jueves, 15 de marzo de 2012

Esperando a que escampe


Supongo que decidí que necesitaba escribir en la primavera de 1997. Había pasado media vida preguntándome cuáles eran mis aficiones y otra media desinteresándome por casi todo lo que empezaba sin llegar a terminar nada. Había que canalizar cierta energía, volcar hacia un objetivo un exceso de pensamiento y acabé encontrando un filón. Fue algo intencional. Bajé a la papelería, compré un cuaderno tamaño cuartilla al que coloqué una pegatina de evidente contenido político y busqué un bolígrafo que soltara tinta sin reticencias. Supongo que empecé a tomarme en serio la literatura y, por ende, lo que escribía en marzo de 1999. Allanado el camino unos años antes por Cien años de soledad, la lectura de Rayuela fue una iluminación, una especie de plano de la isla que se me otorgaba antes de haber decidido el carácter insular de mis preocupaciones intelectuales. Como una aparición divina que ya no deja lugar a las dudas sobre la posibilidad de un apostolado, un umbral que, una vez traspasado, te obligaba a seguir a ciegas por una casa desconocida, en la que la satisfacción de ver rincones iluminados suponía un gozo tan inmenso como poco habitual. La necesidad de habitar el espacio público me vino por casualidad. A través de una amiga común, conocí a Miguel Mejía y, a partir de ahí, la peregrinación de los sábados por la noche a un bar que iba cambiando cada cierto tiempo se convirtió en condición en indispensable (salvo en los años de oscuridad de los que no quiero escribir aquí), en el mayor de los acicates para seguir adelante en este esfuerzo autoimpuesto de esculpir mal o bien formas en la desestructurada forma de la fonética y la semántica. Poco a poco, fui conociendo a mucha gente. Jamás podría haber imaginado que una ciudad tan pequeña como Huelva acumulaba una cantidad tan inmensa de interesados e interesadas por la literatura, especialmente, por la poesía. Y, así, fui haciéndome con una serie de referentes cercarnos que me ayudaron a construir mis principios literarios (por llamarlos de alguna manera). Supongo que este sería el momento de empezar a detallarlos, de recordar anécdotas vividas o escuchadas que ilustran las actitudes que fui construyéndome y aún conservo. El problema es que, en estos momentos, siento que he perdido mis referentes. Las enormes distancias impuestas por la vida laboral, el cansancio de muchos y algunos errores me han dejado en una sensación de soledad, de no poder aportar nada en el panorama cultural de mi ciudad y tener que asumirlo con honradez. Soy plenamente consciente de que los errores cometidos no son malintencionados, es más, puedo llegar a comprenderlos plenamente y de buena fe. Pero se trata, en algunos casos, de errores no reparables (y no estoy exagerando) y, por otro lado, nunca quise ser ese columnista al que se le recuerda que la hemeroteca es un lastre. Por muy estúpido que parezca, no estoy tranquilo en los territorios fronterizos cuando afectan a mis convicciones personales. Valoro muchísimo la amistad y la confianza de la gente que me ofrece proyectos y no voy a dar nombres propios porque no quiero que penséis que esto es un enfado o que trato de perjudicar a alguien. Nada más alejado de mis intenciones. De hecho, uno de mis principios fundamentales en este mundillo literario es que hay que apoyar todas las iniciativas, todos los proyectos y luchar con la asistencia y la difusión para que no se pierda nada de lo que se está haciendo en Huelva. Por ello, pienso seguir asistiendo a cada evento, difundiendo a través de las redes sociales dentro de mis posibilidades. No puedo negar, en cambio, que empiezo a sentir un profundo agotamiento que se ve agudizado por el desencanto que me provoca comprobar todas las rencillas, las discusiones, las peleas, las malas caras, el rencor y otras enfermedades que afectan a la Huelva literaria. Y son todas estas razones las que me hacen tomar la decisión de restringirme a mis poemas, mis lecturas, mis blogs y a la tertulia de los sábados, que siempre se ha caracterizado por la paz y por un formato horizontal de reunión de amigos. Os valoro a todos y a todas mucho, muchísimo, y eso me lleva a no entrar en la dinámica de seguir con proyectos sin estar al cien por cien y con desgana. Tomo una decisión que no es fácil, que me perjudica y que me va a exigir la tarea de eludir explicaciones que no me apetece dar porque no pretendo molestar a nadie. De momento, el mal tiempo me invita a desaparecer de las plazas. Os prometo que, cuando escampe, saldremos a celebrarlo.

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