lunes, 3 de diciembre de 2012

Los hundidos y los salvados

Esta noche fría quiero dejar mis impresiones por escrito acerca de la tercera parte de la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi. Ya sé que puedo aburrir a algunos con la insistencia sobre este autor y este tema, pero prometo que será la última referencia en mucho tiempo. Fue al comienzo del verano pasado cuando acometí la lectura de Los hundidos y los salvados. Cuando terminé, me enfrenté a la catarsis que suponen las más de ocho horas de documental sobre el holocausto que nos ofrece Claude Lanzmann en Shoah y solo ahora puedo decir que, durante muchos años, estaba equivocado al pensar que tenía una idea bastante bien formada sobre los acontecimientos sucedidos en Europa en las décadas de comprendidas entre 1930 y 1950. Y, por supuesto, suscribo la afirmación de Antonio Muñoz Molina en referencia a la Trilogía: “no creo que sea posible tener una conciencia política cabal sin haberlos leído, ni una idea de la literatura que no incluya el ejemplo de esa manera de escribir”.
Los hundidos y los salvados es una manera distinta de indagar sobre la propia experiencia en el Lager. Si en los dos primeros volúmenes (Si esto es un hombre y La tregua), Primo Levi hacía gala de una magnífica habilidad para la narrativa autobiográfica, construyendo unos relatos con apariencia de novelas, pero sin perder jamás el fiel respeto a la verdad que exige el testimonio sobre unos hechos tan atroces experimentados en primero persona, la tercera parte se experimenta con el tono habitual del ensayo. Es decir, el autor se sitúa en la perspectiva que le concede haber sido una víctima y un testigo ocular de los hechos que se analizan y cada capítulo es una especie de teoría o estudio sobre cómo determinados aspectos de la psicología y la sociedad humanas se ven afectados para aquellos que conocieron la convivencia en el Lager, tanto desde la perspectiva de las víctimas como desde la de los verdugos. Con este método de indagación, la hábil escritura de Levi se detiene sobre la memoria, “un instrumento maravilloso, pero falaz”, para analizar los mecanismos defensivos que han actuado con el paso del tiempo en la conciencia de los torturadores así como de los que actuaban, ya desde los tiempos de cautiverio, en los propios prisioneros. No se trata de un libro benévolo, de una lectura agradable, y el capítulo llamado “La zona gris”, en el que se analiza la insuficiencia de la dicotomía buenos – malos para entender lo que pasó en los campos de concentración, es una muy buena muestra de ello. Probablemente, no hay un ejemplo más claro de la crueldad nacionalsocialista que el fomento despiadado del colaboracionismo por parte de ciertos prisioneros, esa manera de negarles la dignidad haciéndoles protagonistas del exterminio de su propio pueblo sin darles opción a elegir. El superviviente del Lager vivió siempre cercado por sentimientos de vergüenza. Después de sufrimiento padecido, quedan los remordimientos por las verdaderas víctimas, los que murieron, y por las artimañas y estrategias que se tuvieron que poner en práctica para poder aguantar el día a día, artimañas y estrategias que, en una vida en libertad, no sobrepasarían los límites de lo que llamamos ética. Muy esclarecedores son también los capítulos dedicados a la comunicación, donde puede encontrarse un pequeño estudio sobre la jerga alemana específica del campo y que suponía una degradación del idioma, y a la violencia inútil, que se define como aquella que no está directamente relacionada con el propio exterminio, es decir, la violencia derivada de las humillaciones y la crueldad. El volumen se cierra con un análisis del papel de los intelectuales en Auschwitz y con una interesante relación de la correspondencia mantenida por Primo Levi con algunos de sus lectores de la primera parte, Si esto es un hombre. A pesar de tratarse de un ensayo, no es un libro de lectura dificultosa. Al contrario, el uso constante de un razonamiento deductivo que va desde el principio general enunciado hacia los ejemplos en los que se detallan las horribles vivencias para defender los argumentos, hace que la lectura sea fluida y las interrupciones solo vengan del sentimiento de horror que nos produce acercarnos a ciertas facetas de la historia de Europa. Como en las reseñas de la primera y la segunda parte, pienso que lo mejor es despedirme con una cita de este escritor fundamental: “La crueldad innecesaria del pudor violado condicionaba la existencia de todos los Lager. Las mujeres de Birkenau cuentan que, una vez conquistada un escudilla (una gruesa escudilla de porcelana esmaltada) tenía que servirles para tres usos diferentes: para conseguir el potaje cotidiano, para evacuar en ella de noche (cuando estaba prohibida la entrada en la letrina) y para lavarse cuando había agua en los lavabos.

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