miércoles, 9 de julio de 2025

Una historia diferente



Una historia diferente (Lupita Books) es un libro necesario o, por ponerlo en su justo contexto, es un cuento necesario. Porque no deja de ser un cuento infantil, aunque sería muy beneficioso que lo leyera más de un adulto. Supongo que a muchos no os descubro nada, pero, si no lo conocéis, tenéis la excusa perfecta para regalarlo en el próximo cumpleaños o para daros el gustazo haceros un autorregalo y, ya de paso, reivindicar esa cuota de infancia que todos conservamos y que no debería extinguirse jamás. El objetivo del libro es explicar a niños y niñas con argumentos a su alcance por qué existen personas sin hogar, cómo llega alguien al momento en que se ve obligado a vivir en la calle. Supongo que no soy el único padre al que su hija le ha preguntado: “¿Por qué ese hombre está acostado en la calle?”. Para afrontar esa conversación de una forma educativa y sin tangentes, es un recurso muy útil. Además, el cuento también sugiere acciones que podemos llevar a cabo para evitar el desastre del sinhogarismo (está en el diccionario de la RAE, te lo juro), cosas que, como bien dice su pequeña protagonista, no parecen tan difíciles.

Una historia diferente llegó hace tiempo a la biblioteca de mi hija. No recuerdo cuándo. Sin embargo, hace unos días sentí la necesidad, no sólo de volver a leerlo con ella, sino de volver a releerlo yo para tratar de calmar las inquietudes de aquel niño que una vez fui y todavía se asoma en mí presente cada cierto tiempo. Había ido al supermercado a hacer una compra de última hora de cosas, en su mayoría, superfluas. En la puerta de la tienda, estaba una de las personas sin hogar que hacen vida en mi barrio, una de esas personas que te acostumbras a ver y que, de forma injusta e inevitable, terminas asumiendo y normalizando, integrando su tragedia personal como un elemento más del paisaje. Pero ese día volví a fijarme en él, probablemente, porque había cambiado recientemente el lugar donde pide. Era otra la tienda en la que, normalmente, solía verlo y eso hizo que, de forma azarosa, al mirarlo con mayor atención, descubriera que estaba escribiendo algo en uno de esos cuadernos pequeños típicamente escolares, de tamaño cuartilla y con doble pauta. La caligrafía pulcra, levemente inclinada, cuasi perfecta, el respeto reverencial a los márgenes, su alineación rectilínea me llenaron la cabeza de especulaciones.

Os parecerá una tontería, pero yo me crie en una sociedad en la que tener buena letra era un signo de distinción, un valor seguro, y mi letra, aunque siempre legible y profundamente comunicativa, pecaba de ser demasiado grande y todas mis maestras de lo que hoy llamamos etapa primaria la consideraba, resumiendo y sin paliativos, más bien feota. ¿Cómo (me pregunté entonces) pudo acabar esta persona en la calle? ¿En qué momento de su biografía un acontecimiento lo cambió todo? ¿Cuál fue ese punto de inflexión?

Quizá las respuestas a algunas de estas preguntas estén en ese cuaderno que iba agotando con esmero. No lo sé y mi pudor excesivo a hacer preguntas me va a impedir saberlo siempre. Lo que sí tengo claro y queda perfectamente explicado en Una historia diferente es que las personas, al igual que los árboles, necesitan raíces fuertes para mantenerse en pie (salud, casa, trabajo, familia, amigos). A veces y por motivos muy dispares, estas raíces se quiebran. Y esto, por más que nos disguste admitirlo, nos puede pasar a cualquiera.


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