Javier Sánchez Menéndez, como tal, no necesita muchas presentaciones. Editor de la Isla de Sitolá, poeta, ensayista, articulista, será difícil escribir una historia de esta etapa de la literatura española que no incluya su encomiable actividad en todas estas facetas. No es necesario que yo descubra el valor de poemarios como La muerte oculta o Una aproximación al desconcierto. Tampoco es una novedad afirmar que sus libros que analizan las relaciones entre poesía y vida, como El libro de los indolentes, Confuso laberinto o Mediodía en Kensington Park (estos dos úlitmos pertenecientes a la serie Fábula), empiezan a convertirse en lecturas imprescindibles para todos aquellos lectores y lectoras de poesía que buscan un discurso auténtico, una voz que destile una verdad propia.
Sería bueno comenzar,
pues, esta reseña de El baile del diablo con un
agradecimiento. Por un lado, es una suerte que siga habiendo
editoriales que cuiden con tanto mimo la mercancía que producen. Los
libros de Renacimiento como meros objetos son ya tesoros de los que
desgraciadamente no abundan. Además, la inclusión en su catálogo
de poetas de la profundidad de Javier Sánchez Menéndez nos ayudan a
sobrevivir en mitad de un tiempo de hastío al que algunos (no sin
cierta razón) ya han bautizado como burbuja editorial.
Cualquiera que haya leído
a Pessoa o a Fonollosa sabe que, como lector, carece de sentido
preguntarse si una obra, un poema, unos versos, son puramente
confesionales o, simplemente, están disfrazados con una tonalidad
confesional. Para empezar, porque eso que llamamos “yo” está muy
lejos de ser una sola entidad y convendría hablar de una
multiplicidad de “yoes” que se van sucediendo en el tiempo. Por
otro lado, toda poesía tiene un punto de estructura premeditada, de
construcción planificada. El lenguaje poético no es el lenguaje
corriente con el que despachamos los asuntos cotidianos. Saber
encontrar la justa medida de elaboración, de tramoya, de artificio,
es lo que diferencia al auténtico poeta del versificador de bodas,
bautizos y cumpleaños (dicho sea esto con todos mis respetos)
porque, como ya nos advirtió Paracelso, el veneno está en la dosis.
Y es, precisamente, aquí dónde radica el mérito de Javier Sánchez
Menéndez, capaz de hacer una poesía de apariencia sencilla y con la
medida justa de profundidad, de una coherencia absoluta, una poesía
que revisa los escenarios de la memoria, los avatares del presente y
las prefiguraciones del porvernir sin dramatismos, huyendo del
remordimiento con una voluntad de asumir la vida propia sin euforia
ni angustia o contrición.
No sé si estaré en lo
cierto, pero pienso que el poema EL BAILE DEL DIABLO (texto con que
se abre el libro) se empeña en darme, al menos, parte de razón. En
él, una voz parece interpelarse a sí misma o, más bien, al sujeto
poético, acusádolo de impostor, aparecen palabras como cínico o
fantasma y, en su resolución, el poeta nos dice que “ocupamos el
lugar previsto” y, además, añade: “No ha sido nunca malo / el
hecho de estar solo”. Esta convicción enlaza con una de las ideas
centrales de toda su obra (según mi parecer): la necesidad del
silencio y la soledad.
Tras este primer texto,
comienza LAS CARTAS POR JUGAR, la primera parte del libro, que
introducen una cita de Parra y otra de Pound. Si atendemos en su
sentido estricto a los versos de Parra, podría parecer, al menos en
la superficie, que hay un intento por negar el pasado o, al menos, la
vida en la memoria. Algo que podría refutarse cuando se acomete la
lectura de algunos de los textos de esta primera parte. P.G.B.,
MISERIA HOMINIS y BORRADORES, entre otros, parecen estar desgranando
ciertos segmentos del recuerdo, aunque con la distancia necesaria,
asumiendo los hechos ya pasados y su inevitable inmutabilidad. Los
poemas de esta primera parte parecen buscar referencias en una
multitud de temáticas donde cabe el amor, la hipocresía, el
aborrecimiento de la vida social y ciertos toques de filosofía que
quizá solo perciba quien firma esta reseña (a este respecto me
parecen relevantes SATANÁS y WAS CLEAN). En BLACK JACK el poeta
termina asumiendo una evidencia, en el marco de un lance de naipes.
“No he podido plantarme” escribe sin que sus lectores sepamos si
fue por convicción o por falta de oportunidades. NANNY comienza
marcando el matiz subjetivísimo de la memoria: “Es posible que tú
ya no recuerdes”. LIFE LIE dibuja con acierto el punto exacto en el
que coinciden las trayectorias de lo trascendental y lo rutinario.
Una lectura atenta, por otra parte, puede encontrar sugeridas ciertas
dicotomías no evidentes y que, muy probablemente, estén tan solo en
la cabeza del lector. Así en DEAD SEA se podría entender que el
calor está enfrentado a la verdad y en RECIBO EN LENCERÍA el amor
parece contraponerse a la miseria. Para cerrar esta parte del libro,
POESÍA esboza una definición de la misma a la que no puede
objetarse nada: “telúrico vigor / que nada contradice.”
LAS OBRAS TERRENALES es
la segunda parte del libro y está compuesta por un conjunto de
poemas que parecen tener una mayor vocación interpretativa o
explicativa del mundo, de las vidas individuales y del destino
humano. El último verso de STAND BY (poema que abre esta sección)
es una clara advertencia del derrotero que irá tomando el libro: “La
puñetera sombra de la vida”. PÓLVORA nos recuerda que: “También
la luz / posee tinieblas”. VIDA termina con dos versos que tienen
cierto sabor al famoso soneto de Lope, pero teñidos de cierta
amargura: “Esto es vivir, lo noto / en su mentira.” En MISTERIO,
se apunta a una concepción de la muerte como dejar de ser palabra y
es esta identificación un evidente acierto lírico, ya que no puede
haber muerte que no implique dejar de ser palabra. Después de todo,
¿qué son la memoria y el pensamiento humano sino palabras? Por otro
lado, no se descartan en LAS OBRAS TERRENALES otros tonos. Por
ejemplo, ES TARDÍSIMO parece recurrir a la ironía para hacer una
defensa de lo contemplativo, para impulsarnos a huir del ritmo
artificialmente acelerado de los tiempos que corren. MUCHA MIERDA
termina con una clara voluntad de reafirmar la propia existencia o,
quizás, simplemente, de alargarla en la propia obra (“Este verso
dirá / que sigo vivo”). MONEDA parece destacar la imposiblidad de
resolver ciertas dialécticas. Incluso, hay lugar en esta sección
del libro para el recuerdo de ciertas gamberradas infantiles como las
que se aluden en ya citado PÓLVORA, en DOÑA CONCHA y en AVE MARÍA
PURÍSIMA.
En LA VERDAD DE LAS
COSAS, tercera de las partes de El baile del diablo, la muerte
va ganando una mayor presencia, se hace casi palpable. SEMILLAS DE
GRANDEZA inaugura este tramo final, recogiendo muchas de las líneas
que se han ido sugiriendo a lo largo de todo el libro. La muerte como
una realidad imparable, sigilosa, repentina se resume en un verso:
“Ya has dejado de ser.” Aparecen también en este texto temas que
vienen siendo habituales en otros libros de Sánchez Menéndez, como
el valor central de la humildad. “En la humildad habita la verdad”
se nos dice primero y, llegando al final del poema, se concluye:
“la grandeza del hombre
es la humildad. Saber
decir que no a la
nostalgia.
Somos en la distancia
solo nubes.”
En este mismo sentido,
regresa en EL DÍA DE MAÑANA aquella nube con forma de poema que ya
formaba parte del imaginario de Confuso Laberinto. En esta
ocasión, se identifica con la virtud en el cielo. Y aunque en
DESCARTE se afirma que la existencia “es capaz de engañar / y
mentir a las sombras”, no hay lugar para el engaño. A pesar de que
el poema LA MUERTE comienza sugiriendo que ésta “debe ser un
espejismo”, poco después se señala cómo la muerte ya se
aprehende durante la vida: “Hay un tiempo sin tiempo en esta vida,
/ la creación del oficio y de la muerte”. Dejar de vivir es un
proceso:
“El camino hacia la
muerte
es ese instante, el
desvelo, la luz
sin anatemas.”
La muerte es un camino
unidireccional e irremediable. Por eso, BALANCE cierra el libro con
un verso que se convierte en una revelación, una verdad que se
comprende y se acepta de forma inmediata: “También vivir precisa
de epitafios.”
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