jueves, 23 de diciembre de 2010

Madridistas del mundo, uníos...

Estoy harto de la prensa deportiva de Madrid. Venden una imagen del madridismo que hace mucho daño a una afición, en su mayoría crítica y razonable. Por eso, pido a los futboleros y madridistas que se pasen por aquí que echen un vistazo al manifiesto promovido desde el blog Fans del Real Madrid:

http://www.fansdelmadrid.com/?p=6423

jueves, 16 de diciembre de 2010

Hasta siempre tocayo

Como muchos de mis amigos, conocí a Enrique Morente en un periodo especialmente anglófilo de mi afición a la música. Temerosos y acomplejados por el manido tópico del flamenquito andaluz, no es que no nos gustase el flamenco, más bien no nos atrevíamos a acercarnos mucho a él. Creíamos estar inmersos en un proceso expansivo de nuestros gustos musicales y, en realidad, estábamos felizmente encerrados en medio de una marea de grupos de pop y rock que ocupaban todo nuestro ocio musical. En muy contadas ocasiones, acudíamos a grupos españoles y una de las bandas a las que concedíamos el privilegio de nuestra atención era Lagartija Nick. Como muchos de mi generación, yo llegué a Enrique Morente a través de Lagartija Nick. Preguntarme hoy si llegó primero a mis manos Val del Omar u Omega, es plantearme la vieja cuestión del huevo y la gallina. A estas alturas del texto, es innecesario añadir que esta tarde quiero quejarme, lamentarme, maldecir por la muerte de Enrique Morente, uno de los personajes a los que la cultura española debería estar más agradecida. Su capacidad de experimentación e innovación nos han acercado a algunos la puerta del flamenco de tal forma, que nos hemos sentido motivados a atravesarla. Pero no se queda aquí su contribución. En una época en la que existe cierta indiferencia hacia la poesía, su interpretación de la poesía de Lorca ha llevado de forma inconsciente a la memoria de muchos de sus oyentes los versos del poeta granadino. Hay muchos que, sin saberlo, cantan maravillosos pasajes de Poeta en Nueva York. Otros creen que, al fin, pueden cantar a Leonard Cohen, sin saber que se están emocionando con fragmentos de una literatura inmortal. En esta tarde de diciembre que no invita al paseo, cuando sentimos que se acercan los ritos de las comidas familiares y los reencuentros, ahora que se nos acaba otro año y hacemos inventarios laborales y sentimentales para poder seguir adelante, me gustaría compartir esta nostalgia. Ya sé que es la ley de la vida, que no hay otro remedio, que todos acabaremos desapareciendo. Pero cada vez que muere un personaje emblemático siento que algo dentro de mí se rebela inútilmente contra el trágico destino de todo ser humano. Ya se trate de alguien a quien admiro o de algún personaje que detesto, la muerte de famosos y célebres me hace menos reconocible nuestro mundo. Siento que la vida es más gris cuando pienso en un mundo sin Benedetti, sin Michael Jackson, sin Enrique Morente, sin Jesús Gil, sin Lola Flores, sin Saramago, sin Francisco Ayala. Sé que puede parecer ridículo y, probablemente, lo es. O quizá simplemente es el lento proceso del envejecimiento, la certeza de que la muerte de cualquier hombre nos hace más conscientes de la inevitabilidad de la nuestra.




jueves, 2 de diciembre de 2010

Oh, say can you see by the dawn's early light...

Hasta hace menos de una semana, todo aquel que se atreviese a comentar (aunque fuera en broma) que los Estados Unidos de América podían realizar funciones de espionaje, sabotaje, chantaje y encubrimiento a través de una larga tela de araña que se extiende a casi todos rincones de la tierra, corría, como poco, el riesgo de ser llamado demagogo. Y ésta era solo la consecuencia más leve. Lo normal era recibir por parte del interlocutor una sarta de descalificaciones intelectuales referidas a la salud mental decoradas con palabras como paranoico, delirante, conspiranoia, reveladoras de la impropiedad y la incorrección en el vocabulario de las que hacía gala el que hablaba. Los razonables y objetivos argumentadores que así actuaban estaban dispuestos a admitir a regañadientes la posibilidad de injerencia del amigo americano en repúblicas bananeras sin control, con algún recurso natural importante para la economía que se cuecen en Wall Street y, por supuesto, cuyo presidente fuera un dictador corrupto de una ideología ajena al tradicional bloque comunista, pero jamás en la civilizada Europa. Así de tranquilos vivíamos hasta el domingo, día en que se anunció la inminente publicación de documentos secretos generados en las embajadas y los consulados de los Estados Unidos en todo el mundo. A partir de ese momento, pudimos comprobar como, en un Estado de Derecho como es España, los diplomáticos americanos pueden influir sobre jueces y fiscales, presionar a ministros, boicotear investigaciones conducentes a aclarar crímenes de guerra y de lesa humanidad, frenar procedimientos judiciales en curso, cambiar el tono de los discursos del presidente del gobierno sobre la guerra de Iraq, realizar un seguimiento especial del trabajo de un juez considerado contrario a los intereses norteamericanos. Y todo ello con la normalidad de quien se pasea por su finca y organiza a su antojo su cortijo. ¿Cómo es posible? ¿No estaban algunas personas demasiado influido por películas como El buen pastor? ¿No necesitaban urgentemente una terapia farmacológica que les cambiara la ideología y ese sufrimiento permanente ante la percepción subjetiva de un mundo dominado por poderes ocultos que determinan el devenir de la historia? ¿Esto no era un Estado con garantías democráticas? ¿No era la democracia una capa de ozono suficiente para protegernos de los efectos perniciosos del gran sol yanqui y permite el paso únicamente a su beneficiosa luz? Para tranquilidad de las conciencias razonables y objetivas, nuestros leales servidores públicos se han apresurado a negar sin argumentos las afirmaciones de estos documentos. Algunos, haciendo uso de su derecho al silencio, se niegan a responder a preguntas sobre estas informaciones fantasiosas y malintencionadas. Aunque, claro, si todo es mentira, no se entiende la preocupación del Departamento de Estado norteamericano por la seguridad de muchos de sus conciudadanos que viven en suelo extranjero. Particularmente raro es que nuestro fiel aliado no haya desmentido esta ignominia. Afortunadamente, a mí no me sorprenden para nada este tipo de descubrimientos. Hace ya muchos años que no dudo: prefiero los días nublados.