miércoles, 11 de mayo de 2011

Viaje a Extremadura. Segunda etapa: Jerez de los Caballeros - Cáceres, sábado 30 de abril.

Abro los ojos, 10:47. Como intuía, resaca. Mañana de ajetreo. En principio, pensé en acompañar a Manolo a Olivenza para sacar a “Cuqui” (sí, a mí tampoco me gusta el nombre) de la perrera. Pero, al final, insistió en ir solo y me pidió que ayudara a Susana a preparar todo lo necesario para salir hacia Cáceres. El rito del café y del pan tostado. Tareas domésticas en casa ajena: hacer la cama, sacar a pasear a Luna, cambiar el agua de las tortugas, meter el coche de Susana en el garaje, hacer paquetitos con los bizcochos de Alconchel para repartirlos entre Ramiro y Julia, comprar un arnés y una correa para la nueva dueña de Cuqui. Lo admito, soy muy torpe. De hecho, el coche lo tuvo que meter al final mi prima en el garaje porque yo no era capaz de aclararme con la marcha atrás. Me sacan del Meriva y no soy nadie. La incursión por Jerez para comprar el arnés y la correa no tuvo ninguna dificultad. Pensaba que iba a perderme y a dar muchísimas vueltas, pero no. Llegué directamente a la tienda y compré lo que se me había encargado después de saludar a Alías que, casualmente, estaba allí. Vuelvo a la casa, llega Manolo con el perro, lo metemos todo en el coche y salimos por fin a la carretera.

Patio en Brovales
Primer punto de destino: Brovales, una aldea muy cercana a Jerez donde vive Encarna, la tía de Manolo que ha adoptado al perro. En cuanto me bajo del coche, comprendo que el perro va a vivir en un paraíso. Me habían hablado de los patios de las casas antiguas en Brovales, pero cuando los veo con mis propios ojos, me entran ganas de quedarme a mí. A eso hay que sumarle el encantador carácter de Encarna y su manera de hablarle al perro como si fuera uno de sus nietos. Sí, indudablemente Cuqui “ha triunfado”. No podemos pararnos mucho porque el plan es almorzar en Cáceres.

Nos hace falta esto en Huelva
Así que salimos sin más demora y, después de atravesar varias trombas de agua en la autopista, llegamos a nuestro segundo punto de destino sobre las 15:23. Allí está esperándonos Dani (hermano de Manolo y nuestro anfitrión en Cáceres). Poco después, llega Quique. Una pena que Guada se encuentre mal, precisamente, este fin de semana. Comemos en el Mesón La Tarama. La primera impresión que me llevo del sitio es que, a partir de ese momento, sería uno de esos lugares de peregrinaje recurrente. El atractivo del lugar lo había visto en su oferta: un litro de cerveza y una ración (abundante) a elegir por 6 euros. Después, me di cuenta de que esta genial iniciativa está muy extendida por Cáceres y que, en la mayoría de bares de barrio y media tarde, donde la gente se reúne alrededor de amigos o de pantallas que destilan fútbol, tiene este tipo de ofertas e, incluso, a un precio menor. Nos decidimos por patatas bravas, rejos, alitas de pollo y solomillo de cerdo (una pena que no pudiéramos acompañarlo con salsa de Torta del Casar porque se había agotado). Después del preceptivo licor de hierbas, pasamos por la casa, saludamos a Guada, tomamos un café y asaltamos, una vez más, la caja de bizcochos de Alconchel.

Litro y ración de alitas de pollo
Después del breve descanso, nos montamos en el destartalado coche de Quique y, mientras suenan Soulfly y Dumb Incorporation, pasamos a recoger a Zorita y nos dirigimos a la Cervecería Cali para ver el fútbol. Guada y Susana han preferido quedarse en casa. En materia de fútbol, la tarde es completamente descartable. Al menos, pierden los dos y eso hace más llevadero el golpe. Por lo demás, tarde perfecta. Dejo pronto el gin tonic (después del primero) y me cambio a la cerveza porque, de otra manera, no aguanto. Buena música y un camarero cordial con el que hablo de discos, estilos y canciones. Tiene el detalle de apuntarme los grupos que van sonando. Conversaciones inacabables con unos y con otros. Breve visita al estudio de El Malo del Cuento. Por lo que parece, aunque Quique y Dani, ya no formen parte del grupo, la relación sigue siendo buena. El estudio me gusta. Siento un impulso irreprimible de hacer fotos, pero se me agota con rapidez. Nos ponen una canción sobre el Barrio del Cabañal que acaban de grabar. Definitivamente, el rock nacional reivindicativo ya no me llega como hace unos años.
Pasan las 22:30 cuando conseguimos convencer a Zorita y a Manolo de que algo habrá que cenar. Entonces, Dani nos lleva a La Cacharrería, un templo del paladar y la cocina creativa. Su ubicación, ya de por sí, es magnífica. Está en el casco histórico de la ciudad y su decoración refleja un estilo incuestionable. Nos decidimos por los nachos con guacamole, la ensalada templada de pollo y rúcula y un praliné de turrón con surtido de patés. El vino lo tengo clarísimo desde que lo he visto: Habla del silencio. La comida está exquisita y los camareros (él y ella) son amables hasta el extremo. Dani se empeña en invitarnos y, claro, eso obligaba a tomar unas copas para invitarlo a él.
Cena en la Cacharrería
Nos ponemos rumbo hacia el María Mandiles, bar de copas al que le pondría un 10 solo por la música y, sobre todo, por la facilidad con que atienden las peticiones musicales que les hacemos. La segunda parada es el Cambalache. Episodio número 1 con la camarera. Cuando llegamos me doy cuenta de que la chavala miraba con cierta desesperación a unos cuantos borrachos. Mientras nos sirve las copas, empieza a sonar los Burning con su “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?”. Y, claro, la asociación era tan fácil que se lo tuve que decir: “Esta canción parece que te la han hecho a ti”. Ella me mira, me responde con un breve “Pues sí” y sigue trabajando. Episodio número 2 con la camarera. En medio de una de mis oleadas de furia por hacer fotografías, la camarera piensa que estoy tratando de robarle una foto clandestinamente y se queja a mi amigo Manolo. Vergüenza. Hablo con ella y le ofrezco la cámara para que compruebe que no está en ninguna foto. Indignación. Punto uno: me jode que piense así de mí. Yo no soy así. Todos los que me conocéis lo sabéis. Punto dos: a ver, la chavala no era fea, pero tampoco es que estuviera tan buena como para creérselo de esa manera.
Salimos del bar. Breve discusión en la puerta sobre la bandera de España con una pija de Mérida, un auténtico saco de prejuicios. Paseo hasta la Plaza Mayor y Parada en La Luna de Chomin. Según me cuentan al día siguiente, tomamos algún chupito de tequila o vodka. El bar me deja pocos recuerdos, aunque tengo la certeza de haber estado allí antes. Se trata de una mera estación de tránsito. El alcohol ya se ha instalado en nuestras cabezas y, poco después, decidimos andar hasta Cánovas para buscar un taxi que nos devolviera a casa. Por el camino, encontramos a un grupo de gente con guitarra y caja. Como si nos conociéramos de toda la vida, Manolo se sienta en la caja y yo me arranco con mi habitual “No sé que tiene San Roque”. Nuestra melopea casi asusta al grupo de chavales. Tan pronto como nos paramos, seguimos andando. Encontramos un taxi con facilidad y la noche acaba con unos montaditos de jamón en casa.
Nocturno en Cáceres
Síntesis y valoración global del día: Cáceres es una de esas ciudades con un ambiente mágico. Su casco histórico tiene tal capacidad de transportar en la historia que la experiencia no puedo describirla satisfactoriamente con palabras. Siempre acabo recurriendo a lo que mi padre me dijo cuando yo aún no lo conocía: “Si no fuera por algún coche que ves, parecería que vas a encontrarte con el Guerrero del Antifaz”. Además, y ésta es una visión muy personal y condicionada por mi experiencia, las gentes que habitan las calles de Cáceres derrochan amabilidad, son de fácil conversación y tienen una especie de bondad natural que hace aflorar ese sentimiento de “estar como en casa”. En realidad, estas sensaciones podría hacerlas extensibles a mis experiencias en cualquier lugar de Extremadura. De hecho, en más de una ocasión, ya he dicho que, teniendo muy clara mi identidad como andaluz, me siento una suerte de “extremeño de adopción en el exilio”. Y, en cualquier caso, tengo clarísimo que podría vivir muy feliz aquí.

2 comentarios:

Sergio dijo...

Jajajaja, genial, sobre todo lo de la camarera. No resto que el viaje desde luego haya sido toda una experiencia y más, tengo la suerte de conocer Cáceres y parte de su sierra, buena parte, pero lo de la camarera me encargaré de preguntártelo sin duda en persona tan pronto tenga la oportunidad. Un abrazo y hasta pronto compañero.

Sr. Lenguado dijo...

Amigo, no hay nada más que contar. La anécdota se reduce a lo que has leído. Pero si quieres yo te la cuento en persona. Gracias por el comentario. En cuanto pueda, cuelgo la dos partes que faltan.