Esta noche fría quiero
dejar mis impresiones por escrito acerca de la tercera parte de la
Trilogía de Auschwitz de Primo Levi. Ya sé que puedo aburrir
a algunos con la insistencia sobre este autor y este tema, pero
prometo que será la última referencia en mucho tiempo. Fue al
comienzo del verano pasado cuando acometí la lectura de Los
hundidos y los salvados.
Cuando terminé, me enfrenté a la catarsis que suponen las más de
ocho horas de documental sobre el holocausto que nos ofrece Claude
Lanzmann en Shoah
y solo ahora puedo decir que, durante muchos años, estaba equivocado
al pensar que tenía una idea bastante bien formada sobre los
acontecimientos sucedidos en Europa en las décadas de comprendidas
entre 1930 y 1950. Y, por supuesto, suscribo la afirmación de
Antonio Muñoz Molina en referencia a la Trilogía: “no
creo que sea posible tener una conciencia política cabal sin
haberlos leído, ni una idea de la literatura que no incluya el
ejemplo de esa manera de escribir”.
Los hundidos y los salvados es una manera distinta de indagar
sobre la propia experiencia en el Lager. Si en los dos
primeros volúmenes (Si esto es un hombre y La tregua),
Primo Levi hacía gala de una magnífica habilidad para la narrativa
autobiográfica, construyendo unos relatos con apariencia de novelas,
pero sin perder jamás el fiel respeto a la verdad que exige el
testimonio sobre unos hechos tan atroces experimentados en primero
persona, la tercera parte se experimenta con el tono habitual del
ensayo. Es decir, el autor se sitúa en la perspectiva que le concede
haber sido una víctima y un testigo ocular de los hechos que se
analizan y cada capítulo es una especie de teoría o estudio sobre
cómo determinados aspectos de la psicología y la sociedad humanas
se ven afectados para aquellos que conocieron la convivencia en el
Lager, tanto desde la perspectiva de las víctimas como desde
la de los verdugos. Con este método de indagación, la hábil
escritura de Levi se detiene sobre la memoria, “un instrumento
maravilloso, pero falaz”, para analizar los mecanismos
defensivos que han actuado con el paso del tiempo en la conciencia de
los torturadores así como de los que actuaban, ya desde los tiempos
de cautiverio, en los propios prisioneros. No se trata de un libro
benévolo, de una lectura agradable, y el capítulo llamado “La
zona gris”, en el que se analiza la insuficiencia de la dicotomía
buenos – malos para entender lo que pasó en los campos de
concentración, es una muy buena muestra de ello. Probablemente, no
hay un ejemplo más claro de la crueldad nacionalsocialista que el
fomento despiadado del colaboracionismo por parte de ciertos
prisioneros, esa manera de negarles la dignidad haciéndoles
protagonistas del exterminio de su propio pueblo sin darles opción
a elegir. El superviviente del Lager vivió siempre cercado
por sentimientos de vergüenza. Después de sufrimiento padecido,
quedan los remordimientos por las verdaderas víctimas, los que
murieron, y por las artimañas y estrategias que se tuvieron que
poner en práctica para poder aguantar el día a día, artimañas y
estrategias que, en una vida en libertad, no sobrepasarían los
límites de lo que llamamos ética. Muy esclarecedores son también
los capítulos dedicados a la comunicación, donde puede encontrarse
un pequeño estudio sobre la jerga alemana específica del campo y
que suponía una degradación del idioma, y a la violencia inútil,
que se define como aquella que no está directamente relacionada con
el propio exterminio, es decir, la violencia derivada de las
humillaciones y la crueldad. El volumen se cierra con un análisis
del papel de los intelectuales en Auschwitz y con una interesante
relación de la correspondencia mantenida por Primo Levi con algunos
de sus lectores de la primera parte, Si esto es un hombre. A
pesar de tratarse de un ensayo, no es un libro de lectura
dificultosa. Al contrario, el uso constante de un razonamiento
deductivo que va desde el principio general enunciado hacia los
ejemplos en los que se detallan las horribles vivencias para defender
los argumentos, hace que la lectura sea fluida y las interrupciones
solo vengan del sentimiento de horror que nos produce acercarnos a
ciertas facetas de la historia de Europa. Como en las reseñas de la
primera y la segunda parte, pienso que lo mejor es despedirme con una
cita de este escritor fundamental: “La crueldad innecesaria del
pudor violado condicionaba la existencia de todos los Lager. Las
mujeres de Birkenau cuentan que, una vez conquistada un escudilla
(una gruesa escudilla de porcelana esmaltada) tenía que servirles
para tres usos diferentes: para conseguir el potaje cotidiano, para
evacuar en ella de noche (cuando estaba prohibida la entrada en la
letrina) y para lavarse cuando había agua en los lavabos.”
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