martes, 3 de enero de 2012

El transformador metabólico


Hace par de semanas estuve en casa de uno de mis primos, la conversación empezó a alargarse y a mezclarse con una copa de vino y no tuve más remedio que aceptar encantado la invitación a cenar. Después de pasar por las habituales paradas de la música, el trabajo y los amigos, y muy influidos ya por la cercanía de las Navidades, empezamos a recordar aquellas mañanas de Reyes en las que uno se levantaba inquieto, hiperactivo, olvidando lo mucho que le había costado dormirse, y corría hacia el salón donde esperaban varios paquetes envueltos en papel de regalo. Luego tocaba la ronda de visitas a casas de familiares y la visita a casa de mi primo, donde siempre encontraba dos paquetes, uno con alguno de esos juegos de mesa que siempre estaba pidiendo y otro (previsible ahora con el paso de los años, pero que no levantaba ninguna sospecha en mi mente infantil) que escondía de forma invariable un volumen de Superhumor, esa maravillosa colección de Ediciones B con tapas duras y páginas de guía de teléfono, en la que se recopilaban las historietas de algunos de los mejores personajes del cómic español: Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, el Botones Sacarino, Rompetechos... Mi tío Juan siempre ha sido un gran aficionado y coleccionista de este producto cultural español y, en su afán por compartir con sus hijos y sobrinos su pasión, acabó por hacernos el más grande de los favores, acabó por acostumbrarnos a la lectura. Toda actividad que requiera una dosis de esfuerzo solo puede convertirse en satisfactoria a través del cultivo de un hábito, de una rutina si se prefiere, algo que para cualquiera que haya vivido un es evidente y que los psicólogos y educadores no se cansan jamás de repetir. ¿De dónde puede haber venido mi paciencia para sentarme y dedicar tiempos indefinidos a la lectura sino de aquellas primeras experiencias en las que Mortadelo era capaz de empeorar cualquier problema recurriendo a uno de sus disfraces o Sporty se quedaba sin ganar una carrera por no haber leído con detenimiento una palabra con tilde? Es posible que mi primer encuentro placentero con la poesía viniera de la mano del torpe Alfalfo Romeo, cuyas aventuras se contaban en verso y con rimas ripiosas ante las que no se podía evitar una sonrisa. En la última viñeta de todas sus historietas, mientras nuestro antihéroe huía de una un perseguidor lleno de ira, siempre se podía leer esta cuarteta:

¡Mal lo tiene nuestro amigo
para estar junto a Julieta!
¡Seguro que lo consigo
en la próxima historieta!

Al día siguiente, mientras revisaba los textos que habían escrito mis alumnos y alumnas para el certamen de relatos navideños organizado en el colegio, me sorprendí por la abusiva presencia de personajes infantiles que pedían en sus Cartas de Reyes una Blackberry, un teléfono táctil, una tableta o, en el mejor de los casos, una consola de videojuegos, personajes que no erán más que un trasunto de sus propias personalidades y sus deseos, enfrentados a los de unos padres que acaban por transigir a sus deseos. Pensé entonces en la necesidad de aprovechar la costumbre de hacer regalos en estas fiestas para regalar lectura, algo que es beneficioso a cualquier edad pero, sobre todo, en la infancia. No hace falta que yo diga que los hábitos son más sencillos de establecer a edades tempranas, ya que el tiempo, el envejecimiento, suele volver a la persona más inflexible y a sus recursos intelectuales más estáticos. Evidentemente nada garantiza que una persona leída, culta, sea mejor que otra no instruida, pero sí es cierto lo que nos señala Bertrand Russel a propósito del mal llamado conocimiento inútil: “El bravucón del colegio rara vez es un muchacho cuyo aprovechamiento en los estudios está por encima del promedio. Cuando se produce un linchamiento, los cabecillas son casi invariablemente hombres muy ignorantes. Esto no es así porque el cultivo de la mente produzca sentimientos humanitarios positivos, aunque puede hacerlo; es más bien porque proporciona otros intereses que el maltrato a los vecinos y otras fuentes de respeto a la propia personalidad que la afirmación del dominio (…) La cultura proporciona al hombre formas de poder menos dañinas y medios más dignos para hacerse admirar.” Por otro lado, es también cierto que crecer rodeado de libros no garantiza un amor desmedido por la lectura. Nadie podrá negarme, sin embargo, que una infancia sin libros tendrá una menor probabilidad de acabar en pasión por la lectura. Estamos siempre, en todo momento, construyendo el futuro con nuestras acciones y omisiones. Aprovechemos estas fiestas para intentar aportar algo a la construcción de un a sociedad mejor regalando lectura a niños y niñas. Esperemos que 2012 sea, al fin, un año con algo de luz.

2 comentarios:

Ayose dijo...

Pese a que no suela hacer comentarios por lo horrible del "captcha" que me arrulla en mi pereza.

Dire que cuanta razon tiene el Sr.Lenguado en estas lineas, que habria sido de mi sin los "Animorph" aquella sag inftil que me descubrio mi gusto(a veces tildado de obsesion) por la lectura, que de aventuras y experiencias me habria perdido en esta vida sin un libro.

Y parafraseando(rozando la pedanteria) a Carlos Ruiz Zafon en la sombra del viento:"Todos recordamos el primer libro que se abre camino hasta nuestra alma".
Y esque mi vida sin la lectura de buenos malos y mejores libros e historia no seria la que es hoy.

Sr. Lenguado dijo...

Ya estaba empezando a pensar que se estaba perdiendo la buena costumbre de comentar en los blogs. Gracias por su comentario, señor Rivas. Lo cierto es que, algunas veces, aquellos que nos regalaron en la infancia determinadas cosas nuncan llegaron a imaginar hasta qué punto iban a determinar nuestra personalidad. No me pongo profundo, pero ¿qué sería de este Lenguado parlante sin su imaginario tempranamente amueblado por el gran Ibáñez?