jueves, 14 de febrero de 2013

Fuente Ovejuna

Siempre que me entrego a la lectura de alguna obra de teatro del Siglo de Oro, no puedo evitar hacerlo con una inmensa sonrisa bobalicona. Debo tener una cara infantilmente cómica cuando estoy en mi casa con el libro en las manos, plenamente entregado a la corriente dramática de la trama o tratando de frenar en seco la lectura porque me da pena que algo de lo que estoy disfrutando tanto se me acabe demasiado pronto. Sé que no voy a descubrir nada nuevo cuando escribo sobre estas obras, pero mi retraso en la llegada a la lectura de los clásicos me hace pensar y disertar sobre algunos libros con una mirada adánica, aunque sepa que se trata de una ingenuidad. Para los amantes de la literatura, el teatro del Siglo de Oro es un regalo de la historia, una invitación al placer. El lector interesado por la poesía encuentra, además, una forma adicional de gozo en la métrica y en las rimas sencillas que van conduciendo y enlazando los discursos individuales, los monólogos y los diálogos. Confieso que, por raro que parezca, una de las mayores satisfacciones que siento como lector es aquella que experimento ante dos intervenciones que aparecen, por decirlo de alguna manera, encabalgadas en un mismo verso en un diálogo teatral de alguno de estos dramas. Además, está el carácter elevado de los temas que tratan: el amor, el honor, la venganza, la justicia. Todo está meridianamente claro en el mundo que se nos presenta: la frontera entre el bien y el mal es palpable. Como todo el mundo sabe, Fuente Ovejuna de Lope de Vega es una de las obras más famosas y representativas del periodo y el género al que me refiero. Con cierta base histórica, Fuente Ovejuna es una obra rebelde, reivindicativa, una obra que, analizada detenidamente y desde ciertos puntos de vista, podría calificarse, incluso, de subversiva. Los temas centrales del argumento son algunos de los que ya se han mencionado como característicos de este tipo de teatro: la defensa de la justicia, la necesidad de la venganza, la conservación del honor. El comendador, un cargo de la Administración con favor y confianza del Rey, ejerce su autoridad sobre el pueblo de forma atroz y abusiva y utiliza su posición para alcanzar fines personales. Ante semejante situación, el pueblo, unido en una sola voluntad que surge de forma espontánea y sin manipulación desde otras esferas, decide hacer la justicia de la única forma en que le es posible y venga las humillaciones y vejaciones sufridas con el asalto a la vivienda del comendador y su asesinato, junto al de sus colaboradores. Evidentemente, cuando llega la representación del gobierno central a Fuente Ovejuna, se pretende encontrar a los verdaderos culpables del delito y, al no conseguirlo por las buenas, se recurre a la tortura de los paisanos. Sin embargo, solo se obtiene una respuesta que es, al mismo tiempo, la verdad y una muestra de complicidad entre los participantes en la rebelión: “Fuente Ovejuna lo hizo”. Nada puede ser más cierto, pues la revuelta nace del malestar colectivo y, al mismo tiempo, se trata de la única forma de evitar el castigo de algunos por la falta de todos, porque ya se sabe que a todos no se les puede encerrar. Es curioso que, en momentos como los que vivimos y teniendo en cuenta como se maneja y oculta la información, no estén prohibidos o censurados determinados libros como este. Llevamos años sufriendo los abusos del poder económico y financiero, su forma de actuar despiadada y que desprecia el sufrimiento de la ciudadanía. Imaginemos en qué acabaría todo esto si nos diera por recuperar nuestro honor en una revuelta similar a la acaecida en Fuente Ovejuna. Sin embargo, los actuales comendadores están tranquilos y, en parte, me atrevo a decir que es gracias al desdén y al olvido al que tenemos sometidos al mundo del arte, los libros y la cultura. Es una suerte para ellos que Fuente Ovejuna no sea un bestseller.

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