Cuando cursaba los
estudios de la Licenciatura de Psicología en la Universidad de
Sevilla entre los años 1998 y 2003, en la casi totalidad de las
asignaturas que formaban el plan de estudios había un primer tema de
carácter introductorio en el que se nos ofrecía una visión general
de aquellos insignes pensadores que habían tenido una aportación
decisiva en la historia de la disciplina: Wundt, Watson, Pavlov,
Skinner, Freud, Bandura, Vygotski, Piaget... Recuerdo que, llegado el
periodo de exámenes, y con la prisa habitual de los estudiantes, mi
amigo Alejandro Barragán Felipe se desesperaba mientras leía
aquellas primeras páginas del temario y exclamaba: “¡Dime algo
que no sepa!” Espero que esto no se entienda como un comentario
malintencionado, pero esta fue mi sensación constante cuando empecé
a leer el famosísimo libro de Stéphane Hessel ¡Indignaos!
(Destino, Colección Imago mundi, volumen 195). Comienza el libro
sin esconder su propósito, afirmando que las conquistas sociales
adquiridas como consecuencia del modelo del Estado del Bienestar que
se intentó generalizar después de la Segunda Guerra Mundial están
en riesgo de desaparición. Y ya, desde el primer capítulo, se alude
a un hecho tan triste como difícilmente evitable: “Una verdadera
democracia necesita una prensa independiente. (…) Sin embargo, esto
es precisamente lo que a día de hoy está en peligro.” Y yo me
pregunto ¿cómo puede ser independiente una prensa que solo puede
sobrevivir a costa de la publicidad o de las subvenciones públicas
que dependen de las decisiones de unos burócratas con carné de
afiliados? A continuación, vuelve Hessel a ofrecernos otras dos
verdades que deberían ser sobradamente conocidas por cualquiera.
Primera: en ningún periodo de la Historia había sido tan importante
la distancia entre ricos y pobres. Segunda: el ser humano tiene a la
responsabilidad como una obligación y no puede delegar en
entelequias como Dios o el Estado. Desde aquí, parte el discurso de
la indignación frente a la indiferencia, etiquetada como la peor de
las actitudes, por lo que supone de asunción de la derrota y, por
tanto, abandono del compromiso. Brevísima, pero muy gratificante, es
la parada que se hace para señalar el caso de Palestina. Como bien
apunta el autor: “Que los propios judíos puedan perpetrar crímenes
de guerra es insoportable. Desafortunadamente, la historia da pocos
ejemplos de pueblos que saquen lecciones de su propia historia.”
Aunque muchos no quieran entenderlo, no se está defendiendo al
terrorismo cuando se afirma que es comprensible
el desencadenamiento de una respuesta violenta en el seno de un
pueblo que está ocupado con medios militares que le superan con
creces. De hecho, la postura que defiende es muy clara: la violencia
es la negación de la esperanza. Hay que tomar conciencia de la
ineficacia de las acciones violentas, armarnos de paciencia y
confianza en la negociación, mostrar indignación antes la violación
de los derechos. Al final del libro, se subraya el retroceso que ha
sufrido el mundo durante la primera década del siglo XXI. Los
atentados del 11 de septiembre, la errónea respuesta militar de
Estados Unidos, la crisis económica a la que nos hemos visto
abocados, la insoportable situación medioambiental. Y, sin embargo,
seguimos sumidos en el mismo pensamiento productivista, en las mismas
políticas que nos han llevado al punto en el que estamos. Por ello,
Hessel cierra su ensayo con un llamada a los más jóvenes, a
aquellos que regirán los destinos del mundo en un futuro cercano, a
liderar una insurrección pacífica, advirtiéndoles de los peligros
de los medios de comunicación de masas y su desprecio por la
cultura, su fomento del consumismo, su tendencia a la amnesia y a la
competitividad desenfrenada. Acabé el libro con mi habitual
impaciencia para volcarme sobre el siguiente y, durante esos pequeños
instantes en los que disfrutaba fugazmente de la idea de no estar
leyendo nada en concreto (como si no tuviera ya decidido y a mano el
siguiente), pensé en el acierto de esta llamada a la indignación y
en el prejuicio que me cegaba en los primeros momentos. Y, entonces,
me di cuenta de las veces que me habré planteado las razones del
escaso compromiso social de la juventud en la actualidad, de las
veces que habré discutido con amigos la existencia de un vacío
editorial con respecto a libros que sean capaces de adaptarse al modo
de razonamiento de los más jóvenes y a su lenguaje que huye de
complicaciones. Y, entonces, solo entonces me di cuenta de la
necesidad de escribir y publicar más libros como ¡Indignaos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario