lunes, 22 de agosto de 2022

Juventud, honradez, punkrock y préstamos

Tengo un concepto demasiado alto de la lealtad y de la honradez en general. Cualquiera que me conozca lo sabe, como también sabrá que, detrás de la imagen de aburrido maestro de primaria que suele acompañarme, hay un caprichoso amante de la música. Uno de mis vicios es el punk (sí, lo sé, no me pega nada). Aclarado esto, no sé si lo recordaréis, pero hubo una época en la que espérabamos con ansia la feria del vinilo, el disco usado y de ocasión. Se celebraba una vez al año en la Casa Colón y había que pagar una entrada. El precio incluía el acceso al recinto y un vinilo de regalo que, en el mejor de los casos, se quedaba a vivir en el primer contenedor de basura que encontrabas de camino a casa. A la ínfima calidad musical del obsequio, hay que sumar que no tuve reproductor de vinilo hasta muchos años después y, por tanto, sólo me interesaban los CD. En uno de aquellos domingos, me compré un directo de Mother Love Bone que todavía conservo. También me compré una de esas joyitas para amantes de géneros minoritarios: Crucificados pelo sistema, el primer álbum de Ratos de Porão (un legendario grupo de hardcore brasileño). 16 canciones en 18 minutos y 46 segundos, puro punk. Por desgracia, poco después lo perdí y, dígamoslo claramente, lo perdí por tonto. Fue un sábado o un viernes cualquiera en el que hacíamos lo de siempre, en palabras de Robe Iniesta: “salir, beber”. Por alguna razón, yo llevaba el CD encima. Probablemente se lo había dejado a un AMIGO (nótese que se realza el vocablo de manera intencional) que me lo había devuelto esa misma noche. Supongo que, más tarde, alguien me lo pidió prestado. Este “alguien”, desde luego, NO era un amigo. Pero la cogorza que me acompañaba tuvo un doble efecto: extensión de la amistad y de la confianza hacia el sujeto en cuestión e incapacidad para recordar quién era a partir de aquel preciso instante. Como puede adivinarse, no volví a saber nada del disco. Pregunté e indagué sin resultado. Sin embargo, sabía que el ladrón era uno de aquellos conocidos que me saludaba cordialmente cada fin de semana. Espero, sinceramente, que el CD estallara y estropeara el lector de su équipo de música, cumpliéndose así una especie de venganza poética muy al estilo “punkarra”. Pero soy realista. Seguro que no fue así y lo más triste es que, muy probablemente, quien se quedara con mi Crucificados pelo sistema no lo habrá valorado tanto como yo lo hacía.

Disinta y a la vez similar es la historia del “Concierto homenaje a Freddie Mercury”. Es bien conocida mi pasión por Queen. Me avegüenza confesar que, en mis años de instituto, prácticamente, no escuchaba otra cosa. El caso que nos ocupa ahora ocurrió, más o menos, en la misma época que el anterior. Yo había empezado a salir por las noches con una pandilla reducida formada a partir de mis primos, algunos compañeros de clase y amigos de los veranos en La Antilla. Poco a poco, el grupo se hizo más grande y, además, por temporadas, nos uníamos a otras pandillas similares, a veces, por pura proximidad y otras con motivo de jolgorios especiales (Fin de Año) o conciertos. Unas navidades me regalaron el concierto en VHS (me siento tan viejo al escribir esto) y se ve que debí mencionarlo tomando una copa en alguna conversación de gran grupo. Un heavy con el que no tenía ni la mejor ni la peor de las relaciones se mostró muy interesado y estuvimos hablando, según recuerdo, de las actuaciones de Metallica, Guns N' Roses y Extreme. Si no me falla la memoria, poco después, estando un fin de semana en casa me llama este chaval por teléfono (aclarando que le había pedido mi número a un amigo común) y me pide, por favor, que le preste las cintas para verlas. Como os podéis imaginar, accedí y eso supuso que les perdí la pista para siempre. Estoy seguro de que, al menos un par de veces, le recordé que tenía algo que devolverme, pero aquel asunto se fue diluyendo y la vida vino, por su parte, a poner distancia. Estuve un tiempo considerable sin verlo. Lo más gracioso de esta historia es que no se acaba aquí. Un día, de repente, el amigo común me llama al teléfono móvil. Por aquel entonces, yo vivía en Sevilla, era 2003, habían pasado más de cinco años. Mi amigo me explica que este chaval tiene que hacer un examen en Sevilla, que la hora del examen le hace imposible recurrir al transporte público, que tampoco tiene a nadie que pueda llevarle la misma mañana y que necesita pasar la noche, solamente la noche, aunque sea en un sofá, para poder presentarse a la convocatoria. ¿Qué pensáis que dije? Dije que sí, que le prestaba el sofá de mi salón (no podía ofrecerle otra cosa ya que las camas estaban todas ocupadas) después de consultar a mis compañeros de mi piso. Podría haberle dicho a mi amigo algo así como: “Dile que me traiga las cintas de vídeo que aún no me ha devuelto”. ¿Lo hice? No. ¿Por qué? Ya he dicho que soy tonto y, por si fuera poco, sufro de una enfermedad mental que podríamos definir como prudencia excesiva, aunque mis amigos psicólogos preferirían hablar de un déficit de habilidades asertivas. Estas mismas razones explican que, durante el escaso tiempo que compartimos aquel día, en ningún momento saliera a relucir que alguien se había adueñado de forma ilegítima de algo que no le pertenecía. En cualquier caso, lo que no puede negarse es que soy buena gente.

En la actualidad, sigo sin saber quién me robó el disco de Ratos de Porão, aunque puedo escucharlo en Spotify cuando quiera. Después de todo, cada vez uso menos los CD de mi colección para poner música. En cuanto al “Concierto Homenaje a Freddie Mercury”, me lo regaló Lola en DVD hace ya algunos años. Tuvo que pedirlo por Internet y, curiosamente, llegaron en el mismo paquete de forma gratuita un par de DVD del programa Documentos TV que trataban, como podéis imaginar, sobre asuntos turbios y desgradables. ¿Casualidad? Evidentemente, sí. En cuanto al hurtador y huésped de mi casa en Ciudad Jardín, últimamente lo veo mucho. No hace falta decir que ni nos saludamos. Él sabe perfectamente quién soy yo, por supuesto. Pero ni siquiera parece agradecido por el detalle del alojamiento aquella noche de junio de 2003. Lo de las cintas de vídeo seguramente ni lo recuerde.


No hay comentarios: