jueves, 19 de septiembre de 2013

Un Cervantes para Bonald

Al mirar la galería de distinguidos con el Premio Cervantes, experimento una sensación extraña. Supongo que es la misma sensación cuando repaso los galardonados de cualquier premio literario de gran trascendencia, porque recuerdo haber escrito algo muy parecido cuando cuando estuve examinando la lista de los que han recibido el Nobel. Así, a primera vista, lo de siempre. Por un lado, la reconfortante alegría de reconocer en la lista a esos genios de la lengua española cuyo reconocimiento nunca es suficiente, así como la presencia de otros que no siempre recibieron la suficiente atención académica, salvo quizá cuando ya estaban muy cerca de la muerte e, incluso, algunos, una vez muertos. En este sentido, es una tranquilidad encontrar en la lista de galardonados a Borges, Onetti, Francisco Ayala, Rafael Alberti, Nicanor Parra, José Hierro... Sin embargo, está también la otra cara de los premios. El pensamiento que surge cuando se leen con cierta sorpresa determinados nombres. Lo cierto es que, por absoluto desconocimiento o por insuficiente número de libros leídos, no puedo valorar la obra de Sergio Pitol, Ana María Matute, Torrente Ballester, Guillermo Cabrera Infante, José Jiménez Lozano, Carlos Fuentes... Sí puedo, en cambio, valorar, en cierta medida, la obra de Miguel Delibes, uno de los novelistas españoles a quien más he leído y por el que siento cierta predilección unida a una educación sentimental y a una total falta de objetividad. A pesar de ello, ante estos nombres, no puedo evitar hacerme una pregunta. No dudo en absoluto de la calidad y el talento de estos escritores, pero estamos hablando del galardón más importante en lengua castellana. ¿No es un poco desmesurado afirmar que todos estos nombres han contribuido con su obra de forma decisiva al patrimonio cultural hispánico? La verdad es que, incluso en el caso de mi admirado Delibes, no sabría que responder, indecisión que viene motivada (supongo que ya se intuye) por la inmensa cantidad de ausencias imperdonables en esta lista. No voy a entrar en nombres porque siempre cito los mismos. Pero es cierto que hay escritores, cuyo talento no ha podido superar la sensación de incomodidad que provocaron durante sus vidas a los sistemas académicos, culturales e institucionales. De la misma manera, hay escritores que han sido injustamente olvidados antes incluso de haber muerto, con obras cuyos títulos son vergonzosamente desconocidos para el público en general. Algunos con un solo poema, con un solo cuento, han contribuido de mayor manera a enriquecer la literatura hispánica que otros con más de treinta libros. Tengo que decir, en cambio, que no puedo reprochar al Cervantes una escasez de poetas en la nómina de premiados y un muy buen criterio, en general para elegirlos. Teniendo todos estos datos en cuenta, supongo que el fallo de la última convocatoria es una muy buena noticia. No es, precisamente, José Manuel Caballero Bonald, un autor a quien haya leído demasiado. De hecho, lo único que he leído han sido algunos poemas sueltos por pura curiosidad literaria durante algunos años que se ha agudizado estos días desde que está en todas las primeras, por decirlo en argot periodístico. Ésta es la única experiencia que tengo con el gaditano, además de una curiosa anécdota en la Feria del Libro de Sevilla, en la que, por mi culpa, aquel hombre pudo haberse roto el brazo derecho. Me parece una buena noticia porque todos los poemas que he leído me han resultado de una calidad notable y de un planteamiento serio. Me parece una buena noticia porque se está premiando a un poeta andaluz y, sinceramente, creo que todo premio a un poeta andaluz es el premio a la larga tradición, al largo idilio que mantiene nuestra tierra con el oficio poético y, por tanto, un premio a Bécquer, a Machado, a Cernuda, a Javier Egea, a Lorca... Por último, me parece también una buena noticia porque no es, precisamente, Caballero Bonald un poeta cómodo que se dedique a dar bálsamos al sistema en el que le ha tocado vivir. Desde el discurso formal y estrictamente poético que construye, hay una clara actitud de oposición y de resistencia. Por ello, me resultó muy gracioso escuchar a don Felipe, durante la entrega de premios, alabar a Caballero Bonald usando el término infractor. Qué fina ironía la que conceden los múltiples sentidos y contextos en los que se debate la vida de un idioma. ¿Estaría haciendo una velada referencia a ciertos asuntos de su familia?

No hay comentarios: