello, y repito que esto es solo mi punto de vista, el mensaje comprometido en la poesía suele funcionar mejor cuando está implícito, cuando forma parte del trasfondo o es la consecuencia directa del relato de una experiencia o la presentación de una secuencia narrativa. Un buen ejemplo de este tipo de poemas es “In memoriam” de Gabriel Ferrater, donde desde un aparente desinterés se da cuenta de la cruel realidad de la Guerra Civil con la excusa de estar contando la adolescencia. No sé si me explico de forma adecuada. No digo que el poema tenga que ocultar claramente sus intenciones. Lo que digo es, como hace magistralmente Gil de Biedma en “Intento de formular mi experiencia sobre la guerra”, el foco no ha de estar puesto en el mensaje, sino en otros aspectos que otorguen unidad al poema y fomenten la empatía con el lector. En este último caso, en unos años raros de la infancia. Pero no quiero hoy centrarme en estos poetas. Quisiera volver la mirada sobre un poema que siempre me deja impresionado, lectura tras lectura. Se trata de Alucinación submarina, perteneciente al Libro de las alucinaciones de José Hierro. El poema dibuja un futuro apocalíptico en el que, según puede deducirse, la superpoblación humana hizo imposible la supervivencia de todos en la superficie. Los japoneses, aprovechando su superioridad tecnológica, consiguen esclavizar al resto de la especie e implantan branquias y aletas a una parte de ésta, obligándola a vivir bajo el mar y a surtirles de alimento a través del cultivo de algas. La voz del que habla es la de un viejo superviviente de los pasados años felices que recuerda con nostalgia su vida en la superficie. El trágico y sarcástico desenlace llega cuando convence a una serie de jóvenes para subir al antiguo paraíso y comprueba decepcionado cómo sus cuerpo percibe como un sufrimiento todas aquellas condiciones que se recordaban como placeres. Pueden sacarse varias lecturas del poema: el exceso de comodidad que nos ha hecho alejarnos de aquello que verdaderamente nos conforma, la necesidad de explotar a otros para mantener nuestro nivel de vida, la sobreexplotación de los recursos naturales, el desproporcionado crecimiento de la población mundial y la nefasta distribución de riquezas, la necesidad de luchar y construir desde el presente para sobrevivir. O quizá ninguna de estas lecturas sea correcta. Quizá Hierro solo quiso esbozar en tono burlón el discurso quejumbroso de aquellos que no son capaces de admitir el paso del tiempo y el inevitable cambio que lleva asociado, subrayando la eterna verdad del tópico que nos dice que no se debe volver a los escenarios en los que se fue feliz. Después de todo, ¿a quién le importa? A mí, al menos, son éstas las ideas que me sugiere Alucinación submarina desde alguna tarde perdida en el recuerdo de noviembre de 2008.

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