viernes, 13 de marzo de 2009

Ejercicio imaginativo

Imaginemos por un instante que un niño de unos doce años, movido por la curiosidad que le corroe por dentro, coge una cámara de video y empieza a fantasear con ella. Ha visto como sus padres la utilizaban en un sinfín de ocasiones, de modo que conoce el funcionamiento básico y no duda en encenderla y en ponerla a grabar. Sin ninguna intencionalidad especial, acude a la cocina donde su madre, cansada, termina de fregar el suelo. El niño grita: “Mamá, sonríe a la cámara”. La madre se gira hacia el niño sospechando lo que no quiere que esté sucediendo y, al darse la vuelta, antes de poder decirle a su hijo anda y deja eso en su sitio, accidentalmente, vuelca con la pierna el cubo lleno de agua que empapa todo el suelo de la cocina. En ese momento, la madre se sume en un silencio profundo, mientras mira con desesperación el trabajo que tendrá que volver a realizar. Todo queda grabado y las imágenes son mostradas a amigos y familiares con satisfacción. Aquellos que lo van viendo están de acuerdo en señalar la gracia, el desparpajo, la inteligencia y la perspectiva del niño y, en un ejercicio de vanidad e ingenuidad, atribuyen estas circunstancias azarosas al talento de nuestro protagonista, a una acción intencional de debutar en el mundo del cortometraje con una ópera prima que refleje las dificultades y emociones de la mujer en el ámbito doméstico. El niño acepta encantado esta versión. Ya que estamos imaginando, no será difícil que entendamos que alguien de la familia o los amigos mueve algunos hilos, habla con entusiasmo a cualquiera que se le ponga por delante de la obra y del creador y, para poner la guinda, se presenta la obra a un certamen de creación joven en el cual no pueden participar mayores de 30 años. Como es lógico, entre un jurado de dudosa cualificación, la calidad técnica y el valor artístico no tienen ninguna importancia y el único criterio válido para otorgar el premio es la juventud extrema del creador. Es así como el premio supone el bautismo y la presentación en sociedad de un nuevo director de cine, al que todos animan a seguir grabando libremente, sin ataduras ni moldes. La historia continúa, el niño crece y ese adolescente que sabe de su talento natural no duda en seguir trabajando sobre su mundo conceptual: libros manchados de mermelada, gatos conductores de autobuses, una invasión de alienígenas vestidos como Mr. T y otras ideas innovadoras. Y claro, como su talento no puede aceptar moldes, todos aplauden su decisión de no estudiar cine, de romper con la cultura cinematográfica y su carrera se va llenando de grandes frases autocomplacientes como “Rosselini ¡menudo payaso!” o “¿Quién coño es Frank Capra?”. El nuevo creador ha visto la luz en las películas de sus amigos y así toma forma un movimiento artístico basado en una nada creadora porque, evidentemente, el contenido está pasado de moda y ya solo importa el impacto visual. Imaginemos, por último, que años más tarde, un suplemento especial de un diario nacional sobre el mundo del cine, encarga el artículo sobre Billy Wilder al niño, ya joven adulto, que acepta encantado y aparece publicado un emocionado testimonio. ¿Hipocresía? Esto es lo que está sucediendo en los últimos años en el panorama poético nacional. ¿De quién hablo? No importa, no merece la pena.

1 comentario:

Divulgalia dijo...

genial. ya sabes, me lo copio!