domingo, 28 de septiembre de 2025

Homero en el Open Arms


Resulta, como mínimo, sorprendente que aquellos que se postulan como los guardianes de las esencias de las sociedades occidentales, aquellos que nos advierten del riesgo que corremos de desnaturalizarnos y perder nuestra verdadera identidad, aquellos que nos prescriben la única forma posible de ser españoles, europeos y civilizados sean los mismos que proponen hundir los barcos de las organizaciones humanitarias que prestan socorro a los naúfragos y pretenden evitar muertes en el mar. Sobre todo, resulta especialmente impactante que estas proclamas de odio se hagan de forma específica contra personas que están situaciones difíciles y que llaman a las puertas de nuestra casa, nuestro país, pidiendo ayuda con desesperación.

En un tiempo tan polarizado como el que nos toca sufrir, en el que se revisan hasta los consensos más básicos con los que hemos construido algo parecido a una democracia (imperfecta pero democracia), espero que nadie se atreva a cuestionar que uno de los textos fundacionales de la cultura occidental es la Odisea, probablemente, una de las obras de mayor influencia en la historia universal de la literatura. Otro asunto es que, a día de hoy, pocos se tomen el trabajo de leerla. No es necesario que yo cuente el argumento principal del gran poema épico, pero, por contextualizar y por si alguien se ha despistado, Odiseo (Ulises para los amigos) intenta volver a su país después de la Guerra de Troya y, en su travesía, encuentra todo tipo de dificultades y peligros.

Si tomamos como traducción fiable y autorizada la de José Manuel Pabón (editada por Gredos) y acudimos al Canto IX, entenderéis a dónde quiero llegar. En el Canto de IX, Ulises narra a Alcínoo, rey de los feacios, las penalidades de su viaje y, en esas páginas, puede leerse, por ejemplo, que quienes se ven obligados a abandonar su país no suelen hacerlo con gusto:

porque nada es más dulce que el propio país y los padres

aunque alguien habite una rica, opulenta morada

en extraña región, sin estar con los suyos”

Un poco más adelante, al recordar el episodio en la gruta de Polifemo, nos encontramos con estos versos que transcriben los ruegos de Ulises y sus acompañantes al cíclope que los amenaza:

Ten respeto, señor, a los dioses. En ruego venimos;

al que en súplica llega y al huésped, amparo y venganza

presta Zeus Hospital; él conduce al honrado extranjero."

Sí, se me podrá decir que no puede argumentarse o criticarse una posición política desde un fragmento de una obra poética, pero lo que tampoco puede negarse es que la Odisea, como parte fundamental e imprescindible de la cultura griega clásica, ha tenido una influencia decisiva en la construcción histórica de la mentalidad occidental y, por tanto, algún papel deben haber jugado las ideas que en ella se esbozan en la definición de la ética y los valores que hemos acabado definiendo como propios. Grecia es la cuna de nuestra civilización, de nuestra democracia y a ese caldo de cultivo pertenecen la Odisea y una concepción del mundo en el que Zeus, el dios más temido y poderoso del Olimpo, no solamente obligaba a la hospitalidad y al amparo de quienes pedían ayuda. Además, vengaba cualquier injusticia que se pudiera cometer cotra ellos. Llegados a este punto, podemos concluir que aquellos que se jactan de ser los guardianes del modo de vida occiental, en el fondo, no saben muy bien de lo que hablan.

jueves, 25 de septiembre de 2025

Después del pop


A veces pasa, simplemente, lo que tiene que pasar. A veces, un libro de poemas triunfa en su ámbito (¿dónde si no habría de hacerlo?) y la voz que está detrás de ese libro acaba siendo reconocida por un trabajo casi siempre desagradecido, solitario, en la sombra. El libro al que me refiero es “Después del pop”, la voz que lo sustenta es la de Elisa Fernández Guzmán. “Después del pop” es puro lirismo. No necesita impostar tormentas interiores, ni exige al lector un enésimo trance de lo ininteligible en nombre de una reiterada renovación del decir. Los poemas de Elisa Fernández están atravesados por ejes temáticos tan aparentemente normales como desgarradores, tan compartidos como íntimos y ansiógenos: la conciencia de finitud, la limitada capacidad de acción de nuestra palabra, nuestro deseo, nuestros recuerdos, nuestros sentimientos. En definitiva, todo el libro parece guiado por la asunción de nuestros límites, un gesto de asentimiento que no evita la protesta, la muestra de disconformidad ante la apisonadora del tiempo, ante el alejamiento progresivo de los episodios felices. El gran mérito de la bonariega está en la sencillez, en hacer que parezca fácil aquello que es tremendamente difícil. Un ejemplo de ello es su poema “El fin del mundo”, en el que se palpa la tensión entre la Historia y la intrahistoria. Ese conflicto en el que se debate el boletín de noticias con un hecho subjetivo y determinante de la vida personal queda resuelto con estos dos versos que justifican cualquiera de las alabanzas que pueda hacerse del libro: “el momento cumbre de la sociedad occidental / son dos niñas adolescentes que se miran”. Una vez más, como he dicho tantas veces, no puedo ser objetivo ni lo pretendo, pero me atrevo a proclamar que la concesión del Premio Nacional de Poesía Joven a Elisa Fernández es una buena noticia para todos los que leemos libros de poemas con devoción, para todos los que sentimos un respeto casi religioso por la labor de quienes hacen versos.