jueves, 23 de abril de 2009

César Vallejo


En esta tarde de 23 de abril, tan propicia para la reflexión sobre los libros y la lectura, me ha parecido especialmente adecuado dedicar un recuerdo a un personaje que considero un maestro de lectores, críticos, escritores y pensadores de todo tipo. Antes de empezar a escribir estas líneas he buscado en el océano digital una foto suya porque necesitaba mirarle a la cara un instante y lo he encontrado rígido, pensativo, en una imagen borrosa que le sitúa en Berlín, probablemente, en frente a la Puerta de Brandenburgo, con un gesto indiferente al observador y, al mismo tiempo, insinuante, ofreciendo indicios, confirmando un destino cercano. César Vallejo nació en Perú y de su muerte todo lo dice uno de sus sonetos, seguramente, el más famoso de todos los textos. No diré que fueron años difíciles, porque todos los años son difíciles para escribir poesía. Malos tiempos para la lírica, más que un eslogan, es un resumen de la historia de la literatura universal. Sí diré en cambio que fue uno de aquellos intelectuales que supo leer como pocos los acontecimientos que se le venían encima, acontecimientos personales, sucesos históricos, tendencias y evoluciones en materia artística. César Vallejo vivió el final del siglo XIX y el comienzo del XX y, en este sentido, me parece que su obra es un ejemplo y una referencia, una oportunidad para analizar los movimientos vanguardistas en la poesía escrita en español y diferenciarla definitivamente de la vanguardia como transgresión vacía de contenidos y que no desafía tanto al status quo como a los incautos que se atreven a acercarse a ella. La escritura de Vallejo es, por momentos, rematadamente innovadora, iconoclasta, pecando en ocasiones de ensimismada, indescifrable, extremadamente dura en su superficie. Sin embargo, sus poemas siempre tienen una luz, un verso que se queda repetido como un eco en la boca, un fragmento que te obliga a retirar la vista del libro, mirar al techo y evocar recuerdos que no tienen ninguna relación con lo que se lee. Siempre aparece un recodo en el que se desencadena la imaginación y el golpe es tan fuerte, a veces, que se pierde el hilo y hay que empezar de nuevo, con mucho cuidado de no volver a extraviarse. En estos últimos días, leo “España, aparta de mí este cáliz” y “Poemas humanos” y estoy descubriendo una gran cantidad de versos que funcionan de forma autónoma al margen de los poemas que los albergan. En el primero de los libros citados, el poeta escribe sobre la Guerra Civil Española y, saltando por encima de toda convención realista de la poesía social, nos desafía con ideas que desbordan el contexto referencial como ésta: detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto. El segundo poemario al que me he referido es un alegato de sensatez y cordura de aspecto despeinado y poco organizado, pero que esconde sensaciones y argumentos como este: Y exijo del sombrero la infausta analogía del recuerdo.