jueves, 3 de noviembre de 2011

Acerca de ¡Indignaos!


Cuando cursaba los estudios de la Licenciatura de Psicología en la Universidad de Sevilla entre los años 1998 y 2003, en la casi totalidad de las asignaturas que formaban el plan de estudios había un primer tema de carácter introductorio en el que se nos ofrecía una visión general de aquellos insignes pensadores que habían tenido una aportación decisiva en la historia de la disciplina: Wundt, Watson, Pavlov, Skinner, Freud, Bandura, Vygotski, Piaget... Recuerdo que, llegado el periodo de exámenes, y con la prisa habitual de los estudiantes, mi amigo Alejandro Barragán Felipe se desesperaba mientras leía aquellas primeras páginas del temario y exclamaba: “¡Dime algo que no sepa!” Espero que esto no se entienda como un comentario malintencionado, pero esta fue mi sensación constante cuando empecé a leer el famosísimo libro de Stéphane Hessel ¡Indignaos! (Destino, Colección Imago mundi, volumen 195). Comienza el libro sin esconder su propósito, afirmando que las conquistas sociales adquiridas como consecuencia del modelo del Estado del Bienestar que se intentó generalizar después de la Segunda Guerra Mundial están en riesgo de desaparición. Y ya, desde el primer capítulo, se alude a un hecho tan triste como difícilmente evitable: “Una verdadera democracia necesita una prensa independiente. (…) Sin embargo, esto es precisamente lo que a día de hoy está en peligro.” Y yo me pregunto ¿cómo puede ser independiente una prensa que solo puede sobrevivir a costa de la publicidad o de las subvenciones públicas que dependen de las decisiones de unos burócratas con carné de afiliados? A continuación, vuelve Hessel a ofrecernos otras dos verdades que deberían ser sobradamente conocidas por cualquiera. Primera: en ningún periodo de la Historia había sido tan importante la distancia entre ricos y pobres. Segunda: el ser humano tiene a la responsabilidad como una obligación y no puede delegar en entelequias como Dios o el Estado. Desde aquí, parte el discurso de la indignación frente a la indiferencia, etiquetada como la peor de las actitudes, por lo que supone de asunción de la derrota y, por tanto, abandono del compromiso. Brevísima, pero muy gratificante, es la parada que se hace para señalar el caso de Palestina. Como bien apunta el autor: “Que los propios judíos puedan perpetrar crímenes de guerra es insoportable. Desafortunadamente, la historia da pocos ejemplos de pueblos que saquen lecciones de su propia historia.” Aunque muchos no quieran entenderlo, no se está defendiendo al terrorismo cuando se afirma que es comprensible el desencadenamiento de una respuesta violenta en el seno de un pueblo que está ocupado con medios militares que le superan con creces. De hecho, la postura que defiende es muy clara: la violencia es la negación de la esperanza. Hay que tomar conciencia de la ineficacia de las acciones violentas, armarnos de paciencia y confianza en la negociación, mostrar indignación antes la violación de los derechos. Al final del libro, se subraya el retroceso que ha sufrido el mundo durante la primera década del siglo XXI. Los atentados del 11 de septiembre, la errónea respuesta militar de Estados Unidos, la crisis económica a la que nos hemos visto abocados, la insoportable situación medioambiental. Y, sin embargo, seguimos sumidos en el mismo pensamiento productivista, en las mismas políticas que nos han llevado al punto en el que estamos. Por ello, Hessel cierra su ensayo con un llamada a los más jóvenes, a aquellos que regirán los destinos del mundo en un futuro cercano, a liderar una insurrección pacífica, advirtiéndoles de los peligros de los medios de comunicación de masas y su desprecio por la cultura, su fomento del consumismo, su tendencia a la amnesia y a la competitividad desenfrenada. Acabé el libro con mi habitual impaciencia para volcarme sobre el siguiente y, durante esos pequeños instantes en los que disfrutaba fugazmente de la idea de no estar leyendo nada en concreto (como si no tuviera ya decidido y a mano el siguiente), pensé en el acierto de esta llamada a la indignación y en el prejuicio que me cegaba en los primeros momentos. Y, entonces, me di cuenta de las veces que me habré planteado las razones del escaso compromiso social de la juventud en la actualidad, de las veces que habré discutido con amigos la existencia de un vacío editorial con respecto a libros que sean capaces de adaptarse al modo de razonamiento de los más jóvenes y a su lenguaje que huye de complicaciones. Y, entonces, solo entonces me di cuenta de la necesidad de escribir y publicar más libros como ¡Indignaos!

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