viernes, 30 de enero de 2009

A pesar de las gloriosas navidades que todos seguro habremos pasado, unas navidades en las que no pueden faltar los excesos en la dieta (tanto que la palabra dieta me parece completamente absurda). A pesar de la persistente tristeza, que siempre aparece en determinados momentos de las fechas señaladas por mucho que nos hagamos firmes propósitos de felicidad o tratemos de mantener la mente ocupada con ayuda de la vida social y de la neuroquímica. A pesar de la vuelta al trabajo y de los síntomas que nos provoca la profesión, que no perdonan, que nos inducen una sensación de estar atados en corto y nos recuerdan constantemente dónde está nuestro principal instrumento de trabajo. A pesar de tener que soportar de manera inmisericorde la proclamación empalagosa y constante de nuevos héroes, mitos y genios de la canción, las letras y el celuloide, tendencia que se ve aumentada con la llegada de la Navidad, el incremento del consumo y los recurrentes intentos por revisar y resumir el año que se escapa. A pesar de todo, tenemos el derecho y la obligación de reponernos, de mirar al mundo de frente y preguntarle a cada mañana por qué hoy no puede ser un buen día. Hace unos cuantos días el discurso de toma de posesión de Obama me hizo recordar que el destino tiene parte de trabajo, que la fatalidad tiene mucho de actitud voluntaria, que el azar es casi siempre producto de negligencia o pereza, que la vida cambia gracias a nuestras acciones y omisiones, que no debemos mostrarnos derrotados por la crisis o por dramas como el de Gaza, sino encararlos y asumir que son luchas a largo plazo. En el terreno cultural, para salir de la crisis en lo cotidiano y lo afectivo, yo propongo los clásicos del siglo XX. No niego el valor de las novedades, pero no debemos olvidar que novedad no tiene nada que ver con bondad o con calidad, aunque rimen descaradamente. Alguien escribió alguna vez que el problema de los suplementos culturales de la prensa es que encuentran un gran libro todas las semanas. Esta frase resume con claridad lo que quiero decir. En definitiva, la calidad es un camino que se recorre con esfuerzo y motivación y su reconocimiento requiere cierta perspectiva temporal que nos permita apreciar la imagen más completa, ya que con frecuencia lo nuevo, el corto plazo, nos distorsionan la percepción (si no me creen pregunten a Vetusta Morla). Yo recomiendo para estos días fríos y difíciles a creadores que nos hagan pensar y nos ayuden a identificar de dónde venimos y cómo vamos: Miguel Hernádez, los Poemas Humanos de César Vallejo, Cernuda, Alberti, Gil de Biedma, Silvio Rodríguez, Ara Dinkjian (para las sobremesas), Nina Simone, Costa Gavras y ya me callo, lo prometo.

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