viernes, 13 de mayo de 2011

Amor y negacionismo

Al calor de la profunda crisis económica a la que asistimos impotentes, se vuelve a poner de actualidad el debate sobre la caída del sistema de valores éticos o, más radicalmente, el planteamiento de su existencia. Las posiciones intelectuales postmodernas nos situaron ante un universo donde no hay ninguna certidumbre, en el que la conciencia humana no tiene ningún asidero al que agarrarse para no despeñarse en el abismo de una existencia a la que no puede concederse un sentido claro y unívoco. Lo cierto es que estos modelos de pensamiento acabaron teniendo cierto éxito y calaron de tal forma, que no hace falta haber estudiado filosofía o estar interesado en la evolución histórica de la mentalidad humana para mantener posturas de un escepticismo extremo ante la vida. Por otro lado, hay que tener en cuenta que tanto las sociedades, como las personas que las conforman, funcionan como sistemas dinámicos y cuyos elementos tienen capacidad de influencia entre sí. Sobra decir que la mayoría de las reacciones y comportamientos se producen de forma global. Es decir, reaccionamos como un todo ante las condiciones de cada situación y elaboramos nuestras respuestas también como un todo. No es raro, entonces, que este modelo de pensamiento negacionista se haya extendido tanto que acabe por abarcar incluso a los modos de vida y, sobre todo, a las percepciones y valoraciones que de ellos se tienen. El impulso revisionista y, casi, destructivo es tan grande que lleva a algunos a plantearse la existencia de ciertos pilares básicos de las relaciones humanas. Hablando claro: hay que se atreve a dudar de la existencia del amor. Para ello, se le disfraza de la necesidad meramente biológica de la sexualidad o se alude a la rentabilidad material del concepto como factor de estabilización que permite la creación de familias y, así, la perpetuación del sistema social y económico en el que vivimos. Se simplifica la realidad argumentando que el sistema más extendido de relaciones afectivas, es decir, la pareja más o menos estable, sigue siendo posible por los condicionamientos sociales o porque actuamos movidos por la comodidad de no separarnos de la norma, por la angustia a la que nos suele enfrentar un largo tiempo de soledad. Sin embargo, cualquier análisis que sepa tomar cierta distancia con respecto a posiciones radicales de partida no puede negar la existencia del amor, un sentimiento de filiación básico en el ser humano. Evidentemente, somos animales (mamíferos concretamente) y lo que llamamos emociones y sentimientos tienen una clara base fisiológica y están sometidos a los moldes y modelos a los que nos enfrentamos en nuestro medio. Pero reducir el mundo afectivo humano a un esquema de impulsos biológicos convenientemente amasados por las prácticas socioculturales dominantes me parece muy exagerado. Esto implicaría reducir la sexualidad humana a la mera reproducción. Y es aquí, precisamente, donde se derrumba el argumento. El hecho de que la sexualidad humana haya trascendido su primigenia función reproductiva para convertirse en un modo de comunicación, en un componente tan importante para alcanzar una salud plena y una identidad personal satisfactoria, es una clara muestra de la realidad de los sentimientos relacionados con el afecto y la filiación hacia la pareja. Otra cosa es valorar la cuestión de la mayor o menor perdurabilidad de las parejas. En mi opinión, cuando un modelo de comportamiento está tan extendido y sobrevive a todo tipo de crisis sociales y económicas, no se puede cuestionar su funcionamiento ni su realidad. Podrá decirse que es solo una consecuencia de la bioquímica de nuestro cerebro y que, fuera de ese contexto, no parece tener mucho sentido. Es posible, pero yo matizaría: si se trata de una realidad derivada del alto grado de organización de nuestro cerebro (al igual que muchas otras realidades de las que a nadie le da por dudar) y, en consecuencia, si no tiene sentido fuera del contexto del cerebro humano, será porque se trata de una realidad específicamente humana (extremo que no me atrevo a afirmar). Hace un mes, aproximadamente, planteaba en este mismo lugar la necesidad de revisar ese extraño sistema de certidumbres que hemos creado de forma artificial en torno a la incontestable realidad de la muerte. Es curioso como se puede tener un funcionamiento psicológico tan selectivo que permite confiar ciegamente en determinados artificios en unos casos y, sin embargo, mostrar una actitud de negación permanente en otros. Podría parecer que estamos ante una contradicción pero no es así. La conclusión sigue siendo la misma: vivimos de espaldas al sufrimiento. Lo que realmente decimos cuando decimos que no existe el amor es que tenemos un miedo desbocado a que nos hagan daño.

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