lunes, 17 de junio de 2013

El carácter pedagógico de Ángel González

Sé que puede resultar algo pretencioso, pero cuando regreso a la poesía de Ángel González, experimento esa sensación de paisaje familiar y reconocible, algo similar a lo que me ocurre cuando vuelvo a leer, más bien releer, los poemas de mi amigo Dani o de Miguel. El paseo por los poemas va desde esos que uno casi podría recitar de memoria a aquellos otros que se empieza a leer un poco desubicado y se acaba anticipando en voz alta los versos que llegarán a continuación. No nos engañemos, no soy un experto en el poeta asturiano. De hecho, mi conocimiento sobre su obra poética se limita, casi exclusivamente, a sus greatest hits y está fundado, sobre todo, en 101 + 19 = 120 poemas publicado por Visor, el disco La palabra en el aire y la antología recogida en Tiempo inseguro, el volumen de la Revista Litoral al que ya me referí hace varias semanas. Creo que mi visión de Ángel González es, fundamentalmente, la de una figura pedagógica y, por ello, cada vez que intento poner en orden mis percepciones e interpretaciones sobre su obra siento que mi discurso se tiñe de seriedad, del respeto que se debe a su magisterio. No es extraño, por tanto, que confiese que algunos de sus poemas me causan envidia, esa envidia tan habitual en los aficionados a escribir que se traduce en el sentimiento de “me gustaría haber escrito yo ese poema”. Este sentimiento se concentra, especialmente, en el famoso poema perteneciente a Áspero mundo y que comienza con ese incontestable verso “Para que yo me llame Ángel González”. En mi opinión, su poesía es un camino hacia la ética, un manual de buenas prácticas sobre los temas y tópicos que constituyen el universo de un poeta urbano, tomando como método de trabajo el análisis lírico de la propia identidad y la biografía. Política, amor, paisaje, memoria, infancia, familia, paso del tiempo, envejecimiento, todos los núcleos en los que se desenvuelven los versos del poeta componen, en sí mismos, una solución válida y, en la inmensa mayoría de los casos, brillante. “Primera evocación”, recogido en Tratado de urbanismo, es un ejemplo de lo que intento defender. El sobrecogedor poema es, al mismo tiempo, un homenaje a la madre a través de recuerdos infantiles y un grito antibelicista lanzado al vacío. La mayor virtud de Ángel González y la cualidad de la que siempre quise contagiarme es la sobriedad de su lenguaje, la mesura y tranquilidad con la que sus poemas hacen referencia a las pérdidas, a las humillaciones, al miedo que despierta la imaginación de un futuro que se distancie de la felicidad del presente. No puedo negar que el carácter sobrio es tan embellecedor en los grandes poemas, como monótono en lo poemas que, en mi entender, son menores, pero, como ya dije, entiendo que su aportación es, fundamentalmente, pedagógica y, por encima de todo, es necesario reconocer su actitud ética, que señala la senda a muchos de los que intentan encuadrar sus vivencias entre ritmos predefinidos. No menos incontestables resultan las apreciaciones de Ángel González en materia teórica, en el planteamiento de una poética y el análisis del poeta como figura y de los motivos que le llevan a escribir. “La escritura es una especie de enfermedad contagiosa que los libros transmiten a quienes los frecuentan en exceso”, así comienza una breve reflexión a la que tituló “¿Por qué escribo?” y que concluye con la siguiente respuesta: “porque me resisto a confinar en el pasado ese residuo de mí mismo que sobrevive en mis poemas”. Quién se atrevería a rebatirle cuando afirma que la existencia del poeta es precaria y depende de los otros, que “El poeta vive en la lectura igual que los fantasmas habitan en el miedo.” Creo, sinceramente, que me gusta todo de Ángel González excepto la imagen pública que se viene forjando desde hace ya muchos años, antes incluso de su desgraciada muerte en 2008. No me atrevo a decir que el poeta se sentiría incómodo. Supongo que las afinidades personales y las amistades están en la base de todo. Sin embargo, a veces da la impresión de que hay una cierta apropiación de la figura de Ángel González por parte de cierto sector de la poesía española actual, de la misma manera que me parece percibir cierto desdén desde otros bandos como actitud de mera reacción frente a los otros. Lo cierto es me interesa mucho González, pero no me interesan nada los gonzalistas, ni los antigonzalistas. Por eso, cuando miro a mi estantería y veo “Mañana no será lo que dios quiera”, tengo la convicción de que será uno de esos libros que nunca leeré y siento cierta lástima por el dinero y la ilusión que alguien gastó en regalármelo.

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