miércoles, 17 de noviembre de 2010

Otros colores

En muy contadas ocasiones (por no decir nunca), tiene uno la oportunidad de tomarse una cerveza con un escritor al que admira, con el que sabe, gracias a las horas que ha pasado junto a su prosa, que podría estar hablando durante toda la tarde de literatura, política, cine, ciudades, arte, gastronomía y hasta de fútbol. Afortunadamente, hay una muy buena manera de paliar esta dificultad, un extraño género de libro con el que, en ocasiones, algunos autores nos agradecen la devoción que les profesamos. Tengo la suerte de contar entre mis escritores favoritos a Orhan Pamuk y escribo que se trata de una suerte porque en su bibliografía está el maravilloso Otros colores, libro al que dediqué los últimos días del pasado verano y en el que tenía más la impresión de estar escuchando a un amigo junto a la barra de un bar que la de estar en mi casa, aguantando como podía las temperaturas de agosto. Otros colores es ese tipo de libros al margen de la ficción y del ensayo como cuerpo unitario organizado, donde bajo la apariencia de columnas periodísticas, páginas de diario íntimo, memorias y narraciones breves, se puede aprender muchísimo de Estambul, la identidad turca, los terremotos, el proceso de construcción narrativa, las relaciones entre un padre y una hija, la historia de la novela moderna, la cuestión oriente – occidente, los paisajes, los relojes, el tabaco... Con este tipo de libros, los autores pagan la deuda que mantienen con sus lectores. Nos sentimos tan reconfortados en las ficciones que nos presentan los maestros de la narrativa que acabamos viéndolos como amigos y ya se sabe que a todos nos encanta preguntar a sus amigos sobre los intereses, las aficiones, las preocupaciones que rondan nuestra cabeza. Evidentemente, no hay una reciprocidad, nunca conseguiremos que Pamuk nos conteste a las preguntas que querríamos hacerle. Pero no importa, lo de menos es preguntar, ya que nuestro interés por preguntar nace de la necesidad de que nos hable y nos regale unas líneas más para seguir manteniendo el artificio de sentido con el que hacemos habitable la ocasional frialdad del mundo que nos rodea, sentir que sigue habiendo gente cuyo pensamiento funciona de forma semejante al nuestro y sonreír comprendiendo los guiños, las complicidades, los comentarios elegantes y precisos con los que desgrana su sistema de ideas. En definitiva, Otros colores es un libro que recomiendo a quien haya leído a Pamuk y no entienda de dónde viene la concesión del Nobel y su repentina repercusión internacional. Quizá, después de haberlo leído entienda, que su normalidad, su sinceridad, su verdadera preocupación por la Turquía en la que vive y la Europa que le avecina, son los argumentos más convincentes para defender su maestría en el arte de la novela.

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