A veces pasa, simplemente, lo que tiene que pasar. A veces, un libro de poemas triunfa en su ámbito (¿dónde si no habría de hacerlo?) y la voz que está detrás de ese libro acaba siendo reconocida por un trabajo casi siempre desagradecido, solitario, en la sombra. El libro al que me refiero es “Después del pop”, la voz que lo sustenta es la de Elisa Fernández Guzmán. “Después del pop” es puro lirismo. No necesita impostar tormentas interiores, ni exige al lector un enésimo trance de lo ininteligible en nombre de una reiterada renovación del decir. Los poemas de Elisa Fernández están atravesados por ejes temáticos tan aparentemente normales como desgarradores, tan compartidos como íntimos y ansiógenos: la conciencia de finitud, la limitada capacidad de acción de nuestra palabra, nuestro deseo, nuestros recuerdos, nuestros sentimientos. En definitiva, todo el libro parece guiado por la asunción de nuestros límites, un gesto de asentimiento que no evita la protesta, la muestra de disconformidad ante la apisonadora del tiempo, ante el alejamiento progresivo de los episodios felices. El gran mérito de la bonariega está en la sencillez, en hacer que parezca fácil aquello que es tremendamente difícil. Un ejemplo de ello es su poema “El fin del mundo”, en el que se palpa la tensión entre la Historia y la intrahistoria. Ese conflicto en el que se debate el boletín de noticias con un hecho subjetivo y determinante de la vida personal queda resuelto con estos dos versos que justifican cualquiera de las alabanzas que pueda hacerse del libro: “el momento cumbre de la sociedad occidental / son dos niñas adolescentes que se miran”. Una vez más, como he dicho tantas veces, no puedo ser objetivo ni lo pretendo, pero me atrevo a proclamar que la concesión del Premio Nacional de Poesía Joven a Elisa Fernández es una buena noticia para todos los que leemos libros de poemas con devoción, para todos los que sentimos un respeto casi religioso por la labor de quienes hacen versos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario