martes, 28 de junio de 2011

¿Poesía de la experiencia?

Tiene razón Arthur Terry cuando afirma, en el prólogo a Mujeres y días de Gabriel Ferrater, que todo buen poeta es, en sí mismo, un poeta de la experiencia. ¿De dónde puede nacer el impulso a la creación poética, la erotización de la palabra (por citar a Octavio Paz), si no es de la propia experiencia, del largo proceso de construcción de una identidad personal? Sea cual sea la tendencia en la que se enmarque determinada obra poética, siempre habrá nacido de una trayectoria vital, de una suerte de azares no controlables, de decisiones conscientes e inconscientes que nos llevan a determinados libros y nos alejan de otros, es decir, de vivir y construirse un paisaje a partir de los materiales que uno encuentra en su devenir diario. El problema es que hemos creado una etiqueta y con la etiqueta un estereotipo, que se asocia con demasiada frecuencia a los excesos cometidos por una serie de poetas que, supongo, no hace falta citar. Y, así, se explica el inmediato rechazo que suele suscitar la expresión “poeta de la experiencia” entre quienes la reciben como crítica malintencionada o como halago a su forma de escribir.

En cuanto a los poemas de Ferrater, me están traicionando las dichosas expectativas.

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