domingo, 12 de febrero de 2012

Quisiera ser centrojás

Si no me falla la cuenta, en el año 2000, hubo un ciclo dedicado a Federicco Luppi en el Festival de Cine Iberoamericano. Era sábado y decidí acudir al Gran Teatro a ver una de aquellas películas, No habrá más penas ni olvido, una genial tragicomedia que mostraba cómo, en nombre de Perón, se pueden enarbolar banderas de ideologías radicalmente opuestas, se puede incluso asesinar a un compatriota que se declara abiertamente peronista. No fui consciente hasta doce años después de que, detrás de aquel genial guión, había un novelista, un escritor que, por un extraño camino, acabaría leyendo. Las pasadas navidades hice un intercambio temático de libros con mi amigo Miguel Mejía (con quien coincidí aquel sábado en el cine) y, entonces, volvió a tomar forma y superficie el recuerdo. Se hace raro pensar en un delantero centro con alma de narrador. Quizá no sea tan extraño si nos atenemos a los hechos y pensamos en un narrador con alma de delantero centro. Esta tarde quiero recomendar la lectura de un libro de relatos llamado Fútbol, una recomendación que es de obligado cumplimiento si se tiene en cuenta que se han escrito muy pocos libros salvables que giren alrededor del que llaman deporte rey. Un buen libro de relatos cortos sobre fútbol solo podía escribirlo un argentino y así fue. Osvaldo Soriano (1943 – 1997) alternó durante toda su vida las profesiones de periodista y narrador, pero nunca perdió la pasión cultivada desde la infancia por el balón, por el gol, por las gambetas... El libro mezcla los dos géneros que cultivó el talento de Soriano: el periodístico y el literario. Intercalados entre las narraciones, aparecen algunos reportajes sobre la historia de San Lorenzo o sobre algunos protagonistas del pasado del fútbol argentino. Sin embargo, es en el terreno de la ficción donde se puede calcular con exactitud la talla del narrador en cuyas manos nos hemos puesto. Los cuentos de Soriano afectan a todas las facetas del fútbol: los recuerdos de partidos en la infancia frente a niños de otros barrios, otros pueblos; la facilidad con que se asocia este deporte con el mundo emocional y sentimental; esos partidos de campeonatos regionales en los que el juego sucio y la tangana son una condición tan indispensable como el balón y las porterías; los árbitros, esos extraños personajes que disfrutan incomodando a todos los bandos; el miedo indescriptible a los penaltys y lo larga que puede hacerse la espera hasta que el toque de silbato autoriza la soledad y el sufrimiento del portero; los partidos amañados; las quinielas; las lesiones; el mundo polarizado de los entrenadores, sus historias profesionales, la eterna tensión entre orden y despliegue ofensivo. Plagados de referencias al cine, la literatura y la filosofía, los cuentos de Soriano no son un espejo del fútbol que vive entre el lujo y el reconocimiento. Los personajes son el extremo más alejado del crack mundial o el entrenador carismático y superestrella. Los futbolistas que habitan las páginas del libro hablan con frecuencia desde el retiro, desde una madurez muy alejada ya de los campos de juego. Hay árbitros con secuelas físicas de las palizas recibidas por sus decisiones y algún cowboy, hijo de Butch Cassidy, que hace respetar el reglamento con su revólver. Se puede asistir al testimonio del Míster Peregrino Fernández, futbolista de oficio que trotó por Europa durante los años treinta y cuarenta, que sufrió la ignominia de los campos de concentración y que se hace famoso como entrenador por sus equipos ultraofensivos y por alinear doce o trece jugadores durante los partidos en un despiste del colegiado. El amante del fútbol es una de las evoluciones del lector de literatura épica. No hay nada que se disfrute más que una remontada, por mucho sufrimiento que implique en su comienzo, de la misma forma que se vibra con la victoria final del héroe cuando parece que ya todo está perdido. Éste es, tal vez, el gran acierto estilístico de Soriano, haber sabido unir la narración épica al deporte que más se alimenta de la hazaña, de la historia que se narra de padres a hijos en un río interminable por muy sepia, blanquinegro o analógico que sea su recuerdo.

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