jueves, 10 de noviembre de 2011

Literatura y actividad física.


De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami fue editado en abril de 2010 en la Colección Andanzas de Tusquets Editores. En noviembre del mismo año, ya se había publicado una octava edición. Se trata de uno de esos libros que pertenecen a lo que, algún crítico con ganas de inventar una nueva etiqueta, podría denominar “género facebook”, es decir, uno de esos libros en los que el lector asiste con placer irreprimible a ciertos aspectos de la vida privada del escritor. El hombre que se encierra detrás del ilustre nombre, en una muestra de generosidad y agradecimiento, permite a sus lectores contrastar parte de la imagen que hemos construido de su personalidad con fragmentos de realidad seleccionados y, con toda probabilidad, estudiadamente edulcorados o salpicados de gotas de hiel. Se nos permite así sorprendernos de la distancia entre nuestras concepciones previas y las parcelas de realidad que se nos ofrecen, así como se nos potencia nuestra capacidad de seguir atribuyendo de manera infundada características idealizadoras sobre el personaje al que denominamos, en este caso, Haruki Murakami. Y, así, como quien bucea en el muro o los álbumes de fotos de uno de esos amigos virtuales que no conoce muy bien, nos dejamos llevar por la curiosidad de saber que el reputado novelista japonés regentaba un club de jazz, que lo dejó para escribir después del inusitado éxito de su primer libro, que ya no fuma y su consumo de alcohol se ha ido reduciendo al mismo ritmo que aumentaba su consumo de vegetales, que entrena todos los días durante una hora como mínimo, que participa en competiciones de maratón o triatlón todos los años, que ha vivido durante largos periodos de tiempo a caballo entre Tokio y Cambridge, que adora correr por los caminos de la ribera del río Charles, que es un entusiasta aficionado a la cerveza.
El libro, según el propio autor, fue concebido, y así debe entenderse, como unas memorias escritas en torno al hecho de correr, motivadas por la capacidad de contemplación filosófica que surge de cualquier acto realizado a diario por trivial que parezca. Murakami se posiciona claramente desde el prefacio del libro al que bautiza con el título “El sufrimiento como opción” y esta postura encaja a la perfección con su condición de corredor de fondo y con las verdades evidentes que va desgranando a medida que avanza la lectura. La disciplina del deportista, pero sobre todo, la del corredor de larga distancia se traduce la lucha contra uno mismo, contra un cuerpo que solo entiende los mensajes cuando van acompañados de cierta dosis de sufrimiento y, de forma inevitable, supone la aceptación de la eficacia con la que el tiempo es capaz de realizar su trabajo para ir convirtiendo la juventud y la plenitud de fuerzas en un progresivo declive físico. Y la mejor manera de asumir esta derrota se nos desvela al final del sexto capítulo: “a quienes tienen la suerte de librarse de morir jóvenes, se les privilegia con el preciado derecho de ir envejeciendo. Les aguarda el honor de su progresiva decadencia física. Hay que aceptar este hecho y acostumbrarse a él.
A mi entender, para el aficionado a la literatura, la parte más interesante del libro está en la relación que se establece entre la escritura y la actividad física. Desde el punto de vista del novelista japonés, escribir tiene como consecuencia inevitable la liberación de un veneno que es necesario canalizar de alguna forma. Por ello, se muestra comprensivo con esos autores que necesitan recurrir a una vida caótica y entregada al abuso del alcohol. Sin embargo, su método para eliminar el veneno está en la disciplina de correr cada día y buscar el límite físico de su cuerpo. Por ello, no es extraño que el cuarto capítulo del libro se llame “La mayoría de los métodos que conozco para escribir novelas los he aprendido corriendo cada mañana”. En él, se analizan las cualidades imprescindibles para el buen novelista: talento, capacidad de concentración y constancia. El talento es caprichoso, no depende de la voluntad del que escribe y no puede entrenarse. La capacidad de concentración y la constancia, en cambio, sí pueden mejorarse a lo largo del tiempo y, por ello, el oficio de novelista se concibe como una labor física. Sin duda, con talento se puede conseguir una capacidad de concentración y una constancia adecuadas casi sin esfuerzos. El problema es que, salvo en esos escasos genios cuyo caudal es inagotable, el talento también se ve afectado por la edad y, al igual que en plano deportivo, las actividades que se desarrollaban sin problemas con quince años, no son tan fáciles de ejecutar cuando se llega a los treinta. Es ahí cuando entra en juego la madurez personal. A pesar de ello, no se puede decir que ésta sea el único camino que puede seguir la carrera de un novelista. En ocasiones, son el entrenamiento en capacidad de concentración y la constancia los que acaban por facilitar el brote de talento que permanecía escondido hasta entonces.
No quiero extenderme mucho más y, por ello, termino recomendado la lectura de este libro, en el que Murakami nos ofrece unas reglas que ha aprendido a partir de su propia experiencia y nos advierte de que, posiblemente, no resulten de mucha utilidad para quien las lee. Sin embargo, él mismo nos recuerda ya llegando al final que: “a menudo, las cosas verdaderamente valiosas son aquellas que se consiguen mediante tareas y actividades de escasa utilidad”.

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