A pesar de lo que afirma
Massaud Moisés en el prólogo que encabeza la edición de Círculo
de Lectores en la colección Estación Lectura, El alienista
de Machado de Assis es una novela, micronovela si se quiere (ya que
ahora parece que tenemos que remarcar de forma automática y
obligatoria la independencia y la excepcionalidad de todo aquello que
tenga la condición de breve y se mueva en el terreno de la
narrativa) pero novela al fin y al cabo, al estilo clásico, con
todos sus mimbres y cumpliendo la prototípica secuencia de
introducción, nudo y desenlace. Con sencillez, el relato nos va
llevando por los caminos de una comedia disparatada a la situación
insostenible de una ciudad en la que parece haber más población
dentro del recinto de la casa de Orates que fuera de él. El
doctor Simón Bacamarte va dirigiendo sin darse cuenta el curso de
unos acontecimientos que se desbocan al ritmo de los vaivenes
sufridos por su propia concepción de la enfermedad mental y,
complementariamente, de la normalidad psicológica. El alienista,
como novela, cumple su función más estricta: divierte. La lectura
de narrativa es siempre un instrumento evasivo. Cuando se mezcla con
el humor, la narración está obligada a proporcionar entretenimiento
y, en este caso, sin duda, lo consigue a través de la corriente de
sucesos en los que desemboca cada una de las decisiones de su
protagonista y, sobre todo, en la emergencia de los antagonistas,
entre los que destaca un barbero que bien podría ser el líder de
una revolución obrera.
Está
claro que se han cometido actos de auténtica barbarie en nombre de
la escabrosa necesidad de promover un pensamiento y un comportamiento
normales, estandarizados. Está claro también que la normalidad es
un concepto que no puede enarbolarse en la Psicología ni en la
Psiquiatría. No necesito que nadie me recuerde la estigmatización
que han venido y vienen sufriendo todavía toda esa pobre gente a la
que se etiqueta como enfermos mentales. Y sí, sé que todo cerebro
humano genera contenidos y tensiones de base psicótica, depresiva,
obsesiva, contenidos y tensiones del ámbito de la Psicopatología y
que, por tanto, son el núcleo de las llamadas enfermedades mentales.
Siendo todo esto cierto, no es menos cierto que se hace muy poco por
evitar el sufrimiento y la estigmatización trivializando y
estereotipando la imagen del profesional de la salud metal,
defendiendo una supuesta libertad de ser felices o infelices de otra
manera, queriendo cerrar los ojos ante la gran brecha que se abre
entre la indiscutible diversidad psicológica y la innegable
diferencia que se percibe en aquellos que, como se expresa claramente
en cualquier descripción de criterios para el diagnóstico
psicológico, presentan unos síntomas que les causan un gran
sufrimiento y les impiden la realización de sus vidas cotidianas.
Quienes no quieren ver esto o, simplemente, lo niegan demuestran no
tener el más mínimo conocimiento sobre la materia.
El alienista,
pues, divierte a pesar de recurrir al tópico o quizá, precisamente,
por recurrir a él. El humor, después de todo, encuentra siempre un
terreno abonado en la simplificación, la repetición y el recurso a
esquemas culturales fácilmente reconocibles y firmemente
establecidos. Por ello, ¿de qué serviría a estas alturas explicar
a cierta gente que su visión es reduccionista tomando como excusa
una novelita graciosa? ¿No me quedaría sin argumentos al admitir
que la novela cumple con la parte que le toca proporcionando la
necesaria evasión y el reconfortante entretenimiento que buscamos en
los libros? ¿No consiste el humor, precisamente, en no tomar
ninguna cosa demasiado en serio? Sí diré, sin embargo, que el
tópico facilita tanto como condena y que conviene tener cierta
habilidad para aprovecharse de él sin hacer del desenlace algo
accesorio, casi inevitable por su previsibilidad.