De qué hablo cuando
hablo de correr de Haruki Murakami fue editado en abril de 2010
en la Colección Andanzas de Tusquets Editores. En noviembre del
mismo año, ya se había publicado una octava edición. Se trata de
uno de esos libros que pertenecen a lo que, algún crítico con ganas
de inventar una nueva etiqueta, podría denominar “género
facebook”, es decir, uno de esos libros en los que el lector asiste
con placer irreprimible a ciertos aspectos de la vida privada del
escritor. El hombre que se encierra detrás del ilustre nombre, en
una muestra de generosidad y agradecimiento, permite a sus lectores
contrastar parte de la imagen que hemos construido de su personalidad
con fragmentos de realidad seleccionados y, con toda probabilidad,
estudiadamente edulcorados o salpicados de gotas de hiel. Se nos
permite así sorprendernos de la distancia entre nuestras
concepciones previas y las parcelas de realidad que se nos ofrecen,
así como se nos potencia nuestra capacidad de seguir atribuyendo de
manera infundada características idealizadoras sobre el personaje al
que denominamos, en este caso, Haruki Murakami. Y, así, como quien
bucea en el muro o los álbumes de fotos de uno de esos amigos
virtuales que no conoce muy bien, nos dejamos llevar por la
curiosidad de saber que el reputado novelista japonés regentaba un
club de jazz, que lo dejó para escribir después del inusitado éxito
de su primer libro, que ya no fuma y su consumo de alcohol se ha ido
reduciendo al mismo ritmo que aumentaba su consumo de vegetales, que
entrena todos los días durante una hora como mínimo, que participa
en competiciones de maratón o triatlón todos los años, que ha
vivido durante largos periodos de tiempo a caballo entre Tokio y
Cambridge, que adora correr por los caminos de la ribera del río
Charles, que es un entusiasta aficionado a la cerveza.
El libro, según el
propio autor, fue concebido, y así debe entenderse, como unas
memorias escritas en torno al hecho de correr, motivadas por la
capacidad de contemplación filosófica que surge de cualquier acto
realizado a diario por trivial que parezca. Murakami se posiciona
claramente desde el prefacio del libro al que bautiza con el título
“El sufrimiento como opción” y esta postura encaja a la
perfección con su condición de corredor de fondo y con las verdades
evidentes que va desgranando a medida que avanza la lectura. La
disciplina del deportista, pero sobre todo, la del corredor de larga
distancia se traduce la lucha contra uno mismo, contra un cuerpo que
solo entiende los mensajes cuando van acompañados de cierta dosis de
sufrimiento y, de forma inevitable, supone la aceptación de la
eficacia con la que el tiempo es capaz de realizar su trabajo para ir
convirtiendo la juventud y la plenitud de fuerzas en un progresivo
declive físico. Y la mejor manera de asumir esta derrota se nos
desvela al final del sexto capítulo: “a quienes tienen la
suerte de librarse de morir jóvenes, se les privilegia con el
preciado derecho de ir envejeciendo. Les aguarda el honor de su
progresiva decadencia física. Hay que aceptar este hecho y
acostumbrarse a él.”
A mi entender, para el
aficionado a la literatura, la parte más interesante del libro está
en la relación que se establece entre la escritura y la actividad
física. Desde el punto de vista del novelista japonés, escribir
tiene como consecuencia inevitable la liberación de un veneno que es
necesario canalizar de alguna forma. Por ello, se muestra comprensivo
con esos autores que necesitan recurrir a una vida caótica y
entregada al abuso del alcohol. Sin embargo, su método para eliminar
el veneno está en la disciplina de correr cada día y buscar el
límite físico de su cuerpo. Por ello, no es extraño que el cuarto
capítulo del libro se llame “La mayoría de los métodos que
conozco para escribir novelas los he aprendido corriendo cada
mañana”. En él, se analizan las cualidades imprescindibles para
el buen novelista: talento, capacidad de concentración y constancia.
El talento es caprichoso, no depende de la voluntad del que escribe y
no puede entrenarse. La capacidad de concentración y la constancia,
en cambio, sí pueden mejorarse a lo largo del tiempo y, por ello, el
oficio de novelista se concibe como una labor física. Sin duda, con
talento se puede conseguir una capacidad de concentración y una
constancia adecuadas casi sin esfuerzos. El problema es que, salvo en
esos escasos genios cuyo caudal es inagotable, el talento también se
ve afectado por la edad y, al igual que en plano deportivo, las
actividades que se desarrollaban sin problemas con quince años, no
son tan fáciles de ejecutar cuando se llega a los treinta. Es ahí
cuando entra en juego la madurez personal. A pesar de ello, no se
puede decir que ésta sea el único camino que puede seguir la
carrera de un novelista. En ocasiones, son el entrenamiento en
capacidad de concentración y la constancia los que acaban por
facilitar el brote de talento que permanecía escondido hasta
entonces.
No quiero extenderme
mucho más y, por ello, termino recomendado la lectura de este libro,
en el que Murakami nos ofrece unas reglas que ha aprendido a partir
de su propia experiencia y nos advierte de que, posiblemente, no
resulten de mucha utilidad para quien las lee. Sin embargo, él mismo
nos recuerda ya llegando al final que: “a menudo, las cosas
verdaderamente valiosas son aquellas que se consiguen mediante tareas
y actividades de escasa utilidad”.
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